El legado




Es obvio que defiendan el legado. Es el suyo, no solo el de la Presidenta. Concentrar en ella el aplauso o la crítica es el mismo oportunismo. Son corresponsables de una gestión que gozó de un inusual control del Ejecutivo y del Parlamento, gracias a iniciarse con apoyos ciudadanos inéditos. Pero terminó derrotada inapelablemente y devastada políticamente. Ese no es el juicio a algún funcionario, ni excluye alguna obra meritoria. Es el balance entre lo que ciudadanía esperó y lo que siente recibió.

Comprendo que busquen justificarse, pero no veo futuro solo vendiendo bondades de un pasado, para peor, mal evaluado por la mayoría. En primera vuelta ganaron abrumadoramente los que, por derecha e izquierda, enarbolaban banderas de discontinuidad. Y en segunda, contradiciendo sumas ilusorias de izquierdas y derechas, la discontinuidad triunfó rotundamente. Quizás eso ayuda a entender que pocos compraran a Piñera como amenaza. Entre el miedo a Piñera y el miedo a Guillier, el votante de centro prefirió arrancar de este último. Al día siguiente, más que un país piñerista, había un país aliviado. Es absurdo continuar esa cantinela como oposición.

Pero hay más. Los legados son veleidosos. Para la mayoría, la dictadura de Pinochet no es la economía de mercado, hoy consenso en el mundo y el país. Lo es, aquello que nadie quiso heredar y por eso mismo, la distingue: la violación de los derechos humanos. Así será siempre. Un cambio perdurable, por los consensos que concita, pasará a ser de todos, no de sus artífices. La herencia suele identificarse con aquello que ya nadie quiere. Lo perdurable la sociedad lo transforma en consenso y pasa a ser patrimonio de todos.

El problema de la izquierda neomayorista es otro. Perdió su futuro. Perdió su alianza de partidos de centro e izquierda. Ya era menos que un proyecto social y político compartido, de centroizquierda; y terminó siendo jirones. Perdió vínculo ciudadano mayoritario, por elitista y despectiva de la opinión pública, sosteniendo insensible que ya entendería las reformas que ahora rechazaba. Perdió su comprensión del presente, cuando despreció la importancia del crecimiento y el empleo. Cuando vio reclamos de "cambio de modelo" donde el anhelo era por más espacios en el modelo que los sacó de la pobreza. Cuando desdeñó la excelencia e impecabilidad ética de la gestión pública como condición de respeto a un pueblo empoderado. Cuando ignoró los desafíos nuevos del mundo laboral del siglo XXI, especialmente en mujeres y jóvenes, y se concentraron, como única inquietud laboral, en apuntalar una CUT que se desmoronaba. Cuando sus reniegos permitieron a Piñera apropiarse de la obra de la Concertación.

No es bueno seguir cerrando los ojos. Su legado no es bueno, pero hay algo peor. Es el desprecio y desconsideración a la opinión de las mayorías y la ausencia abismante del futuro y del siglo XXI en su cultura.

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