“Trump aporta una frescura saludable”: Michel Houellebecq, las nuevas intervenciones de un provocador

Más intervenciones, se llama el volumen que Anagrama acaba de publicar en Chile y que compilan parte de los textos de opinión del escritor francés. En sus páginas, pasea por una variedad de temas. Desde la literatura a la política. Siempre políticamente incorrecto, defiende a Trump, opina favorablemente del conservadurismo y revela su fanatismo por Neil Young.


“El conservadurismo puede ser fuente de progreso”, anotó en 2003 el escritor francés Michel Houellebecq en una columna publicada en Le Figaro. Osada declaración para alguien que pertenece a la industria cultural, donde la mayoría pertenece o simpatiza con la izquierda. Pero Houellebecq, lo sabemos, es alguien que no se amarra a nada y tiene sus ideas propias.

Aunque en la misma línea asegura: “El conservadurismo puede ser fuente de progreso, del mismo modo que la pereza puede ser madre de la eficacia. Lo que explica en gran parte que comprender la actitud conservadora sea tan poco frecuente”. Ahí, hace la distinción entre lo conservador y lo reaccionario. “Al contrario que el reaccionario, el conservador carece tanto de héroes como de mártires; aunque no salva a nadie, tampoco causa víctimas; en suma, no tiene nada de especialmente heroico; pero es, y en esto consiste uno de sus atractivos, un individuo muy poco peligroso”.

Michel Houellebecq fumando un cigarrillo.
Michel Houellebecq fumando un cigarrillo. Imagen de El Mundo.

Houellebecq lo explica así: “La innovación cansa. Toda rutina, buena o mala, tiene la ventaja de ser rutinaria, es decir, de poder llevarse a cabo con un mínimo esfuerzo. La raíz primordial de cualquier conservadurismo es la pereza intelectual. Ahora bien, la pereza que lleva a la síntesis, a la búsqueda de rasgos comunes más allá de las diferencias superficiales es, a nivel intelectual, una potente virtud”.

Tal como ocurrió con Intervenciones (2010), donde se compilaron algunos de sus escritos de opinión, la editorial catalana Anagrama acaba de publicar en nuestro país una segunda parte, Más intervenciones, donde se recopilan textos del francés desde 1992 a 2020 en modo opinativo. Ahí se muestra lúcido, reflexivo y políticamente incorrecto.

Ejemplo de ello es un texto que titula Donald Trump es un buen presidente, publicado en Harper’s Magazine, en enero de 2019, donde si bien reconoce que simpatiza “con la vergüenza que sienten muchos norteamericanos (y no solo ‘intelectuales neoyorquinos’) al verse gobernados por un fantoche tan lamentable”, también pone la pelota al piso. “Tengo que pedirles (y sé que para ustedes no es fácil) que consideren un momento las cosas desde un punto de vista no estadounidense. No ‘desde un punto de vista francés’, eso sería demasiado pedir; digamos que desde el punto de vista del resto del mundo”. Y desde ahí, ensaya una defensa de la gestión del blondo exmandatario.

Former U.S. President Donald Trump delivers remarks after exiting the courtroom as he attends his Manhattan courthouse trial in a civil fraud case in New York, U.S., October 18, 2023. REUTERS/Brendan McDermid

Lo más notable de la nueva política estadounidense es sin duda la política comercial, y en ese ámbito reconozco que Trump aporta una frescura saludable, y que han hecho ustedes muy bien en elegir a un presidente originario de la ‘sociedad civil’. El presidente Trump rompe los tratados y acuerdos comerciales cuando piensa que se ha equivocado al firmarlos; tiene razón, hay que saber usar el derecho a retractarse”.

“Al contrario que los liberales (tan fanáticos, en lo suyo, como los comunistas), el presidente Trump no ve en la libertad de comercio mundial el alfa y el omega del progreso humano. Cuando el libre comercio favorece los intereses de Estados Unidos, el presidente Trump está a favor del libre comercio; si no, las viejas y buenas medidas proteccionistas le parecen lo más apropiado”.

Por supuesto, la compilación aborda una variedad de temas. Entre estos, habla de literatura. Acá se refiere al trabajo de su compatriota, Emmanuel Carrère. “En todos los libros que escribe en la actualidad, Emmanuel Carrère ha decidido no inventar ni a los personajes, ni los principales acontecimientos; básicamente, ha optado por comportarse como testigo (no como testigo exacto, eso es imposible, como ya he dicho, sino como testigo). Por descontado, esta decisión me interesa, aunque solo sea porque, hasta ahora, yo me he atenido al método opuesto. Quizá por razones estéticas, pero también por motivos dudosos entre los que se cuentan la pereza, la insolencia y la megalomanía (del tipo: no me jodáis con detalles, no voy a perder el tiempo con la realidad y, de todos modos, conozco la realidad mejor que nadie)”.

Al autor de El adversario no hace sino dedicarle palabras elogiosas. “Es comprensible el extraño caos al que hemos llegado. Lo cual no hace más que subrayar el inmenso mérito de Emmanuel Carrère. En cuanto nos adentramos en uno de sus libros (y es casi el único autor de su generación del que se puede decir esto), los miasmas de la duda moral se evaporan, la atmósfera se vuelve más límpida, la respiración más honda. Carrère sabe cuándo es estimable el comportamiento de sus personajes, cuándo es admirable, odioso o moralmente neutro; puede tener dudas sobre cualquier otra cosa, pero no sobre eso”.

También en otro artículo, Toda una vida leyendo, de 2009, habla de su gusto por la lectura y revela sus primeros libros. “He ido aprendiendo poco a poco en qué consiste realmente la vida de los hombres; lo he aprendido también a través de sus libros. Probablemente mis abuelos nunca prestaron atención a la diferencia de edad que existía, en principio, entre las obras de la Bibliothèque Rose y las de la Bibliothèque Verte; ¿cómo explicar de otro modo que pudiera leer Graziella a los diez años?”.

“Ahí está todo el romanticismo en su esplendor, su primer ímpetu, y ‘Le premier regret’, que concluía ese libro, es un poema de una pureza increíble. Nunca antes de Lamartine, y jamás después, ha escrito ni escribirá nadie en alejandrinos (ni siquiera Racine, ni siquiera Victor Hugo) con tal naturalidad y espontaneidad, semejante arrebato del corazón”.

También hubo otras cosas. El repugnante Jack London, que a Lenin le gustaba tanto (y no hay duda de que fue ese alarde de admiración de Lenin por Jack London, su cínica aceptación de la lucha por la vida, en las antípodas de la supuesta generosidad vinculada a la palabra ‘comunismo’, lo que me abrió los ojos e impidió, de antemano, que jamás me acercase al marxismo). El maravilloso Dickens (nunca me reiré tanto, con tantas ganas, nunca me partiré de risa, lloraré de risa como lo hice a los nueve años leyendo Los papeles del Club Pickwick). Leí a Julio Verne, y los cuentos de Andersen... La cerillera me rompió el corazón, y me lo sigue rompiendo a cada lectura con una regularidad implacable”.

Incluso, en otro de los artículos Houellebecq incursiona en la música, y se refiere al cantante canadiense Neil Young. “Algunos textos de Neil Young evocan la adolescencia mediante la violencia del sentimiento amoroso; pero eso es corriente en el rock, y creo que sus canciones más originales y más bellas son las canciones en las que consigue volver a ser niño. A veces, este hombre ha sido capaz de ver cosas extrañas en el cielo, en las ondulaciones del agua en la superficie de un estanque. After the Gold Rush nos transporta directamente a un sueño; Here We Are in the Years, tan familiar y perturbadora, evoca esas tardes centelleantes de las novelas de Clifford Simak”.

Sus discos más bellos, sin duda, son los que oscilan entre la tristeza, la soledad, el sueño despierto y la felicidad sosegada. Podemos imaginar a su oyente ideal, su doble invisible. Las canciones de Neil Young están hechas para los que a menudo se sienten desgraciados, solos, y rozan las puertas de la desesperación; pero que sin embargo siguen creyendo que la felicidad es posible. Para los que no siempre son afortunados en el amor, pero que siempre se vuelven a enamorar. Para los que conocen la tentación del cinismo, sin ser capaces de ceder a ella durante mucho tiempo. Para los que pueden llorar de rabia cuando muere un amigo (Tonight’s the Night); para los que realmente se preguntan si Jesucristo puede acudir a salvarlos. Para los que siguen pensando, con toda su buena fe, que se puede vivir feliz en este mundo. Hay que ser un gran artista para atreverse a ser sentimental, para ir hasta el borde de la cursilería”.

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