Por qué sueño con que mis hijos se tomen un año fuera del colegio en 2021




"Soy profesora y vengo de una familia de educadores. Siempre hemos pensado que la escuela no es solamente una fuente del conocimiento, sino que un lugar de encuentro donde sentirse seguro y los niños tengan contención emocional. Donde puedan equivocarse tranquilos y también aprendan a tomar decisiones para ser buenas personas, porque lugares de información hay en todas partes. En casa, hemos pasado la pandemia con mi marido y mis cuatro hijos, Agustina (10), Rosario (8) y Facundo y Lorenzo (4), donde en un momento, llegamos a tener cuatro horarios escolares por Zoom distintos y aunque ambos hemos estado trabajando y apoyando, no dábamos abasto ni para lavar la loza para almorzar.

Ese fue el principio de las dificultades. Los mellizos quedaron en cursos separados y, como es fundamental que los padres dediquemos mucho tiempo para acompañarlos en cada sesión por Zoom, nos dimos cuenta de que no darles atención al mismo tiempo iba a ser demasiado complicado. Mientras estábamos con uno, el otro por mientras sacaba las teclas de uno de los computadores o iba a romper los platos o a rallar las murallas recién pintadas.

Después, acompañando a Rosario que va en segundo básico, le pusieron evaluaciones con la misma exigencia que las clases presenciales, tanto así, que eran igual a las pruebas de la que va en cuarto. Tenía demasiadas instrucciones que leer en la plataforma, le costaba tipear tanta información e incluso cuando escogía sus alternativas de respuesta en las pruebas, el scroll del mouse le cambiaba la que había seleccionado, y eso le provocaba una frustración tremenda. Mientras tratábamos de encontrar una solución a todos estos problemas, la mayor, de 10 años, trataba de no generar problemas y aseguraba que todas sus tareas estaban completas, lo cual en realidad no era así. Todo se empezó a escapar de las manos.

El momento más complejo, y que nos hizo comenzar a reconsiderar el modo de vida y educación que estábamos llevando, fue cuando nos dimos cuenta que la concentración ya no daba para más. En un principio, cuando tenían que aprender a apretar los botones, como el de “silenciar”, era todo nuevo y atractivo, pero cuando se dieron cuenta de que no los escuchaban del otro lado, la angustia empezó a aparecer. Intentaban gritando muy fuerte por encima de los videos y la música, pero nunca les llegaba un retorno. Solo podía pensar que tratar de replicar exactamente lo que se vive de forma presencial en el colegio a través de la pantalla, era imposible, y no valía la pena.

Como creo en que los sistemas escolares no son un lugar para hacer tareas, sino para construir comunidades seguras donde los niños se sientan valorados, esta situación fue un límite. Así empecé a pensar que si tuviese la posibilidad de darles un año sabático del colegio, para que ellos hicieran lo que les hace felices, sería maravilloso. Soñaría con meterlos a aprender distintos idiomas, con que hicieran todo el deporte que quieran y salir a caminar o tomar una pelota con ellos sin tener esa presión de cumplir con un currículum.

Pero como eso es muy difícil en este país, tenemos que encontrar una forma de equilibrar la decisión. Comenzamos a considerar meterlos el próximo año a un colegio que priorice menos las exigencias académicas y donde vayan solo unas horas, para que luego desarrollen la sociabilización en clubs deportivos, talleres, o lo que ellos elijan hacer. Uno quizás más económico, porque hoy pagamos un millón de pesos en escolaridad y con esa plata podemos llevarlos a conocer el mundo, que vivan lo que son las culturas distintas y llenarlos de nuevas historias, porque no quiero que mis hijos piensen que las únicas posibilidades que existen en la vida son estudiar Medicina, Derecho o Ingeniería.

Quiero que sean capaces de mirar el mundo y entender cómo ellos son un ser de cambio positivo y valioso en ese espacio. La pandemia me hizo darme cuenta que siento que el colegio le está cerrando las opciones de pensamiento a mis hijos y despertó una necesidad en mi de abrírselos con nuevas herramientas".

María Isabel Escutti (38) es profesora de educación física y madre de cuatro hijos.

Una opción controversial, pero no imposible

El Ministerio de Educación anunció en agosto que 81 mil estudiantes dejarían sus colegios este año producto de la pandemia, sumándose a los 264 mil que ya lo habían hecho. Pero las razones para la deserción no solamente tienen que ver con el miedo al contagio del Covid-19. Un estudio de Acción Educar 2020 llamado Deserción Escolar en Tiempos de Emergencia Sanitaria, revela que esas razones se vienen formando desde mucho antes, y que de hecho, un 30% de las salidas comienzan por que los niños sienten un mal clima en las clases, pérdida de vínculo y no están emocionalmente a gusto.

Esa es exactamente la arista que Bernardita Valenzuela, psicóloga de la Universidad Católica y certificada en el método de auto-regulación infantil “Self-Reg” considera que ha colapsado a los niños durante las clases online en pandemia. “Las clases por pantalla son una fuente de estrés muy grande, sobre todo los más chicos, porque muchas de las claves sociales con las que ellos se guían, desaparecen. Por ejemplo, si en la vida presencial uno ve que dos niños levantan la mano con entusiasmo, puedes responderle a uno mientras te acercas al otro y le tocas el hombro, para hacerle saber que estás pendiente de ambos. La pantalla no te permite leer ni prevenir esas situaciones, y por tratar de estar activo tratando de leer el contexto todo el tiempo, se vuelve agotador. Eso para un niño, es más difícil aún”, dice.

Las razones para considerar la decisión de sacar a los niños de ese ambiente, si es que no lo están pasando bien, también pueden entenderse desde el lado bio psico-social, como dice Gladys Moreno, doctora especialista en Medicina Familiar con mención en niños. “Sus neuronas están agotadas y se libera una cantidad de cortisol muy grande todo el tiempo provocando estrés, ansiedad y depresión, porque el colegio es solo un estresor más de lo que están viviendo en estos tiempos de pandemia”, mientras que Bernardita Valenzuela agrega que “lo cierto es que un niño estresado no estará apto para aprender en ningún contexto”.

Por eso, antes de plantear cuáles pueden ser los beneficios y peligros de una decisión como la desescolarización, María Jesús Saravia San Martín, Licenciada en Filosofía de la Universidad de Chile, profesora de educación media y guía pedagógica en Pu Awka AntiEscuela Secundaria en la Región de Los Ríos, cuenta que “después de preguntarme por años si el método que estamos usando en la escuela tradicional cuando hay situaciones desfavorables –como una pandemia–, entendí que si el alumno no está a gusto, no aprenderá nunca como podría haber aprendido si se sintiera bien, y sacarlo de ahí es una buena idea. Claro que es radical, porque apunta a la raíz del problema estructural nacional: no nos enseñan a habitar nuestras emociones y vivir relaciones sanas, sino que solo a competir y desear cosas”.

Pero la decisión no está fuera de dificultades. Marcela Marzolo, Directora Ejecutiva de la Fundación Educacional Oportunidad, explica que “se entienden las razones para que los padres no quieran mandar a sus hijos al colegio desde el punto de vista sanitario, pero la única posibilidad de que una educación no institucional sea sostenible, es que el niño tenga clases con profesionales de otro tipo en talleres, y eso es algo a lo que solo los padres con recursos pueden acceder”.

Lo que significa que todo quede en casa

Elegir un sistema de educación distinto al institucional no está fuera de la Ley y la educación no formal está reconocida en la Ley General de Educación, igual que los exámenes libres y la validación de estudios en distintas formas. Pero el gran riesgo de desescolarizar a un niño es que nadie se haga cargo de su desarrollo meta-cognitivo y emocional. Por eso, al momento de elegir ese camino, los padres deben entender que es una opción que conllevará sacrificios, y también recursos. Según Bernardita Valenzuela, “la decisión puede tener que ver con frustraciones con la institución que marcan un antes y un después, hasta que no da para más. Pero para eso, se necesitan mamás y papás disponibles, y con un mínimo de habilidades para hacerse cargo, ya que un año sin ningún aprendizaje, es un costo demasiado alto”.

La responsabilidad maternal y paternal aquí se vuelve protagonista. El estudio de Acción Educar 2020 plantea que el vínculo entre la familia y el establecimiento educacional, que en este caso se estaría abandonando, es un pilar fundamental para que las familias se queden en un colegio. “La participación parental se incrementa cuando sus expectativas de las capacidades educativas que ellos mismos tienen, se ven influenciados constantemente por los mensajes que proveen los docentes de un establecimiento”, dice el texto.

Cuando Pilar Crisóstomo (61), administradora de un colegio de Talagante, comenzó a darse cuenta que habían niños que no asistían a las clases por Zoom, comenzó a llamar a las casas de inmediato. Le llegaron respuestas como que el tiempo no les alcanzaba para estar en las clases con los niños, hasta la idea de cancelar la matrícula. “Hemos hecho todo lo posible por preparar a nuestros profesores para estar en constante contacto y tacto con lo que están viviendo las familias, y cuando nos metemos a Zoom, sentimos que los niños sí quieren estar ahí, si quieren ver a sus amigos y escuchar otras voces. Pero si los padres no pueden estar conectados, o no quieren aunque ofrezcamos ayuda, no nos queda más que informar al Ministerio de la cancelación de la matrícula”, cuenta.

Y es que aunque muchas veces las familias no puedan estar presentes todo el tiempo, los establecimientos escolares también tienen que desarrollar estrategias para no perderles en esta época complicada. Mahia Saracostti, profesora de la Universidad de Valparaíso y directora de la cátedra UNESCO de Niñez, Juventud, Educación y Sociedad, explica que “la deserción aumenta en pandemia porque los estudiantes se desvinculan de su lugar. Pero si los colegios piensan en promover un “compromiso escolar afectivo”, donde los niños tienen un sentido de pertenencia, valoran la institución y consideran que ellos son importantes para ese lugar, hay una serie de afectos que los harán querer volver”.

Las especialistas concuerdan en que es una urgencia pasar de ver el sistema educacional como uno absolutamente académico y meritocrático, a uno más integral y que fomente los vínculos. “Los niños no solo van a la escuela a aprender contenidos, sino que a formarse como personas y ciudadanos, por lo que es importante tratar de promover que las instituciones ayuden al bienestar emocional, porque sí las hay”, dice Mahia. Mientras que Marcela Marzolo agrega que “los aprendizajes en casa no va a reemplazar lo que el niño vive en el colegio, porque lamentablemente, estamos en un mundo súper competitivo y estandarizado. Hay que aprovechar que la pandemia ha abierto una oportunidad para que el sistema educativo se reinvente y no desaparezca, donde los niños desarrollen las habilidades necesarias para vivir en el siglo XXI”, dice.

Pero como estas habilidades relevantes también se encuentran en otras opciones educacionales, para evitar los peligros al tomar la decisión de desescolarizar, Jesús Saravia propone que “en un escenario donde vamos a poder reinventar mucho, pulsemos por el apoyo estatal a proyectos de educación no formal basados en metodologías amigables, dialógicas, no autoritarias y respetuosas de la emocionalidad. Si la antigua Constitución ya dejaba el camino libre para aprender fuera de la escuela, por qué no buscar que la nueva reconozca a la educación no formal como un derecho social y no como un privilegio”.

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