Las travesías más extremas de la Tierra

<img style="padding: 0px; margin: 0px;" alt="" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200910/550385.jpg" width="81" height="13"> La primera montañista británica en subir el Everest, Rebecca Stephens, ha recorrido el mundo en busca de aventuras. En una entrevista señaló sus cinco experiencias más extremas.




La cumbre del Everest. Corría el año 1993 y la montañista vivía la experiencia más audaz de su vida a 8.700 metros de altura, en la más famosa montaña de los Himalayas. "Es uno de los pocos lugares donde me he sentido completamente aislada del mundo", comenta. Aunque no había manera de que fuera socorrida ante cualquier problema, señala que "en la cumbre se genera una sensación de autosuficiencia que te hace sentir más viva".

En velero por la costa de la Antártica. Había cruzado durante 10 días las marejadas del Océano Antártico sin divisar otro barco de las mismas características que se atreviera a realizar esta travesía. "En esta experiencia me sentí mucho más vulnerable que en cualquier montaña", dice. Y cómo no,  si el velero terminó con las velas rasgadas, cargado de hielo y sin un timón ni bote de emergencias, mientras esquivaba icebergs en las inexploradas aguas de la Commonwealth Bay.

Monte Jaya, Indonesia. Es una de las Siete Cumbres. En esta expedición estuvo acompañada por el explorador Graham McMahon y durante todos los días que duró la travesía no vieron a ningún otro viajero. Y es que llegar a la cima más alta de Oceanía no es nada de fácil: el acceso al Jaya está cerrado o abierto, dependiendo del nivel de agitación política que exista en Indonesia. Además, los montañistas debieron llegar hasta la tupida foresta de la zona y recién después de cinco días de caminata entre pantanos y selva pudieron llegar a la base de la montaña.

Islas Georgias del Sur. Stephens llegó a estas islas del Atlántico Sur emulando la expedición del capitán Ernest Shackleton, en 1922. Aquí, la exploradora se vio obligada a acampar sobre un glaciar con vientos de 180 km/h. "En esta situación me vi llorando mientras me decía a mí misma 'no puedo hacerlo, mis dedos están congelados y siento mucho dolor'. Pero tenía que armar la carpa. No tenía otra opción".

El Aconcagua.
La dificultad con que se topó la montañista para llegar a la cima se debió a que decidió subir fuera de temporada, en octubre: "Hacía mucho frío y corrían fuertes vientos que congelaban mis pies. Y aunque a más altura el tiempo mejoró, llegamos a la cima demasiado tarde y al descender no podíamos encontrar el campamento en la oscuridad".

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