Pablo Neruda: la historia oculta tras la obtención del Nobel

Consciente de su valía como poeta, a partir de la década de 1950 el parralino comenzó a desplegar una campaña en pos de obtener el galardón. Consistió en publicar libros de manera periódica, intervenir en los debates culturales, aparecer en la prensa. Además, solicitó la ayuda del Estado, en la que se destacaron dos decisiones claves de Salvador Allende. Pero también enfrentó obstáculos, como la CIA. Este es el relato de la trastienda de un hito histórico que este jueves 21 cumple cinco décadas.


El telegrama desde la Embajada chilena en Suecia llegó urgente a Santiago. Era el 20 de octubre de 1971 y pese a lo cortado que suele ser la redacción de su mensaje, traía una de esas esas noticias que son para enmarcar. “Informaciones confidenciales sostenidas Embajada indican que Premio Nobel sería concedido mañana Neruda. Ruego a US. máxima reserva vista información no está confirmada”.

El documento, extraído desde el Archivo Histórico del Ministerio de RR.EE. de Chile y que aparece en el libro Pablo Neruda – Salvador Allende, una amistad, una historia (RIL Editores, 2014) del investigador Abraham Quezada (uno de los principales estudiosos de la obra del vate), expone no solo una noticia crucial, sino que da cuenta que desde la maquinaria misma de las relaciones exteriores estaban bastante a caballo con las gestiones para que a Pablo Neruda le fuese concedido el Premio Nobel de Literatura, el máximo galardón de las letras mundiales.

El camino para eso fue largo.

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Si se indaga en los archivos en línea del sitio del Premio Nobel, que libera la información de quienes fueron candidatos 50 años después de cada edición (aunque solo se encuentra actualizado hasta 1966), se observa que la primera vez que Pablo Neruda estuvo formalmente nominado como candidato al galardón fue en 1956, cuando su postulación fue levantada por el profesor de Literatura de la Universidad de Aix-en-Provence, André Joucla-Ruau.

Hasta esa década, Neruda ya había publicado los libros que le dieron un nombre: Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Residencia en la tierra (1935) y el monumental Canto general (1950). Desde ahí, comienza una intensa producción que alcanza otros títulos relevantes, como Los versos del capitán (1952), Las uvas y el viento (1954), y Odas elementales (1954).

Ese torrente de publicaciones, que mantuvo hasta su muerte no era casualidad. Era parte de una estrategia que el poeta estaba desplegando para llamar la atención de la Academia Sueca. “Es la época de la gestión del talento, empieza a administrar la pyme poética que es”, señala a Culto Abraham Quezada. “Su estrategia era publicar cualquier cosa, era una máquina, y se preocupaba que tuvieran ediciones en varios países. Tomó el estilo de difusión que realizó Mistral, quien también se preocupaba de aparecer en la prensa, con columnas, con opinión, con entrevistas”, agrega el investigador.

Quezada agrega que esa estrategia de difusión la complementaba con recorridos por el globo. “Sus visitas a los países no eran anónimas, si llegaba a un país se reunía con el Presidente de la República, no menos. De 1950 en adelante, eran relaciones públicas de alto nivel, porque era lo que él buscaba”.

¿Por qué lo perseguía con tanto afán? “Estaba consciente de su talento poético sin ser engreído -afirma Quezada-. Para él, en América Latina solo había un poeta a quien consideraba un auténtico par: el peruano César Vallejo”.

Otro paso importante que acercó a Neruda al galardón fue su militancia política. Es sabido que hasta su muerte formó parte de las filas del Partido Comunista, por el cual incluso fue senador, entre 1945 y 1948, cuando fue desaforado y debió partir al exilio. “Una cosa que le permitió alcanzar el Nobel se debe a que fue parte de una red de intelectuales y políticos de izquierda. Su militancia comunista fue clave, porque era un partido de implantación planetaria, al menos el PC chileno es internacionalista. Sin esa red no se entiende”, explica Abraham Quezada.

Además, Neruda había aprendido a tener tacto. En 1966, desde Cuba se hizo pública una carta contra el poeta acusándolo de “falta de compromiso político”, la que circuló en los principales círculos intelectuales. Fue toda una operación “incluso la mandaron a la Academia Sueca”, señala Quezada.

El poeta reaccionó sobre el asunto, pero de manera privada. En carta a su amigo venezolano Miguel Otero Silva, en octubre del 66, le dice: “¿Has visto la villanía, la perversidad, la traición y el error de los Guillenes de Cuba?”. Pero su rabia quedó ahí, en los papeles. “Podría haber hecho un escándalo mayor, pero él no podía poner en riesgo su llegada al Nobel, porque iba a aparecer como un tipo disruptivo, que genera conflicto, que no era consistente con lo que pensaba”, agrega Quezada.

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El año en que pudo ser

Mientras Neruda publicaba libros como si se le fuera a ir la vida, visitaba países, hacía relaciones públicas y aparecía en la prensa, subterráneamente le salió un enemigo al paso. Nada menos que la mismísima Central Americana de Inteligencia, la CIA.

En su libro La CIA y la guerra fría cultural, la historiadora británica Frances Stonor Saunders da cuenta de las gestiones que el organismo realizó para impedir que la Academia Sueca galardonara al oriundo de Parral. Si hubo un año en que eso se recrudeció, fue en 1963, porque a John Hunt, encargado de la oficina de la CIA en París le llegó la información: Neruda era candidato fuerte para el Nobel de 1964.

Ante eso, decidió actuar y preparar un informe para ser enviado a la Academia Sueca e influir en las siempre herméticas deliberaciones del premio. El documento, señala Stonor Sanders, “se centraba en la cuestión del compromiso político de Neruda y afirmaba que era ‘imposible disociar al Neruda artista, del Neruda propagandista político’. Lanzaba la acusación de que Neruda, miembro del Comité Central del Partido Comunista Chileno usaba su poesía como ‘instrumento de un compromiso político que era total y totalitario’; era el arte de un hombre que era estalinista ‘militante y disciplinado’”.

Para ese 1964, la guerra fría estaba en su punto más alto de tensión. El muro de Berlín llevaba 3 años construido; habían pasado solo 2 años de la llamada Crisis de los misiles, que estuvo a punto de causar un enfrentamiento armado entre EEUU y la URSS; la guerra en Vietnam ya estaba desatada y los soviéticos habían puesto en 1961 al primer ser humano en el espacio: Yuri Gagarin.

Mientras tanto, la candidatura de Neruda para ese año fue levantada -según consta en el archivo en línea del Nobel- por Ragnar Josephson y Bengt Holmqvist, académico y editor sueco, respectivamente. De hecho, el primero también había puesto al autor de Crepusculario como candidato el año anterior. Si se revisa la lista total, habían rivales formidables: Samuel Beckett, Jorge Luis Borges, Rómulo Gallegos o Robert Lowell.

Neruda había publicado su Nuevo canto de amor a Stalingrado en 1943. Para Abraham Quezada, fue ya en esa época cuando la CIA comenzó a ponerle atención. “El seguimiento a Neruda comenzó cuando estaba en México, de cónsul general. Estaban atentos a lo que hacía, decía, y a dónde viajaba, todo desde el canto a Stalingrado”.

Además, la CIA le hacía otras zancadillas. “Le costaba que le dieran visas para ingresar a Estados Unidos o a Inglaterra, finalmente entraba por permisos especiales, ¿por qué? Porque era un pez gordo comunista”, argumenta Quezada.

Finalmente, el Nobel de Literatura de 1964 fue concedido al intelectual francés Jean Paul Sartre, quien, sorpresivamente lo rechazó. En una carta pública al diario Le Monde, donde explicó su decisión, el filósofo mencionó algo clave: “Sé que el premio Nobel en sí mismo no es un premio literario del Bloque Occidental, pero es de lo que está hecho, además pueden ocurrir eventos que están por fuera de los terrenos de los miembros de la academia sueca. Esta es la razón por la cual, en la presente situación, el Premio Nobel se mantiene objetivamente como una distinción reservada para los escritores de Occidente o los rebeldes de Oriente. No ha sido otorgado, por ejemplo, a Neruda, quien es uno de los más grandes poetas latinoamericanos”.

Movimientos claves

Pese al mal trago de 1964, Neruda siguió su empeño. Para esos entonces, ya había buscado el apoyo oficial más comprometido desde los respectivos gobiernos de la época. “Pedro Aguirre Cerda ayudó a que Gabriela Mistral ganara el Nobel, ubicándola en buenas destinaciones, promoviendo sus libros, esa experiencia Neruda la conocía”, señala Quezada. En todo caso, el investigador señala al respecto que la estrategia desde el Estado para ayudar al parralino fue más bien difusa. “A ratos se promovía la publicación de los libros de Neruda al inglés o mandarlo en comisión de servicio”, señala.

De todas maneras, menciona lo que sí ocurrió. “Hubo gestiones del diputado Baltasar Castro, del Partido Agrario Laborista, el partido de Carlos Ibáñez del Campo. Él hizo varias gestiones con el gobierno de Jorge Alessandri para promover la figura y la imagen de Neruda”.

También señala la ayuda que Gabriel Valdés prestó en 1966, como parte del gobierno de Eduardo Frei Montalva, en una exposición que se hizo en la mismísima Estocolmo, a la que fue invitado Neruda.

Pero lejos los movimientos más relevantes los hizo Salvador Allende apenas asumió como Presidente. No fueron muchos pero sí importantes. El primero, mandó a Neruda como embajador en Francia. “No es menor estar en Francia para estar presente en del debate cultural y lo conocieran en el occidente europeo -señala Quezada- además porque Miguel Ángel Asturias ganó el Nobel en 1967 siendo embajador de Guatemala en Francia”.

La segunda decisión clave de Allende fue nombrar como embajador en Suecia a un amigo de Neruda. “Era Luis Enrique Délano, el padre de Poli Délano, no era casualidad. Allende no mandó un enemigo de Neruda a Estocolmo”, explica Quezada.

Las gestiones de Délano, sumado al despliegue que el autor de Estravagario fue haciendo durante su vida, finalmente prosperaron, y el 21 de octubre de 1971 la Academia anunció que Pablo Neruda, entonces de 67 años, era el flamante Premio Nobel de Literatura “por una poesía que con la acción de una fuerza elemental da vida al destino y los sueños de un continente”.

El popular matutino Clarín (“Firme junto al pueblo”) en su edición del 23 de octubre de 1971 señaló: “El país entero se emocionó. Los rotos pampinos, los campesinos que hacen parir la tierra, los ovejeros de la pampa magallánica, los pescadores desafiando el océano, los arrieros, los mineros, los obreros de la construcción, las mujeres en su casa parando la olla, los intelectuales, los empleados, todos, de capitán a paje, nos sentimos más importantes, más chilenos”.

La ceremonia tuvo lugar el 10 de diciembre y el premio se lo entregó el rey Gustavo Adolfo VI. En su discurso de aceptación, vestido de impecable frac, Neruda hizo un repaso de su vida, haciendo énfasis cuando debió arrancar arriba en la Cordillera de la persecución de gobierno de González Videla. Además, repasó a su fallecido enemigo Vicente Huidobro: “El poeta no es un ‘pequeño dios’. No, no es un ‘pequeño dios’. No está signado por un destino cabalístico superior al de quienes ejercen otros menesteres y oficios. A menudo expresé que el mejor poeta es el hombre que nos entrega el pan de cada día: el panadero más próximo, que no se cree dios”.

Asimismo, citó al francés Arthur Rimbaud, una de sus influencias, y parafraseó una de sus frases: “Sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres”.

Y vaya que tuvo ardiente paciencia Neruda.

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