“Seamos la voz de nuestra cultura”, Cristina Calderón




La última habitante viva que habla yagán tiene 91 años y el 2009 fue declarada “tesoro vivo humano” por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Fue nominada como una de las 50 mujeres más importantes del Bicentenario de Chile y es Hija Ilustre de la región de Magallanes. ¿Su mérito? La voz. Y es que el Oráculo de esta semana nos recuerda que esta excepcional mujer porta dentro de sí el habla de una cultura entera, que se encuentra en riesgo de desaparecer.

“Soy la última hablante yagán. Otros igual entienden, pero no hablan ni saben como”, dijo desde su casa en Puerto Williams cuando fue reconocida por el gobierno como un patrimonio vivo de la cultura yagana. Cristina nació en Isla Navarino y creció rodeada de yaganes que todavía conservaban las milenarias costumbres de sus antepasados. Recién aprendió a hablar español a los 9 años y durante toda su vida ha seguido hablando la lengua yámana, compuesta de 32.400 vocablos. De adulta se convirtió en mamá y luego en abuela, pero se dio cuenta de que a la mayoría de sus 14 nietos no le interesaba aprender su lengua por temor a que los discriminaran.

Durante su vida se ha dedicado ha recopilar y conservar lo que queda de la cultura yamana y junto a una de sus nietas creó un diccionario yámana-español. Su voz y su memoria son un instrumento maravilloso, porque preservan una forma de ver el mundo que se está extinguiendo. Cristina es la figura que nos guía esta semana porque es una representación potente de la resistencia, de lo inmaterial y de la importancia de la cultura. Es que como mujeres nos toca hacer tareas que parecen imposibles y que no siempre pedimos.

  • Número de la suerte: 6.000, el número de años atrás en que los yaganes se asentaron en el extremo austral de Chile.
  • Expertas navegantes: pescadoras y perfectamente preparadas para soportar el frío austral, en la sociedad yagana las mujeres eran -y siguen siendo- importantísimas.
  • Con una habilidad única para la cestería: Cristina Calderón, además de su voz, conserva una forma de tejer propia de sus ancestros.

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