La crisis social, la familia y el sufrimiento adolescente (3ª parte)

girl-1822702_1280

El pequeño mundo de la niñez con su entorno familiar es un modelo del mundo. Cuanto más intensamente le forma el carácter la familia, el niño se adaptará mejor al mundo. Antes de querer cambiar al niño, tendríamos que querer cambiar nosotros (Carl Gustav Jung).


Llegó diciembre y la persistente incertidumbre hace estragos en familias cuyas hijas e hijos están en proceso de terminar el año. Aparte de los estudiantes que supieron días atrás que la PSU se postergó a enero, hay alumnas y alumnos de la enseñanza media que no saben dónde, cuándo ni cómo van a cerrar el año, universitarias y universitarios que han participado de extenuantes debates para tomar decisiones que jamás dejarán satisfechos a todos y padres que ya no saben qué hacer con sus hijos e hijas en la casa y en la calle.

Y es que mientras unos desaprueban que pierdan más clases, otros, principalmente de provincia y de comunas periféricas, lo único que quieren es que sus hijas e hijos se vayan de Santiago y pasen estos días en compañía de su familia. También hay padres indignados, resignados, frustrados o a lo menos, preocupados, pues las consecuencias académicas, económicas y emocionales han subido la temperatura de la sobremesa.

Así, tras semanas en que los jóvenes han marchado por las calles o han sido abducidos por sus pantallas, ahondaré en las dinámicas familiares en crisis, retomando el caso de Emilia, la adolescente que decidió tomarse un año sabático con su pololo tras rendir la PSU. En esta oportunidad pondré el foco en la familia nuclear y me apoyaré en el libro La Familia en Desorden, pues aquí la doctora en letras e historiadora del psicoanálisis, Élisabeth Roudinesco, nos muestra la evolución y las tensiones que han sufrido las familias en los últimos siglos.

Para no ir tan lejos, pocos años antes de la Revolución Francesa, Jean-Jacques Rousseau, en el Contrato Social, nos pinta el siguiente cuadro familiar:

"La más antigua de todas las sociedades y la única natural es la de la familia. Sin embargo, los hijos solo permanecen ligados al padre el tiempo que lo necesitan para preservarse. Tan pronto cesa esa necesidad, el lazo natural se disuelve. Los hijos, eximidos de la obediencia que debían al padre, y éste, eximido de los cuidados que debía a ellos, conquistan a la vez la independencia. Si siguen unidos, ya no lo hacen naturalmente sino de manera voluntaria, y la familia misma sólo se mantiene por convención (…) Por lo tanto, la familia es, si se quiere, el primer modelo de las sociedades políticas; el jefe es la imagen del padre, el pueblo es la imagen de los hijos y todos, nacidos iguales y libres, sólo enajenan su libertad por su utilidad".

Estas controvertidas palabras, no cuestionan la familia tradicional, esa que se constituye para asegurar la transmisión de un patrimonio, sino a la familia moderna, ese "receptáculo de una lógica afectiva" que, según Roudinesco "sanciona a través del matrimonio, la reciprocidad de sentimientos y deseos carnales" y que gira, como diría el psicoanalista Donald Winnicott, en torno a His Majesty the Baby. Sí, son estas familias, hasta hace poco aglutinadas por el amor o la conveniencia, las que han sido puestas en jaque por la crisis social.

Y ahora, tras un fallido año sabático con su pololo en Europa, Emilia vuelve anticipadamente con su familia, o mejor dicho, con lo que queda de ella. En su casa, antes ruidosa, reina el silencio, insoportable silencio que motivó a la mayor de las hermanas a irse a vivir con su pololo y a la segunda a acompañar a su padre, un padre que llevaba años en una relación paralela con la madre de la Isi, la mejor amiga de Emilia.

Sesión a sesión fuimos hablando de los efectos de la separación de sus padres y del hecho de que sus hermanas supieran todo meses antes de su partida a Europa. Esta información, que muchas de sus amigas y compañeras de colegio también compartían, supuestamente se le ocultó para no echarle a perder su último año en el colegio, explicación que, en sus propias palabras, la hacían explotar de rabia.

¡Me están webeando!

Las decepciones familiares de Emilia seguían y sumaban y me confesó que a esta altura sentía que sus hermanas no eran verdaderamente sus hermanas, y que sus primos y amigas del colegio habían muerto para ella. El único ser que quedaba de su viejo mundo era Matías, en casa de quien solía pasar el día y varias noches, pues le resultaba asqueante encontrarse en la que fuera su cocina familiar, con una madre constantemente rodeada de sus hermanas, amigas y botellas de espumante.

A su padre lo fue a ver un par de veces, pero con pena me reconoció que era demasiado chocante tener ahora un padre culposo y optimista, que vivía, en el papel, con Claudia, su hermana mayor, en un diminuto departamento amoblado, pero que en realidad pasaba casi todas las noches en la casa de la Isi, acompañando a su -nada nueva- actual pareja.

Emilia se puso pálida y tras un largo silencio me dijo que se había mareado de solo pensar que su padre y la madre de la su mejor amiga estaban juntos en esa casa a la que tantas veces fue y a la que constantemente sus padres la pasaban a buscar. "Me dan arcadas de solo pensar que mi papá se acuesta con la mamá de la Isi".

Las sesiones eran intensas y gracias a ellas entendí lo que era ser parte de una familia mutilada, esas familias que, de acuerdo a Roudineso, transitan "sin orden paterno" ni "ley simbólica", evocando constantes catástrofes como "los profesores apuñalados, los niños violadores y violados, los automóviles incendiados, los suburbios librados al crimen y la ausencia de toda autoridad".

Sorprendido por estas palabras, pienso en Emilia, en cómo deambula descabezada por territorios alguna vez familiares y en los tantos adolescentes que patean y lanzan piedras por las calles de nuestras ciudades. Hijas e hijos de padres mutilados, herederos de profundas carencias  y víctimas, como diría Roudinesco, de sujetos que no estaban en condiciones de ejercer la paternidad.

Muchos de estos adolescentes, al igual que Emilia en esta última etapa, probablemente crecieron en familias mutiladas que no lograron ser un receptáculo de sus deseos y necesidades, fallando, como diría Sigmund Freud, en su misión de contribuir a la civilización. Y es que para este psicoanalista vienés, la familia era concebida como la célula de la sociedad y, en este contexto, el padre era el responsable de administrar las tensiones.

Este sujeto, inicialmente admirado e imitado por sus hijos, después era odiado y simbólicamente asesinado. Tras el crimen, un crimen ejecutado en la fantasía, venía la reconciliación y con ella, la capacidad para ejercer a futuro el rol paterno, en una nueva célula familiar.

Eecuchemos a Roudinesco:

"La familia -según Freud- no sólo se define como el crisol de una fuerza esencial para la civilización sino que, de conformidad con la tesis del asesinato del padre y la reconciliación de los hijos con la figura de éste, se la juzga necesaria para cualquier forma de rebelión subjetiva: la de los hijos contra los padres, los ciudadanos contra el Estado, los individuos contra la masificación".

En definitiva, sin este padre en las familias, no hay nadie con quien descargarse, ni nadie que gestione esa rabia, por lo que el descontento se traslada a la escuela, a la iglesia, al estado o a la calle. Y esta rabia, dirigida por sujetos que no tuvieron la oportunidad de crecer en casas con legítimas autoridades, no encuentra a nadie ni a nada, capaz de contenerla, acogerla y autorizarla, pues la histórica ausencia del padre, siguiendo la lógica freudiana, impide que los nuevos hombres se erijan "a la vez en el restaurador de la autoridad, el tirano culpable y el hijo rebelde".

Cierro el libro y pienso en las imágenes que Emilia ha construido de sus nuevos padres, una madre rodeada de mujeres y copas de espumante y un padre que esconde sus heridas en un nuevo departamento y en una vieja relación que sale a la luz. Sujetos que, por sus acciones y omisiones, hoy son absolutamente desautorizados por la menor de sus hijas, una hija, cuyo discurso, en cierta medida se asemeja al clamor de muchos jóvenes, que dicen dar la lucha que no dieron sus padres.

Ellos no pudieron… ellos no se atrevieron… nosotros no tenemos miedo…

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.