¿Por qué no puedo parar de comer aún cuando estoy llena?




¿A quién no le ha pasado eso de probar algo rico y seguir comiendo aún cuando sentimos el estómago muy lleno? ¿Quién no ha seguido comiendo como un acto mecánico que nos da un rato más de placer? Hasta ahí todo bien. No se trata de algo a lo que haya que ponerle atención. El problema está cuando ese acto nos trae repercusiones físicas. Cuando ese acto nos genera ruido y sentimos de manera silenciosa e interna que algo no está bien.

Porque claro, ese acto inocuo que podría develarse como un simple “me dejé llevar y flui con el placer” a veces esconde ciertas conductas que canalizamos a través de nuestra relación con la comida. Y es bueno comenzar a observarlo. ¿Por qué? Porque al hacerlo nos damos la oportunidad y posibilidad de tener una relación en libertad con la comida.

La gran mayoría de las veces detrás de esa conducta hay una historia crónica de restricción, de ver los alimentos como buenos y malos, como prohibidos o permitidos, como engordantes o adelgazantes. Por eso cuando nos vemos expuestos a ese alimentos “malo, prohibido y engordante” -y que lo más probable es que nos cause mucho placer-, intentamos suplir todas las veces que nos lo prohibimos. Porque puede ser la última vez en que podamos comer ese alimento o ser la última vez en que lo veamos sin ser una prohibición. Desde la carencia entendemos que hay que asegurarnos, saciarnos más de lo que necesitamos simplemente para hacer valer que lo estamos aprovechando.

También hay momentos en que, independiente de la raíz, razón o contexto en que nos encontremos, nos hemos desconectado de nuestra energía vital. Aquí no es nutricional ni calórica, es la energía que nos entregan esos momentos de intimidad con nosotros mismos. Esos momentos de hacer lo que nos nutre el alma, lo que nos motiva, nos conecta y nos vuelve a recordar quiénes somos. Los hobbies nos trasladan a espacios de calma, de reconexión, sin distracciones hacia el núcleo de lo esencial. Y ratos sucede que son tan pocos los momentos placenteros que estamos teniendo, que lo único que nos está dando placer y goce es la comida. De ahí que nos cuesta parar. ¿Qué tanto tiempo disponemos en nuestros días a nutrir ese espacio? O ¿qué tan conscientes somos de que los hemos olvidado?

A veces, simplemente utilizamos la alimentación para anestesiar, desplazar y callar emociones. ¿Qué culpa tenía ese chocolate con mi angustia? nos preguntamos. Sin embargo, es válido utilizarlo como terapia para darnos una contención y calma en esas experiencias emocionales, pero saber que lo estoy haciendo desde la emoción, para que efectivamente ese pedazo de chocolate o plato de papas fritas o helado vaya a saciar lo que tiene que ser saciado, (contención y confort) y no hacer de eso un acto inconsciente con nos lleva a un malestar físico y luego aumentar el emocional.

Si esta conducta te genera ruido, daño o simplemente no te gusta sentirte así, la invitación es a chequear qué otros espacios de mi vida no estoy atendiendo y estoy saciando a través de la comida.

Camila es Nutricionista y Health Coach. Instagram: @camilaquevedot

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.