Vacunación obligatoria como última opción

Hasta ahora los incentivos para vacunarse han funcionado de forma razonable. Pero si el número de rezagados en el proceso no disminuye, entonces no cabe descartar la opción de hacerlo obligatorio.



A medida que los países avanzan en sus procesos de vacunación contra el Covid-19, comienzan a preocupar las brechas que conforman grupos que, ya sea por desidia o bien porque rechazan las vacunas, se han negado a formar parte del proceso. Esto, sin duda, es un problema, pues para que tengan el efecto deseado es necesario que la mayor parte de la población esté inoculada. Frente a lo anterior, los gobiernos han usado diversas herramientas, entre las que se cuentan campañas de información, incentivos económicos y privilegios para los vacunados. Y aunque en menor proporción, también comienzan a sucederse los ejemplos en que ya se exige su obligatoriedad, lo que ha sido fuente de intensas controversias.

En Francia, por ejemplo, han surgido fuertes protestas por la medida adoptada por el Presidente Macron en el sentido de que todo el personal de salud y aquellas personas que están en contacto con adultos vulnerables, deben vacunarse sin excusa. En Estados Unidos, se acaba de exigir la vacunación de todos los empleados públicos. Todo esto también está sucediendo a nivel privado. Hay numerosas empresas que ya exigen a sus empleados el requisito de haberse vacunado para volver a trabajar, algo que es especialmente notorio en el sector comercio o restaurantes, donde un contagio puede afectar la continuidad del local en su conjunto. Este viernes, la línea aérea United anunció en EE.UU. que despedirá a los trabajadores que no se vacunen.

Chile no está ajeno a esta discusión. Con tasas superiores al 80% de la población objetivo vacunada en casi todas las regiones, el problema es que completar el último tramo se hace cada vez más difícil. Se trata de 1,8 millones de personas que no han querido vacunarse. Además, ahora que se anuncia el inicio del programa de refuerzo, esto es, una tercera dosis, probablemente llegar a las metas será más complejo, dado que aparecerán más personas reticentes a participar.

Teniendo eso en mente, probablemente se empezarán a multiplicar las voces que abogarán por una obligatoriedad, algo que no es exógeno considerando que ya hay más de 15 vacunas que son obligatorias, sobre todo para menores de edad. En el caso del Covid, los defensores de esta postura argumentarán -y con razón- que existe abundante evidencia sobre los beneficios de las vacunas, y estando en juego la salud de la población, se estaría frente a un clásico ejemplo donde la libertad individual ha de supeditarse al bien común. Pese a ello, la obligatoriedad debería ser la última opción, pues si bien ésta no puede descartarse de plano como herramienta sanitaria, siempre es preferible buscar incentivos que castigos, lo que además de generar más adhesión ciudadana al proceso, reduce el riesgo de las previsibles controversias jurídicas que se podrían abrir en empresas y sector público respecto de sanciones de que podrían ser objeto los trabajadores que opten por no vacunarse.

Sin necesidad de obligatoriedad, 13,3 millones de personas han optado por vacunarse -dentro de las cuales 12,4 millones ya completaron su esquema de vacunación-, y en la medida que exista un buen diseño de incentivos, la velocidad de inoculación previsiblemente aumentará. En ese sentido, la introducción del pase de movilidad ha sido un acierto, ya que se está premiando con mayor libertad a aquellos que están más protegidos. Y ha funcionado bien, como lo muestran las altas tasas de vacunación de rezagados estos días, los que buscan obtener el pase antes de las Fiestas Patrias. Por ello, seguir la línea de entregar beneficios a los vacunados parece ser el camino correcto.

Lo segundo tiene que ver con la entrega de información que refuerce la idea de que es provechoso y eficaz vacunarse. Resulta interesante en ese sentido el informe entregado esta semana por el Ministerio de Salud sobre la efectividad de las vacunas, donde se analizan los casos de más de 15 millones de personas. A grandes rasgos las noticias son muy positivas. Con algunas diferencias, las tres vacunas aplicadas en Chile -Sinovac, Astrazeneca y Pfizer-, muestran una eficacia muy alta en evitar la hospitalización, el ingreso a la UTI, así como la muerte en las personas contagiadas. Eso es sin duda lo fundamental. Si las personas se contagian, pero no tienen síntomas graves, entonces el problema está medianamente resuelto.

Sabemos que estas vacunas fueron desarrolladas en un tiempo récord y eso generó algunas dudas en la población. La evidencia hoy indica que son tremendamente efectivas, por lo que no hay razones -al menos de salud- para no usarlas. Seguir, entonces, insistiendo en ello y entregando incentivos es clave. Y si todo aquello no es suficiente, la alternativa de hacerla obligatoria siempre debe estar a la mano.

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