Mis 10 momentos mundiales

José Miguélez es un conocido periodista español que ha trabajado en medios como EFE, El País, Marca y As. Desde hace un par de meses está a cargo de la sección Deportes de La Tercera. El editor repasa los momentos de la copa del mundo en los que le han dado ganas de gritar y demuestra que los actuales campeones mundiales también han llorado. Aunque en el título anuncia 10, pone nueve porque según él uno vale por dos.




El Maracanazo

No es una vivencia personal, obviamente, pero sí es un marcado recuerdo literario. De ese último partido ante 200.000 personas en el que a Brasil le valía con el empate y acabó perdiendo. De Moacir Barbosa, el portero local que pasó el resto de su vida como un apestado. Y de Obdulio Varela, el capitán visitante, del que por culpa de Eduardo Galeano en su imprescindible El fútbol a sol y sombra me obsesioné con leerlo todo. Su lento paseo con el balón bajo el brazo tras el 1-0, congelando el partido, sacando de quicio al rival y reanimando a los suyos, es una de mis imágenes mundialistas favoritas.

La tercera de Pelé

La finalísima. México 1970. Otra vez Brasil, otra vez un recuerdo que no presencié en directo, sino años después por televisión. La goleada de la posiblemente mejor Selección de la historia, la de la delantera de los cinco dieces: Pelé, Tostao, Gerson, Rivelinho y ese Jairzinho que según el narrador marcó el tercer tanto "con el alma en los zapatos". Fue la tercera corona mundial de O Rei, que se apropió de la final con un gol y dos asistencias. "Yo había pensado para darme ánimo: Pelé es de carne y hueso, como yo. Estaba equivocado", dijo luego su marcador. Ese 4-1 se me guardó para siempre, pero también su original relato.

El gol de Cardeñosa

Que nunca llegó. Durante mucho tiempo simbolizó el fatalismo que persiguió a la Selección española en los Mundiales. Siempre ocurría algo a lo que agarrarse para llorar, para justificar la eliminación temprana. Esta vez fue un centro largo sobre el costado derecho del área. El arquero brasileño fue decidido por la pelota, pero Santillana le ganó milagrosamente el salto y la dejó muerta en el punto de penalti. Cardeñosa, solo, se acomodó para rematar de zurda, con toda la portería para él, pero su tiro lo despejó el defensa Amaral. España estaba obligada a ganar (había perdido ante Austria en el arranque) y se quedó en empate 0-0. O sea, fuera.

Lluvia de papelitos

Luego resultó que era mentira, que en su Mundial de 1978 la Selección argentina recibió tanta ayuda de terceros que hasta los recuerdos se han vuelto sospechosos. Pero yo los viví convencido y hasta emocionado. Fue el primer campeonato en el que la pasión de las gradas, y los papelitos que llovían constantemente de ellas y alfombraban el piso, contagiaban. Y ahí abajo, esa ebullición la concentraba Kempes, el Matador: el gol a trompicones, con la pelota permanentemente dividida, pero que siempre iba ganando épicamente con la puntera. Seis metió en el torneo, dos en la infartante final.

La prórroga de todos los tiempos

1982. Alemania-Francia. Dos estilos antagónicos unidos por las irresistibles ganas de ganar. El marcador virando de un lado al otro, el balón tratado de desigual manera, a distinta velocidad, pero sometido a una permanente ida y vuelta. 1-0, 1-1, la escalofriante y brutal entrada de Schumacher contra Battiston, que no murió de milagro. Y la prórroga: Francia lo borda, se pone 2-1, 3-1, pero Alemania, escenificada por Littsbarski quitándose las espinilleras (aquí hay que jugarse la pierna) nunca se rinde: 3-2 y 3-3. Los penaltis meten en la final a los alemanes. Nunca llegué a ver nada igual.

La alegría de Pertini

1982. El Mundial en el que España hizo el mayor de los ridículos fue un canto al fútbol. Lo dibujó Brasil, cuya alineación será recordada de por vida pese a quedar eliminada. Y también Italia, la campeona, que aunque dejó el marcaje más sucio y consentido de la historia, el de Gentile a Maradona, cosido a golpes y patadas, fue ganándose la simpatía y la admiración de la gente: convirtió el contragolpe en una obra de arte, enseñó futbolistas maravillosos (Rossi y Conti) y proporcionó la foto del campeonato: los saltos entrañables en el palco de Sandro Pertini, el entonces anciano Presidente de la República, el día de la final.

El minuto 116

2010. El instante futbolístico más importante de la historia de España. Lo viví en el Soccer City y es el único gol en toda mi carrera periodística al que no le he conseguido reprimir un grito. Nadie en el palco de prensa español pudo contenerse. Cada vez que lo veo, y lo he visto cien veces, siento un escalofrío. Iniesta, el autor del gol más importante del fútbol español, también: "Se para todo y sólo estamos yo y el balón. Como cuando ves una imagen en cámara lenta. Pues para mí fue así. Es difícil escuchar el silencio. Y yo en ese momento lo escuché y sabía que ese balón iba dentro". España, al fin, se proclamó campeona del mundo.

El gol más hermoso del mundo

1986. Lo creó Maradona y lo contó Víctor Hugo Morales: "La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona. Lo marcan dos. Pisa la pelota Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja el tendal y va a tocar para Burruchaga. ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta... Goooooool. Gooooool. ¡Quiero llorar! ¡Dios santo, viva el fútbol! ¡Golaaaaaaazooooooo! ¡Diegooooooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme. Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos. Barrilete cósmico. ¿De qué planeta viniste?, para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina. Argentina 2, Inglaterra 0. Diegol. Diegol. Diego Armando Maradona. Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2, Inglaterra 0". Es un solo recuerdo, pero vale por mil.

Goles y flequillo

Corea 2002. No dejó un buen recuerdo futbolístico, pero sí fue rico en postales. Y no especialmente agradables. La de los enormes cercos de sudor que enseñó el seleccionador español José Antonio Camacho sobre sus camisas azules en cada uno de sus partidos, que le perseguirá de por vida. Y la del peinado de Ronaldo, un absurdo y reducido flequillo como toda cabellera, que también pasó a la posteridad. La excentricidad del brasileño no le impidió brillar como futbolista y desquitarse de su tormentosa final cuatro años antes (tuvo que jugarla, pese a sufrir convulsiones) y de su catarata de graves lesiones.

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