Columna de Psicología: ¿Tú ves adolescentes?... los que se niegan hablar con adultos (2ª parte)

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Tus creencias no están hechas de realidades, sino más bien es tu realidad la que está hecha de tus creencias (Richard Bandler).


Aunque no seamos del todo conscientes, nuestra identidad se construye sobre una serie de creencias y valores -sobre el mundo, nosotros, los otros y nuestras relaciones- que no necesariamente son ciertos.

Es más, a veces son tan fuertes y poderosas nuestras creencias, que las asumimos como certezas. Y esto es muy típico de la adolescencia, etapa de ávida mirada y veloz inteligencia, donde los intrépidos cerebros pueden construir poderosos estereotipos a partir de pocas experiencias.

Y es tan fuerte lo que sienten, que parece imposible no sea verdadero.

Para graficar lo anterior, los invito a conocer a Sofía, la primera adolescente a la que le hice coaching, muchos años atrás, en una época en que el 100% de mis clientes eran ejecutivos adultos.

Así, mi primera misión fue arrendar un espacio para atender a Sofía -pues con mis otros clientes trabajaba en salas de reuniones y cafés- y tras varios ensayos y errores, terminé en una casa ubicada en la calle Eliodoro Yáñez, la misma donde me formé como trainer y coach.

Para mí el entorno era ideal.

Una casa blanca de dos pisos ubicada en el corazón de Providencia, con parquet, plantas por todas partes y orquídeas ubicadas en lugares estratégicos. Además, mi consulta era amplia e iluminada y desde la ventana se podía ver una hermosa buganvilia fucsia.

Me senté en mi silla de coach y sentí que el lugar me daba la paz y la seguridad que necesitaba para este desafío y a las 17.00 en punto, tal como habíamos acordado, apareció Sofía y bajé a recibirla.

Tras abrir la puerta y confirmar que era ella, la invité con un gesto a seguirme al segundo piso, pero noté que estaba escaneando todo antes de pisar el primer escalón. Y escalón tras escalón lo observaba todo hasta entrar a mi consulta.

Nuevamente miró todo a su alrededor, se sentó, tocó los brazos de la silla y me preguntó.

  • ¿Esta es tu consulta?
  • Si
  • ¿Trabajas aquí?
  • No siempre
  • ¿Y tú elegiste la decoración y las plantas?
  • No
  • Se nota

Tras un breve silencio, le pregunté qué la traía por estos lados, y haciendo caso omiso de mis palabras, siguió hablando.

"Me encantó el barrio. Nunca ando por acá y menos sola. Me encanta que todo sea viejo y sucio, que haya taco y ruido".

Silencio

"En mi casa sólo se escuchan pájaros y todo está limpio, impecable, y aunque no me gusta la decoración, me encantaron las plantas y las flores".

  • ¿Cómo se llaman las que están en la entrada?
  • Orquídeas
  • ¿Y esa de la ventana?
  • Buganvilia
  • ¿Y tú sabes mucho de flores?

Antes de que pudiera responder, Sofía me dijo que era el primer hombre que conocía que era capaz de nombrar correctamente las flores.

Inesperadamente y muy a destiempo, procedió a responder mi pregunta original

  • Mira, acepté venir, porque hacía rato que quería hablar con alguien. No sabía con quién, pues no quería hablar con nadie de mi familia, de mi colegio y menos, con alguno de los psicólogos y psiquiatras que me recomienda mi mamá. Me da lata hablarles, porque ya sé perfectamente qué me van a decir, qué me van a recomendar y qué esperan que haga.
  • ¿Y qué es lo que quieren que hagas?
  • Pues lo obvio, lo que mi mamá les dice que hagan. Todos le hacen caso y supongo que me llamó la atención que tu no le hicieras caso a mi mamá.
  • ¿Y de qué quieres hablar?
  • No lo sé, no tengo idea, con las únicas que hablo son mis amigas y la verdad es que necesitaba hablar con alguien distinto.
  • ¿Qué significa hablar con alguien distinto?
  • Mira, no sabía cómo ibas a ser. Primero me imaginé que ibas a ser un viejo canoso, con pinta de sabio, o un psicólogo de esos que andan como apolillados, pero vi tu foto de Linkedin y fue una gran decepción. Ahí vi que también eras consultor y pensé que iba a llegar a una oficina como la de mi mamá y que me iba a encontrar con alguien de terno y corbata. Y no, otra decepción. Y ahora que sé que eres un hípster que le gustan las plantas y las flores no sé qué pensar.

Francamente quedé plop, pero lo que más me inquietaba era que si bien había escuchado la palabra hípster, no sabía bien su significado y se lo pregunté…

  • Son viejos que hablan como viejos, trabajan como viejos, pero se visten como niños y andan en bicicleta. Te apuesto a que andas en bicicleta entremedio de todo este taco.
  • Sí.

En ese momento la vi sonreír victoriosa.

Se veía cómoda y aproveché ese instante para decirle que gran parte del éxito del coaching se basa en que la persona quiera venir y cambiar...

Dicho lo anterior, abrió su mochila y empezó a buscar algo.

Con una sonrisa en la mano, sacó el cheque que le había pedido a su madre y me lo extendió mirándome a la cara.

  • Mi mamá ya pagó el mes, así que no voy a faltar, pues no me la va a ganar. E independiente de lo que ella quiera, hasta el momento lo he pasado bien.
  • No entiendo.
  • No importa, no tienes nada que entender, y hoy al menos, no quiero hablar de ella, pues me interesa mucho más saber a quién se le ocurre decorar una consulta y llenarla de sapos y autos.

Dicho lo anterior, Sofía se levantó y se puso a revisar una estantería donde efectivamente había una colección de autos en miniatura… y perdonen la corrección… ranas

  • Ranas… son ranas…
  • Otro día me cuentas más y me explicas cómo puedes trabajar en un lugar que no tiene nada tuyo, pues yo te imagino minimalista total, zen, a lo más, imagino pondrías una bicicleta en miniatura en esa repisa.

No supe que decir y francamente daba igual, porque el foco de Sofía era la casa y el barrio.

  • En un momento pensé que esta era tu casa, pero al verte me di cuenta que no y pensé, eres muy chico para una casa tan grande. También me di cuenta que no había autos estacionados y al verte vestido así, supuse que eras un ciclista que monta esos fierros de paseo.

Sorprendido por la enorme cantidad de información que Sofía recogió del entorno y por la cantidad de juicios que podía emitir, pasé a la ofensiva:

  • ¿Y si estuvieras equivocada?
  • ¿Cómo?
  • Imagínate que todo lo que has pensado no fuera cierto.
  • No entiendo.
  • Qué pasaría si te dijera que esta casa es mía, que me fascinan las ranas, que en el subterráneo tengo una 4x4 y que no sé nada de flores y plantas.

Sofía se quedó en silencio y sin atinar a nada sólo me dijo… "tela".

¿Qué es tela?, le pregunté

Sofía se río y me explicó que era algo así como alguien que te cae bien y, mirando la hora en su celular, me dijo que quería venir la próxima semana.

Perfecto, le dije y saqué mi agenda de papel y Sofía no pudo evitar comentar que ya nadie usa esas cosas y me preguntó si no usaba el calendar u otra aplicación.

Esta vez sólo le sonreí, la acompañé a la puerta y antes de cerrarla la detuvo y me preguntó.

  • ¿En serio tienes una 4X4 en el subterráneo?

Esta fue nuestra primera sesión y sonreí al recordar cuán fuertes -y erróneas- pueden ser algunas de nuestras creencias en la adolescencia. Y seguí sonriendo porque en mi trabajo con adultos es muy difícil encontrarse con alguien que se atreva a dudar tan rápido sobre sus mapas de la realidad.

En definitiva, Sofía se atrevió a dudar, primer paso para modificar creencias que limitan nuestro crecimiento y la invitación es acompañarla a ella y a otros adolescentes, para revisar como andamos por casa. Quién sabe, en una de esas podemos identificar pensamientos que frenan nuestro potencial y nuestra capacidad de relacionarnos bien con los otros y con nosotros mismos, y podemos actualizarlos.

Revisa la primera parte de esta columna aquí

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