Los Rebeldes, la novela sobre el miedo a la guerra de Sandor Márai, aterriza en Chile

La novela es la historia de iniciación y retrato de una generación asolada por la guerra.




Abel despierta bañado en sudor y tiritando de fiebre. Su cuarto es un desastre de libros destrozados, revistas literarias manchadas con licores viscosos y muebles sucios. Por ahí pasaron sus amigos, la pandilla. Celebraban la salida del bachillerato. O se despedían: en seis semanas más deberán ponerse el uniforme e ir al frente de batalla en la I Guerra Mundial. "Vivían en una rebelión sistemática (...) preocupados de lo que ocurriría cuando esa campana de cristal de rompiera", anota Sándor Márai.

La pandilla es el grupo que protagoniza Los rebeldes, la novela con que Márai alcanzó la popularidad de un best seller en la Hungría de entre guerras. Tenía 30 años y se encaminaba a una vida dramáticamente inestable: pasó del éxito literario al olvido definitivo en el exilio. En 1948, luego de la llegada del socialismo, salió de su país para no volver. Tras su muerte, en 1989, volvería a ser un bestseller internacional.

El último capítulo de su rescate es Los rebeldes, novela que Márai revisó en 1988 para una edición en inglés y que fue aclamada por la crítica internacional: "Divertida y extravagantemente imaginativa", dijo la revista The New Yorker. Aunque el boom por el autor de El último encuentro tiene detractores de peso: "Su concepción de la forma novelesca era anticuada, su concepción del potencial de la novela era limitada y sus logros en ese medio fueron escasos", anotó J.M. Coetzee.

La novela retrata a la pandilla de Abel: un grupo de muchachos descreídos de 18 años que en 1918 se mueve en una ciudad cercana a Budapest emborrachándose, apostando y robando pequeñas cantidades de dinero. Prácticamente no hay hombres adultos en sus familias; están todos en la guerra. Pero a la pandilla se suma Amadé, un actor de experiencia, algo decadente y oscuro, quien les enseña un par de lecciones de adultez.

Historia de iniciación y retrato de una generación asolada por el fantasma de la guerra ("las detonaciones no ven ni se oyen, pero su suciedad llega a la ciudad"), en Los rebeldes Márai también reflexiona, en la piel de Abel, sobre los temores de un aspirante a escritor. "Sospechaba que, lejos de procurar satisfacción, la escritura debía de ser un ejercicio doloroso, puesto que lo que se moldea en palabras se pierde para siempre y lo único que queda es un pozo de mala conciencia, como cuando se comete un delito por el cual tarde o temprano habrá que responder ante la justicia", escribe.

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