El reinado del hijo único

Pasa en el mundo y pasa en Chile: cada vez más parejas están optando por tener un solo hijo. La crianza se ha vuelto tan demandante y exigente que no hay plata, tiempo ni ganas para más. ¿Chile sin hermanos?




Uno no es ninguno", "¿cómo vas a negarle tener hermanos a tu hijo?", "tú sabes cómo son los hijos únicos ¿quieres eso para él?", son algunas frases que siguen persiguiendo a las madres que deciden tener un solo hijo. Como si fuera lo más extraño del mundo. Pero ya dejó de ser una extravagancia, ni siquiera es un asunto de elecciones personales: ahora es un fenómeno demográfico que se impone. 26% de los niños son hijos únicos en Gran Bretaña; más de 30% en Nueva York; en China tener hermanos es penado por ley y en Chile 46,5% de las mujeres en edad fértil que no tienen hijos, quieren quedarse con solo uno en el futuro. Es tanto, que en los últimos 20 años, los hogares con un solo hijo crecieron en 73%, según los datos de la Encuesta Casen.

Hijos v/s éxito

"Han llegado a decirme que tenga otro hijo por si se muere uno. Es insólito. Desde que estaba embarazada que me preguntaban cuándo iba a tener al segundo. Mi opción siempre fue tener un solo hijo, pero uno termina cuestionándose". A Isabel Tolosa (37, periodista) le insisten en que su hija, de un año, va a ser mañosa, caprichosa y que le va a costar tener amigos. Que mejor tenga otro más, para que se acompañen. Que quién la va a cuidar cuando vieja. Que la vida para su hija será solitaria y aburrida. "Pero yo veo a la Rosario y es alegre y más sociable que muchos niños y niñas que tienen tres hermanos. ¿Y qué es eso de que se necesitan dos para que se acompañen? ¿Quiero otro hijo solo para que acompañe a la Rosario?", se cuestiona. Aún no tiene decidido qué hacer.

Julia (35, arquitecta, nombre cambiado) ya lo tiene claro. Dice que si hubiera vivido en otra época tal vez estaría llena de niños, porque le encantan. "Pero nací en los 70, me educaron para ser independiente económicamente, para tomar decisiones y para –ojalá– ser exitosa y destacada. Esa es la Julia que soy yo. Aunque adore a mi hijo, la maternidad es agotadora y quiero ser feliz en mi trabajo también. A veces me encuentro con otras madres que dicen 'oh, estoy tan feliz' y yo pienso '¡mentira!'. No les creo, no puedo ser la única que piense así". Julia tiene un hijo de dos años y piensa que la maternidad es tan maravillosa como agotadora, pero le extraña que solo se hable de lo bueno. "Estoy segura que hay muchas otras mujeres que piensan como yo, pero no lo dicen", comenta. Para ella, un segundo hijo implicaría gastar su tiempo en criar y ella prefiere emprender un negocio que tiene pensado. "Tengo muchos proyectos y son cosas que las quiero hacer ahora, luego, no en 10 años más".

"Sería como sabotear mi carrera", dice Isis Troncoso, totalmente resuelta. Sin haber llegado a los 25 años, esta licenciada en Arte ya tiene un niño de dos años y está tan segura de que no quiere volver a ser madre, que el año pasado pensó esterilizarse. Su ginecólogo le dijo que no, que era muy joven y después podría cambiar de idea. "¡Pero cómo me voy a arrepentir de algo que para mí es tan evidente! Yo realmente no quiero. Con mi pareja queremos ser exitosos y para eso tenemos que invertir mucho tiempo. Con otro hijo más no se puede". Dice que adora a su hijo pero que le molesta, por ejemplo, no poder proyectarse para hacer una exposición el próximo mes porque no tiene la certeza de que podrá dedicarle todo el tiempo a su proyecto, ya que su hijo se puede enfermar o cualquier otra cosa.

La socióloga de la Universidad Diego Portales, Florencia Herrera, experta en temas de familia, tiene ya armada su teoría. "Hoy la mujer ya no está dispuesta a sacrificarse tanto por los demás y a criar tres o cuatro niños como sí lo hicieron las generaciones anteriores", explica. "Esto tiene que ver con que existe una exigencia de ser feliz. Ya no te conformas con el proyecto de familia, sino que estás buscando un ideal de vida que te satisfaga por completo".

En efecto, las investigaciones han abordado el tema y han concluido precisamente que mientras menos hijos, mayor satisfacción. Lo señaló Hans-Peter Kohler, un sociólogo de la población en la Universidad de Pennsylvania, que comprobó, a través de una encuesta, que las mujeres con un hijo decían estar más satisfechas con sus vidas que las mujeres con más de uno. En Chile, la Encuesta Nacional UDP 2009 reveló diferencias significativas en mediciones de felicidad entre las mujeres que tienen hijos y las que no. Estas últimas presentaron mayores niveles de satisfacción con la vida en cuanto a la situación económica, la salud, nivel educacional al que han llegado y las relaciones de amistad.

Para Carolina Zañartu (39, diseñadora) estar satisfecha con su pega era esencial. Cuando tuvo a su hija hace tres años, se tomó cada uno de los beneficios que pudo: extendió la licencia, se iba de la oficina a las cinco de la tarde mientras todo el resto trabajaba horas extras, y salía en cualquier minuto a darle papa a la guagua. Pero algunas compañeras de trabajo comenzaron a molestarse, a pelarla. "Llegaba del trabajo cargada de mala onda, agotada, entonces mi hija se enfrentaba a una mamá amargada, con poca paciencia, que no le leía cuentos para dormir ni le daba el espacio para escucharla. Porque mi cabeza estaba dedicada a la mala onda que me provocaba ir todos los días a un trabajo que me había desmotivado". Carolina sentía que era una "mamá a control remoto" que le daba la comida rápido a su hija, que le ponía la tele a la menor maña, que la bañaba rápido, y a dormir. "¡Y no! La maternidad es un trabajo lindo, agotador a veces, pero bello, de súper entrega, donde tienes que escuchar mucho y aprender a jugar de nuevo".

Finalmente terminó independizándose. Decidió salirse de esa empresa que la tenía tan mal, dedicarse al diseño cultural que la apasionaba más y montar una oficina independiente. Sin estabilidad económica y convencida de buscar satisfacción con su trabajo, prefirió quedarse solo con su hija. "Recién ahora, que tengo 39, siento que voy recuperando mi espacio como persona", dice.

Madres autoexigentes

Nunca ha tenido la intención de ser una mamá ultrapreocupada, dice Julia, pero lo cierto es que su estilo de crianza es altamente demandante. Solo le da a su hijo comida orgánica sin azúcar ni sal, que compra en distintos lugares de Santiago. Solo lo viste con fibras de origen natural como seda, algodón, para evitar alergias. También lo viste con lana, porque es la única que abriga realmente. "No sabes lo que cuesta encontrar ropa de este tipo y que sea barata", dice.

La rutina diaria de su hijo es juego, comida y sueño. Se levanta a las 7:30 y se acuesta a las 20:30, además, una siesta de dos horas. "Esto ha modificado nuestros horarios y nuestra vida social", agrega Julia, que cuenta que no le permiten ver televisión ni oír radio. Tampoco le enseñan a contar hasta diez o los colores, ni le hacen preguntas delante del resto para que se luzca. "Cero presiones". "Con los juguetes somos más relajados, pero no aceptamos ninguno que haga un ruido grabado como muñecas que hablen o pianitos con música. Le hablamos mucho y bien y jugamos con él siguiendo su juego", agrega. También lo llevan a la plaza una vez al día. "Estas decisiones son prácticamente ir contra la corriente, por eso se hace tan pesado. Muchas personas nos cuestionan y critican, dicen que estamos criando un bicho raro que será desadaptado en el futuro".

Con tantos cuidados especiales se entiende que una madre opte por un solo hijo. "Antes tenías hijos, los alimentabas, vestías e iban al colegio, y el resto se criaba un poco solos", dice Florencia Herrera. "Ahora, cuando se piensa en tener un hijo en Chile se piensa en poder pagar el mejor colegio, que vaya a actividades extraprogramáticas, que el parto sea en un buen lugar, que la madre lea libros sobre apego y alimentación saludable. Entonces, la inversión económica y afectiva es muchísima". Además, agrega Herrera, en una sociedad en que ya no quedan muchas certezas –ni el matrimonio ni la permanencia en un trabajo– la gran relación segura que queda es el hijo. "Ese hijo es tan importante que si tienes recursos limitados de tiempo y de dinero, entonces es comprensible quedarse con uno".

Qué hay de mito (y qué hay de cierto)

Que sufren más. Que son egoístas y caprichosos. Que quieren toda la atención. Que son desadaptados. Ha llegado la hora de revisar el mito, porque los hijos únicos ya dejaron de ser bichos raros.

El estereotipo del hijo único se mantuvo por décadas y hay un responsable: Granville Stanley Hall, un sicólogo norteamericano que a fines del siglo XX lideró un laboratorio de investigación sicológica. Hall describió a los hijos únicos como peculiares e inadaptados y llegó a decir que ser hijo único "era una enfermedad en sí misma". Los académicos y estudiosos mantuvieron esa idea por casi un siglo. Hasta que apareció Toni Falbo, profesora de sicología y sociología en la Universidad de Texas en Austin, reconocida por ser una de las grandes estudiosas del tema. Y la que más ha trabajado por romper el mito.

Como hija única y madre de un hijo único, comenzó a investigar cómo fue la experiencia del hijo único en los 70, tanto en China como en EE.UU. Analizó más de 300 estudios de hijos únicos que consideraban los desarrollos de carácter, sociabilidad, rendimiento e inteligencia. En general, los estudios demostraron que no hay mediciones diferentes de estos niños, excepto que los que son primogénitos y los que tuvieron un solo hermano, tuvieron puntuaciones más altas en inteligencia y consecución de metas. Falbo dice que nadie ha publicado una investigación que pueda demostrar y confirmar ese estereotipo del hijo único como solitario, egoísta e inadaptado. Incluso, investigaciones recientes han revelado que los hijos únicos tienen una niñez más feliz. Una de esas fue un estudio inglés de Economic and Social Research Council, que encontró que la felicidad decrecía mientras más hermanos tenía un niño. Pero el fenómeno se revierte en la adultez.

SE NOTA QUE ERES HIJO ÚNICO…

"Se nota que no tienes hermanos". Isis Troncoso, que además de madre de un hijo único es hija única, siempre ha escuchado esa frase. "Y no sé por qué ¡no me siento tan extraña! Lo que sí me pasa es que necesito tener toda la atención de una persona. Inconscientemente, uno cree que es el personaje principal, como el rey de la fiesta. Cuesta entender que no es así". María Luisa Méndez (38, socióloga) también es hija única y no cree que vuelva a tener esa sensación de incondicionalidad como la que tuvo con sus padres cuando niña. "No quería tener hermanos. Yo era el centro de atención y tenía miedo a compartir ese espacio con más gente". Tiene claro que ser hija única explica muchas cosas de sí misma. "Trato de controlarlo, pero creo que hay una disposición a sentir que estás en el centro, a pensar 'debería dármelo todo' o 'debería estar para cualquier cosa'".

Para el sicólogo norteamericano Carl Pickhardt, es posible identificar la personalidad de un hijo único en la adultez. Así lo plantea en su libro El futuro de tu hijo único. Para el hijo único sus pares fueron sus propios padres, dice, entonces tuvieron una adultización temprana. Que son muy responsables, de pocos pero buenos amigos, exigen incondicionalidad y cualquier otro amor que no sea como el de sus padres, les parece insuficiente.

QUÉ HACER

"Con hermanos se aprende a vivir en un grupo, a colaborar, a escuchar, a cuidar al más pequeño y a admirar al más grande", plantea Amanda Céspedes, neurosiquiatra infantil. Para ella –que además es madre de solo un hijo– la socialización con los adultos puede derivar en dos consecuencias para este hijo único: o el niño se transforma en un "viejo chico", o continúa siendo el eterno niño regalón y mimado, incluso en su propia adultez.

La solución, dice, es que el hijo tenga una socialización adecuada, con un grupo de referencia donde encuentre pares: que vaya a un jardín infantil, invitar a muchos niños a la casa, un grupo de deporte o academia, etc. La convivencia en todo caso, es distinta entre hermanos y amigos. "Con los primeros se aprende a ceder el puesto para bañarse o compartir la ropa. Uno aprende a pelear con ellos. En casa uno no tiene máscaras".

Dalia Pollak, sicóloga del Centro de Estudios Evolutivos e Intervención del Niño (CEEIN) de la Universidad del Desarrollo tiene otra opinión. "Se tiende a creer que con los hermanos se va a aprender a compartir, a ser solidario o a empatizar, pero esto siempre va a depender de la crianza de los padres". Para Dalia, el gran factor en el desarrollo de las habilidades de los niños, es la crianza. "Es fundamental la capacidad que tengan los padres de poder intuir y reconocer lo que el hijo necesita, respetando su temperamento". Y eso, asegura, importa más que tener o no hermanos.

En defensa del estereotipo

La hora de la revancha

Por Andrés Azócar*

Basureados por décadas, los hijos únicos hemos debido soportar que nos griten que somos raros, egocéntricos, mamones, egoístas y fantasiosos. Pero esas épocas oscuras llegaron a su fin y todo lo que en algún momento fue un defecto hoy son virtudes que simbolizan el nuevo siglo.

"Un estereotipo es una verdad cansada", decía George Steiner. Y posiblemente las características de hijo único deben estar entre las verdades más acordadas socialmente. Suelen ser estereotipos moldeados desde la ignorancia, la burla y también la envidia. Pero ahí están, incrustadas en la cabeza de cada persona que quiera describir a los hijos únicos. Defectos que, si se analizan con calma, son solo virtudes.

Durante todo el siglo XX los hijos únicos han debido luchar en contra de la indiferencia, soportar familias numerosas, novias con muchos hermanos y amigos con más historias reales que uno. No cuentan con hinchadas familiares y, por supuesto, los amigos imaginarios suelen desaparecer para los momentos difíciles. Y esta lucha encarnizada en los estertores del siglo, se simboliza en los 90, la década en que se admiraba y respetaba lo normal, lo equilibrado, la política de los acuerdos, los líderes compuestos. Ser centro de mesa era mal visto y asomarse más allá del resto, poco recomendable. Pero el nuevo siglo fue para los emancipados: son los nerds, los diversos, los que se salen de lo común, quienes han ganado la atención. En la década de la sobreabundancia de información y lugares comunes, es el sobresalto el que rompe el hielo. Esta es la década de China, el país de los hijos únicos; el nuevo "centro de mesa" es el símbolo del siglo a este ascenso.

Los hijos únicos fueron diseñados para el siglo XXI, la era de la creatividad y la visualización. Es habitual que los únicos vivan mundos paralelos que a veces se confunden con la realidad. Pero eso ya no termina en terapia siquiátrica. El mundo que Peter Jackson mostró desgarradoramente bien en Criaturas celestiales, hoy es solo historia. De niños, los excesos de la imaginación son solo una forma de pasar el tiempo y llenar espacios; de grande, una fuente de ideas. En el mundo real, los hijos únicos han debido aprender a llamar la atención, no solo de madres ultraatentas a sus gracias, también de su entorno. La diferencia es que si en los 90 se sentían avergonzados por eludir los encuentros sociales muy numerosos, hoy se mueven bien en todas las aguas.

Los hijos únicos son el mejor ángulo de la evolución. Su existencia apenas daña el medio ambiente, genera consumo moderado, significa menos gastos para parejas y amigos. Son menos matrimonios y pocos

funerales. No hay castas ni padrinos en la vida de los únicos. No son producciones en serie y, por lo mismo, su valor se limita a la exclusividad. Es fácil entender, entonces, el porqué son unos engreídos e hijos de sus mamás. Un premio justo más allá del estereotipo.

*Periodista y editor de investigación de TVN.

¿Y qué pasa en Chile?

Con una tasa de natalidad de 1,9, Chile es considerado un país de baja fertilidad. Por cada pareja no alcanzan a registrarse dos nacimientos. ¿Qué puede implicar esto? Que los adultos mayores proliferen y ya no haya juventud que produzca tanto como para mantenerse a sí misma, a sus hijos, y a sus padres ancianos.

La socióloga de la Universidad Católica, Viviana Salinas, experta en demografía, dice que en Chile ocurren dos fenómenos que evitan el problema. Primero, la tasa de natalidad no es tan baja como en Europa y no debería decrecer tanto. "En la base cultural chilena la familia es muy importante. Los valores que prevalecen no van por el lado del desarrollo personal desligado de una vida familiar con hijos", explica. De este modo, el equilibrio no debería peligrar.

Además, agrega Salinas, es poco probable que en Chile se dé el problema de que no haya jóvenes para cuidar a tantos viejos, entre otras cosas, porque nuestro sistema de seguridad social descansa en contribuciones individuales. Distinto es el caso de los países europeos donde la natalidad es más baja y el sistema de seguridad social depende de los jóvenes. Pero más allá de las consecuencias demográficas y públicas, un cambio así representaría una transformación importante en nuestras vidas. Un hijo único que haya crecido y que deba cuidar a sus padres ancianos, ¿con quién compartirá la carga afectiva? ¿Con quién se turnará para ir a ver a su madre con Alzheimer? ¿Con qué familia quedará después de que sus progenitores mueran? Probablemente, dice la socióloga Florencia Herrera, los amigos adquieran una importancia que hasta ahora no se ha visto.

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