El fiel compañero de la inflación


Por Gonzalo Islas, decano de la Facultad de Ingeniería y Negocios Universidad de Las Américas

El regreso de la inflación –que en Chile comienza a acercarse a un 10% anual-, ha traído de vuelta también a uno de sus compañeros más fieles: los controles de precios. Hace algunos días un grupo de diputados y diputadas presentó un proyecto de ley para “disminuir y controlar el precio del pan”, producto que ha tenido alzas importantes en los últimos meses. En el resto del mundo también han surgido voces que promueven el retorno de estas regulaciones para enfrentar las disrupciones que ha generado la pandemia y, más recientemente, la guerra en Ucrania.

Pocas políticas económicas han sido más utilizadas a lo largo de la historia como los controles de precios. Hace cuatro mil años, el Código de Hammurabi contenía detalladas regulaciones sobre el valor de la mano de obra. En el Antiguo Egipto y el Imperio romano, el control sobre el precio de los granos eran una práctica común. Tanto en periodos de guerra, como también en épocas de paz, los controles de precios han sido una herramienta de uso frecuente por parte de los gobiernos. Incluso en la actualidad, de acuerdo con The Economist, un 89% de los países en desarrollo mantiene algún tipo de restricción sobre el precio bienes específicos (principalmente alimentos y combustibles).

La teoría económica indica que los controles de precios inducen mayores niveles de escasez, ineficiencias y una serie de consecuencias no deseadas (como la aparición de los “mercados negros”). Desde los intentos por controlar el precio de la harina durante la Revolución Francesa hasta los mecanismos de regulación de los arriendos en Nueva York, la evidencia histórica está llena de ejemplos fallidos. Hace un poco más de un siglo, el economista Simón Lipman lo resumía bien: “la fijación de un precio razonable cuando la demanda excede a la oferta, no puede prevenir dificultades ni descontento. Los controles de precios por si solos no resuelven el problema de permitir el acceso de los más pobres a los bienes, más aún, pueden agravarlo”.

Frecuentemente, los gobiernos han intentado usar las fijaciones masivas de precios como una herramienta para intentar frenar la inflación. En Chile, durante el gobierno de la Unidad Popular la Dirección de Industria y Comercio (Dirinco), llegó a controlar más de tres mil precios antes del golpe en 1973. Sebastián Edwards recuerda su experiencia como un joven economista trabajando en esta institución de la siguiente forma: “El verdadero sistema para fijar los precios era simple y arbitrario; no tenía nada que ver con el proceso científico y matemático de mis libros de texto. Cada empresa presentaba un petitorio a nuestra oficina… al final, después de decenas de trámites y de múltiples idas y venidas, se autorizaba un alza parcial, casi siempre por la mitad de lo que la empresa había solicitado”. La Dirinco no tuvo mucho éxito en su tarea, la inflación promedio entre 1971 y 1973 llegó casi al 300%.

Décadas más tarde, nuestros vecinos argentinos continúan insistiendo en este camino: el programa “Precios Cuidados” comenzó el año 2014 con 194 productos y actualmente alcanza a 1.321. Sus resultados no han sido auspiciosos, en la última década la inflación no ha bajado de los dos dígitos y el año pasado alcanzó un 50,9%, lo que ha llevado al gobierno a anunciar una nueva “guerra contra la inflación”.

Hasta ahora, pese a las iniciativas del Congreso y al aumento de las perspectivas de inflación a corto plazo que indica el Banco Central, las nuevas autoridades económicas han mostrado poco interés en las políticas de los controles de precios y, en cambio, se prioriza su combate a través de la política monetaria. Siglos de historia sugieren que están en lo correcto.

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