El arte y la escritura, un espacio de libertad para las mujeres que estudian en la cárcel de San Joaquín




Detrás de un pequeño teatro de madera (kamishibai), se escucha una voz: “Paloma es atrapada por un feroz huracán”. La voz sigue y cuenta que Paloma perdió varias de sus plumas, que varios tiburones la buscaron y la arrastraron hacia el mar, que se sentía ahogada pero que estaba viva; que en el mar había otras aves como ella, que al principio se sentía sola y luego encontró a varias mariposas que compartían con otras aves y las ayudaba a curar sus heridas, que se sentía cómoda con las mariposas, pero que aún así extrañaba el cielo.

El público escucha atentamente la historia de Paloma. Y aplaude. Es un día de semana en la Biblioteca de Humanidades del Campus San Joaquín (UC) y los asistentes saben que Paloma es una historia hecha en conjunto por distintas mujeres privadas de libertad y estudiantes del Liceo Santa María Eufrasia del Centro Penitenciario Femenino (CPF) de Santiago. También saben que Paloma es una metáfora de sus propias vidas: de cómo se sintieron al ir a la cárcel, de cómo se relacionaron con las demás mujeres, de cómo están sanando sus heridas.

El kamishibai de Paloma da inicio al lanzamiento de la exposición “Espacio de libertad”, la primera muestra artística realizada por las estudiantes del liceo. Y la primera vez que el público puede ver y conectarse con las voces de quienes están viviendo en la cárcel.

Llegar hasta aquí responde a un largo recorrido, cuenta Claudia Olavarría, licenciada en letras y coordinadora del programa Biblioteca Escolar Futuro (BEF), que organiza la muestra.

El BEF es una iniciativa de la UC que busca participar activamente en el proceso de aprendizaje de todo el país a través de la creación de bibliotecas escolares y de espacios donde se desarrollen actividades culturales y académicas, pero no estaba pensado originalmente para mujeres adultas. Tampoco para estar dentro de un centro penitenciario.

Creado en 2014, su foco estaba puesto en las comunidades educativas, los colegios, liceos cercanos a los territorios donde la UC estuviera involucrada. “En 2015 implementamos el BEF aquí en San Joaquín y activamos el vínculo con todos los colegios y liceos cercanos a este campus. La información también le llegó al Liceo Santa María Eufrasia, del CEF, que se mostró interesado en trabajar con nosotros. Pero como las estudiantes de ese liceo están dentro de la cárcel, no lograban acceder a las instalaciones físicas del BEF de San Joaquín”, recuerda Claudia.

Había que buscar alternativas. Y el rector de la época, Ignacio Sánchez, aceptó apostar por un espacio distinto. Así, la biblioteca salía de las instalaciones de San Joaquín y se iba a algunas cuadras de distancia, al liceo del Centro Penitenciario Femenino.

Trabajo complementario

Como jefa de la BEF, que tiene a cargo los proyectos que se realizan fuera de la universidad, la trabajadora social Michelle Vergara tenía un nuevo desafío: realizar talleres a las estudiantes del Liceo Santa María Eufrasia.

Ella quería que fuera un espacio amoroso para el aprendizaje, con talleres de escritura y arte donde las mujeres que fueran parte del liceo se atrevieran a expresar lo que quisieran de manera libre de prejuicios, narrando y explorando lo que la cultura les permitiera. Quería que lo que pasara al interior del recinto respondiera a lo que dice la investigadora de cárceles María Chiponi en su último libro: “Si la prisión captura física y simbólicamente al conjunto de actores que por ella transitan, los modos creativos de intervenir o imaginar otras formas posibles de vivirla, deberían estar ligados, indisociablemente, a liberar, soltar, quitar, desujetar”.

Con esa idea Michelle empezó a realizar, junto con el equipo del liceo -liderado por la directora Kenia Zamorano Urria- trabajos con las estudiantes. “Queríamos que ellas contaran su historia, su parte de la historia. Ellas nos decían mucho ‘la gente cree que nosotras somos de cierta manera, pero la verdad es que somos de esta otra’. Nuestro rol entonces consistía en que ellas levantaran su propia voz”, cuenta Michelle.

De esa manera, desde 2018 empezaron a crear espacios para que las mujeres privadas de libertad pudieran relatar su vivencia dentro de la cárcel o cómo llegaron ahí. También podían comentar sobre cuáles eran las circunstancias que las motivaron a tomar ciertas acciones. Así nació, por ejemplo, Paloma.

“La escritura de no ficción, pero también la de ficción, es un espacio donde ellas pueden salir un poco de este lugar y entrar en la fantasía”, comenta Michelle.

Ese trabajo ha ido de la mano con el currículum del liceo, que busca la comprensión y retención efectiva de contenidos, como la lectura y la escritura, mediante el empleo de diversas herramientas y técnicas, como el arte.

Así, por ejemplo, las estudiantes exploraron -junto a la profesora de lenguaje del liceo Roxana Bustamante- la técnica de encuadernación utilizando materiales como plástico y cortezas de árbol, mientras leían la obra de Isabel Allende y Baldomero Lillo.

Pero quizás la actividad que les generó más entusiasmo fue conocer en detalle las obras de Violeta Parra.

“La Violeta es una de las grandes mujeres de nuestra historia, su vida de origen pobre y su empoderamiento son un ejemplo para las estudiantes de nuestro liceo. Muchas se identificaron con ella, se asombraron y se emocionaron con su infancia y personalidad, la cantidad de obstáculos que tuvo que afrontar, el desprenderse de los hijos para conseguir sus metas, las tristezas por las pérdidas , el amor a sus sueños”, detalla Kenia, la directora del establecimiento.

Conocer la historia de la artista las impulsó a realizar pinturas, ilustraciones y dibujos. También a utilizar percheros de ropas y latas de conserva -materiales a los que podían acceder en el CPF- intervenidas con relatos construidos por ellas en base al concepto de los artefactos y la antipoesía de Nicanor Parra.

En un perchero pintado de rosado -también expuesto en la Biblioteca de Humanidades-, se lee por ejemplo “si bien he sangrado, jamás me he postrado” (un extracto del poema de William Ernest Henley) junto al mensaje “el hombre imaginario… vive en una mansión imaginaria” (de Nicanor Parra). En otro, pintado de amarillo, la expresión “no me rendí”.

En esos procesos creativos, cuenta Michelle, las mujeres privadas de libertad se dieron cuenta de algo fundamental: de que eran capaces de hacer todas esas cosas. “Muchas de ellas han estado en espacios donde no han podido probar cosas nuevas, en espacios marginalizados que les han impedido poder sentir que sí podían aprender y crear. Una de ellas me comentó ‘yo no sabía que era capaz de hacer esto’, muy sorprendida. Es importante que todas ellas sepan que sí son capaces de hacer lo que se dispongan”, relata.

Además, la transformación no se da de forma individual. Al crear arte y texto, las mujeres se daban cuenta de que sus historias se parecían, de la relevancia de compartir sus experiencias y escucharse entre sí.

Ir más allá

Cuando se les propuso a las estudiantes del Liceo Santa María Eufrasia la posibilidad de que ese trabajo tan especial que habían realizado fuera presentado al mundo exterior de la cárcel, la primera reacción que expresaron fue resistencia.

¿Cómo mostrar lo que hacían si la sociedad las condenaba doblemente, por ser mujeres que cometieron un delito y por ser mujeres que no pueden cumplir los roles que el patriarcado les impone? ¿Cómo hacerlo si hay tanto estigma y dolor detrás de sus historias personales?

Desde la Biblioteca les dijeron que eran dignas de ser escuchadas, vistas, leídas. Que tienen un lugar en el mundo y una historia que merece ser conocida. Y que, por último, si no se sentían cómodas, podían presentar sus obras de manera anónima.

Lo aceptaron. Y cualquiera que vea la exposición en el Campus San Joaquín se dará cuenta de que la mayoría de las obras está con sus nombres y apellidos.

“Estoy muy orgullosa del proceso que ocurrió en ellas y en nosotras y nosotros como docentes… Espero que las personas que vean su trabajo comprendan que detrás de mujeres que cometieron un delito hay una dura historia de vida, y que no han perdido la humanidad”, comenta Kenia.

Ahora solo queda un detalle: así como ellas pudieron expresarse al mundo exterior, está pendiente que ese mundo exterior entre a la cárcel y que ellas sepan cuál fue su reacción a sus trabajos e historias.

Probablemente esa instancia se dé en marzo. Porque por ahora, como todos los estudiantes de Chile, las mujeres que asisten al Liceo Santa María Eufrasia están de vacaciones.

La muestra “Espacio de Libertad” está abierta para público general en la Biblioteca de Humanidades, ubicada en el Campus San Joaquín, hasta el 20 de enero.

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