El hombre que inventó Alturas de Machu Picchu

Los Jaivas grabando Alturas de Machu Picchu junto al productor peruano Daniel Camino (al medio, de poncho café).

Hace 40 años, el 8 de octubre de 1981, los chilenos vieron por primera vez un especial de TV que hoy es leyenda: Alturas de Machu Picchu, con Los Jaivas cantando desde las ruinas incas. Pero ni esa emisión ni el disco fueron ideas del grupo. De principio a fin, todo nació de la cabeza de un productor peruano que apenas conocían.


Ordenó un par de maletas, dejó el barrio limeño de Miraflores y se marchó con destino a París sin siquiera conocer la dirección donde residían. En un mundo sin WhatsApp ni Google Maps, el viaje era una misión kamikaze. Al llegar acordó reunirse con el único contacto chileno que tenía en la capital francesa, el pintor René Olivares, a quien le pidió un favor que casi semejaba un acto de supervivencia: donde sea que estén, llévame al lugar en que viven Los Jaivas.

Olivares, íntimo amigo del grupo y responsable del diseño de sus álbumes, lo acompañó una noche de ese diciembre de 1980 a la gigantesca casona de los músicos en la comuna de Chatenay Malabry, donde sin muchos preámbulos el productor peruano los desafió con la propuesta más ambiciosa y descabellada que habían escuchado en toda su carrera.

“No nos sentíamos dignos de algo así, no se nos había pasado por la cabeza, no nos calzaba. No lo tomamos muy en cuenta. Faltaba algo que hiciera estallar la llama. Nos tuvieron que convencer, pero costó harto”, admite hoy Eduardo Parra, fundador y tecladista del quinteto.

Muchas veces, la ruta de los grupos hacia sus obras maestras es imprecisa y accidental. El boleto hacia su nirvana creativo por momentos necesita ser obsequiado por otros. Alturas de Machu Picchu es la obra mayúscula de Los Jaivas y una cima de la cultura popular del país, potenciada por el célebre especial televisivo que condujo el escritor Mario Vargas Llosa y que los chilenos vieron por primera vez hace 40 años, el 8 de octubre de 1981 en la franja cultural de Canal 13.

Pero no fue idea de Los Jaivas. Todo nació desde la cabeza de Daniel Camino Diez Canseco.

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Hijo de una dueña de casa y de un diplomático que ocupó importantes puestos de embajador, Camino era un respetado productor cinematográfico peruano que desde los 12 años demostró su interés por el espectáculo cuando montaba shows de marionetas para su familia, donde cada figurita era un personaje de la música de su tierra. “Siempre fue muy fantasioso para imaginar todo tipo de cosas. Era novelero y obsesivo compulsivo. Pero eso se transformó en su principal virtud”, califica desde Lima su hermana, Patricia.

En su juventud se fue a estudiar cine a México -bajo la mirada reprobatoria de su padre-, lo que le sirvió para trazar amistad con lo más elevado de la elite artística de ese país, como la actriz María Félix o el comediante Mario Moreno “Cantinflas”. También fue la llave que lo hizo soñar con Hollywood, hasta donde llegó para contactar a Greta Garbo y Anthony Quinn con el propósito de llevar al cine una de las grandes obsesiones que recorrió su vida: la novela Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Apenas pudo telefonear a un par de productores. Los actores nunca se enteraron y el proyecto quedó en nada.

Camino junto a Cantinflas. FOTO: Gentileza Patricia Camino

Pero fue la primera señal de un empeño que también marcaría su trabajo: convertir a la literatura en algo más que páginas de un libro. Darle otro cuerpo y otra vida. De hecho, en 1969, mientras estaba en una fuente de soda en Lima, compuso la letra y la melodía de una de las cumbias más famosas de Latinoamérica, Macondo, aquella que precisamente pasa lista a los personajes de la obra del Nobel colombiano, anunciando el principio que “los cien años de Macondo sueñan/ sueñan en el aire”, para después corear “mariposas amarillas, Mauricio Babilonia/ mariposas amarillas que vuelan liberadas”.

Su primera versión estuvo en la voz de su compatriota Johnny Arce, aunque después se extendió por el continente gracias a los más diversos artistas, como pasó en Chile en 1993 con el grupo Sexual Democracia junto al cantante venezolano Luisín Landáez.

También a principio de los años 70, Camino consiguió su mayor acercamiento al cine global al participar como asesor del actor Dennis Hopper en la película The last movie, rodada en el Cuzco. Y en ese mismo decenio, tuvo su primer punto de contacto con Los Jaivas. Aunque nunca llegaron a conocerse.

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El cineasta y fotógrafo argentino Umberto Sagramoso había capturado algunas de las imágenes más reconocidas de la agrupación chilena -además de poner su crédito en muchas portadas célebres del rock argentino, como la de Clics modernos, de Charly García- y un día de 1976 llegó hasta donde Los Jaivas, que por esos días vivían en Zárate, para proponerles que compusieran la banda sonora de una película.

El grupo chileno con sus familias durante su vida en Argentina.

El filme se llamaba Caminos y trataba de un viajero que llegaba a Machu Picchu a través de El Camino del Inca, trayecto en el que de pronto se le aparecía una corte incaica que lo transportaba en el tiempo y el espacio. Nada mal como adelanto de lo que vendría años más tarde. Para el plan, ya tenía comprometido a un productor peruano que meses antes se le había declarado fanático de Los Jaivas: precisamente Daniel Camino. Fue la primera vez que los artistas nacionales tuvieron una noción -aún lejana- de ese nombre.

“Como familia siempre supimos que Los Jaivas lo deslumbraron desde el primer momento que los escuchó, porque en esa época se valoraba muy poco lo ancestral, nadie lo tomaba en cuenta. Entonces le encantó que estos señores tuvieran esa fusión con lo latinoamericano que no era tan común”, recuerda su hermana.

Con el proyecto en curso, Los Jaivas se encerraron en un estudio de Buenos Aires a grabar los temas de la futura cinta, los que fueron entre extensas improvisaciones y piezas breves para ambientar ciertas secuencias muy precisas, siempre intentado imaginar ese Machu Picchu que ninguno de ellos conocía.

“Era música loca y volada que tuvimos que hacer en base a un argumento y a una historia puntual que se nos presentó”, describe el pianista Claudio Parra. Pero cuando ya tenían el soundtrack listo, vino el portazo: el largometraje Caminos, por distintos factores, no se llevaría a cabo. El grupo debió archivar el disco, inédito hasta hoy, en manos del propio Claudio Parra como oro puro de la arqueología Jaiva. “Quizás en algún momento va a salir a la luz”, promete el músico.

Los chilenos no volvieron a saber de Daniel Camino hasta esa noche de 1980 en que asaltó vehemente la casa de ellos en Francia para ofertarles otra travesía musical en dirección hacia la más impresionante ciudad inca. Aunque esta vez fue cara a cara y sin intermediarios. Eso sí, la idea de Alturas de Machu Picchu se había empezado a incubar con una trama levemente distinta.

Camino tomó un avión Lima-París con la finalidad de que los autores de Mira niñita tocaran en el lugar para un programa de TV, pero que funcionaría como una suerte de gran cantata sudamericana, donde también estarían la intérprete argentina Mercedes Sosa, y las peruanas Chabuca Granda e Yma Súmac. Además, la ambición era que todos recrearan la sección de poemas de Pablo Neruda dedicados a Machu Picchu e incluidos en su Canto General.

Cuando el peruano por fin pudo llegar hasta donde Los Jaivas, gracias a René Olivares, los artistas apenas lo escucharon. Eduardo Parra rememora: “Llegó súper embalado con esa idea, la venía rumiando hace meses, lo único que quería era encontrarse con nosotros y convencernos. Por ejemplo nos decía: ‘imagínense un afiche que diga Machu Picchu - Neruda - Los Jaivas y otros cantantes. Qué maravilla sería, ¿no?’. Pero no estábamos convencidos, no nos sentíamos capacitados, creíamos que hacer algo así, revivir a Neruda de ese modo, correspondía a personas con una carrera más amplia. Pero a él nadie lo sacaba de su posición”.

Claudio Parra asegura que el final optaron por cierta indiferencia y por un “ya bueno, ahí veamos” -casi para dejarlo tranquilo-, lo que él tomo como una manera indirecta de aprobar su plan. Les dijo que los llamaría en tres meses más con todo listo: permisos, pasajes, traslados, hoteles, cámaras, Vargas Llosa y apoyo gubernamental.

“Ahí había otro problema: no sabíamos de manera tan concreta quién era él y hasta dónde podía llegar. No sabíamos si tenía poder o no en Perú”, acota Claudio. Luego sigue: “Era un proyecto muy vago y ambicioso, como los que hasta hoy nos llegan, que pueden resultar o no”.

Pero Camino sí tenía redes en su país. Su madre era prima del presidente peruano de ese entonces, Fernando Belaúnde, y el mismo Camino, debido a su estatus en la escena cultural, había asentado una gran amistad con Vargas Llosa. Lo conocía desde los años 60 e incluso un par de veces lo invitó a dar charlas a colegios. Por tanto, no le resultó difícil sumarlo.

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Cuando tenía todo resuelto en Perú, en la primera parte de 1981 llamó y les escribió cartas a Los Jaivas para saber cómo iban con las canciones que darían épica y contenido al disco y al programa de TV. “Estábamos en una larga gira por Europa y, de verdad, no habíamos hecho absolutamente nada. Nos habíamos olvidado completamente, pero él se lo tomó muy en serio”, reconoce Claudio Parra.

La banda en Europa.

Camino envió otras misivas irritado por el retraso y la indolencia de los chilenos, sobre todo cuando él ya había cumplido su parte, por lo que para desterrar la falta de compromiso también les mandó una copia del Alturas de Machu Picchu nerudiano. “Le tuvimos que sacar fotocopia y cada uno se lo andaba aprendiendo en la gira. Cada uno trataba de estudiar la rítmica y de aportar detalles para poder ir musicalizando sus fragmentos. Cuando llegábamos a las ciudades donde tocábamos, aprovechábamos las pruebas de sonido para trabajar las ideas de ese futuro disco”, continúa el mismo Claudio.

Patricia Camino añade: “A Daniel yo lo veía en Perú muy entusiasmado, estaba feliz con que todo avanzara, por eso tuvo esa paciencia con Los Jaivas”.

Pese a que ambas partes habían alcanzado al final la concordia, los plazos eran estrechos. Tras el tour, los creadores de Todos juntos retornaron a París y, reunidos en una sala donde colgaron una imagen de las ruinas incaicas en la pared, compusieron los dos primeros tracks del disco, Águila sideral y Sube a nacer conmigo hermano.

Debieron retomar la gira europea en mayo de 1981, por lo que aprovecharon un par de días libres en Colonia, Alemania, para arrendar un estudio del sello EMI y grabar ambas composiciones, las que despacharon de forma casi inmediata a Sudamérica con el propósito de que sonaran como singles. Y también, nuevamente, para tranquilizar a Camino. Entre julio y agosto, terminaron de grabar el resto del álbum.

Los Jaivas compartiendo en una de sus tantas paradas de la gira europea.

En síntesis, el más grande disco que alguna vez haya creado un grupo de músicos chilenos se hizo en medio de una gira, abriendo espacio entre las pruebas de sonido, apurando las composiciones y presionados por un productor que estaba a un océano de distancia. Los Jaivas habían sorteado la prueba convencidos de que eran un conjunto dotado de un talento magistral.

Todos juntos: Los Jaivas en las alturas de Machu Picchu

Casi como una forma de festejarlo, a fines de agosto regresaron a Sudamérica para hacer una gira que incluyó varios shows en Chile, partiendo por tres fechas históricas en el Caupolicán. Tras ello, viajaron a Machu Picchu a grabar el consabido especial ya perpetuado como leyenda. Por esos mismos días llegó a las tiendas el disco, bajo el sello SyM, una pequeña discográfica levantada por el dúo chileno Sonya y Myriam para apoyar nombres alternativos o incipientes.

Camino era el más feliz de todos. Había cumplido su mayor sueño, aunque meses antes había descartado por distintos factores la inclusión de otros artistas. “Al final fue para mejor que no haya resultado con los otros”, se ríe hoy con inofensiva malicia Eduardo Parra.

Daniel Camino en los días en que grabaron el especial Alturas de Machu Picchu en las ruinas incas. FOTO: Gentileza Patricia Camino.

La hermana de Camino dice que el productor recordó hasta el fin de sus días a Alturas de Machu Picchu como uno de sus proyectos más queridos y memorables. Claudio Parra se juntó con él en su departamento en Lima un par de años antes de fallecer, el 23 de julio de 2010, como consecuencia de un infarto al corazón. Para su funeral, varios amigos tocaron fuerte la cumbia Macondo. Pero es probable que él también hubiese querido que se oyeran los ecos latinoamericanos y siderales de la obra que él como nadie ayudó a concebir.

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