En dos puntos de la ciudad, el Movistar Arena y el Estadio Nacional, el rock chileno logró una inusitada convocatoria para dos espectáculos distintos en el mismo fin de semana. Dos shows, convocados por Los Tres y Los Bunkers, las bandas más importantes de la década de los 90, y los 2000, respectivamente. Y aunque a los primeros todavía les quedan dos presentaciones más en el recinto del Parque O’Higgins, bien vale el hito.
Los Tres volvían a tocar con su formación original tras 24 años. Un jalón que tuvo a la formación Henríquez, Lindl, Parra y Molina, tal como en su época de gloria en los 90′ y de regreso en el mismo lugar en que hicieron su primer regreso, en 2006, aunque sin el baterista (incluso se publicó un DVD y un disco en vivo llamado Arena). Como señaló Culto, ese fue un detalle a considerar al momento de elegir ese lugar; el otro fue la comodidad y el buen despliegue escénico que se puede desarrollar allí.
Ahora la situación era diferente y las personas que repletaron el Arena llegaron a ver un show cuyas coordenadas ya habían sido anticipadas por el grupo en sus contadas apariciones previas, como en el estadio Ester Roa, la Plaza de armas de Concepción y la Plaza Ñuñoa en Santiago. Un espectáculo cuya puesta en escena fue sobria y descansó en la competencia técnica de los cuatro músicos (aunque debió salvar un problema con las pantallas en la jornada debut del sábado). Una ejecución sin fisuras, aunque probablemente algunas canciones aún están faltas de rodaje por el tiempo que llevaban sin tocar juntos. Pero quedó en claro que los aportes de Parra y Molina son claves para el sonido característico del grupo; Pájaros de fuego, por ejemplo, no es lo mismo sin ambos.
Por ejemplo, quienes no pudieron verlos en los 90′ escucharon en vivo las canciones de los discos Se remata el siglo y La espada & la pared, producidos en su momento por Mario Breuer. Es sabido que el grupo, en particular Álvaro Henríquez, no quedó del todo conforme con el sonido. De allí a que en la previa de esta reunión (la “revuelta”) hayan regrabado algunas de esas canciones. Y en efecto, en vivo suenan mucho más crudas, apostando al formato clásico de cuarteto, muy compacto. Como los Beatles en La Caverna. La encendida No sabes que desperdicio tengo en el alma, suena con todo el rock que siempre destiló. De alguna forma, el grupo saldó esa deuda con su propia historia.
No faltaron los momentos emotivos, como el homenaje a Roberto Parra, acaso el gran mentor del grupo en su rescate de las cuecas choras. Eso sí, el set de canciones no varió respecto a lo presentado en el estadio Ester Roa y a diferencia de su regreso del 2006, no hubo música nueva (en esa ocasión se estrenó el tema Camino). La reseña de Culto subrayó que el grupo se vio frío y no logró conmover al público, lo que ya era palpable desde sus días de éxito en los 90, cuando se concentraban exclusivamente en su faena como instrumentistas.
Un show de nivel internacional
Mientras, en el Estadio Nacional, Los Bunkers despacharon uno de los shows más importantes de su carrera. Desde la reunión de Los Prisioneros en el año 2001, que una banda chilena no conseguía marcar presencia en el principal coliseo deportivo del país con un espectáculo de alto vuelo.
Los dos shows en el Coliseo de Ñuñoa marcaron el cierre de su gira de regreso Ven aquí. Un espectáculo que el grupo preparó con su habitual atención por el detalle y que tuvo como principal desafío superar sus propios shows, tanto el de regreso en el Estadio Santa Laura, como el más reciente en el Festival de Viña.
En contraste con el show más sobrio de Los Tres, el quinteto montó un espectáculo de envergadura internacional, acaso consolidando el bagaje en el extranjero que sumaron con los años. Como mencionó la reseña de Culto se montó un imponente escenario de 70 metros de largo por 30 de alto, además de una ambiciosa puesta en escena que incluyó lásers, torres de delay, una extensa pasarela y hasta otro hito; el primer show de stand up comedy en el recinto, a cargo del comediante Fabrizio Copano, quien recicló varios chistes que ha ido lanzando en otros espacios, como en su programa televisivo El antídoto, del que también hizo referencia.
Pero lo más destacado fueron los momentos emotivos trabajados especialmente para la ocasión. Entre estos, lo más comentado fue el set acústico interpretado desde el sitio de memoria escotilla 8, dedicado a los detenidos desaparecidos y a quienes pasaron por el lugar en los primeros días de la instalación de la dictadura cívico militar, en 1973. Una sección que el grupo trabajó con su habitual cuidado y una bien pensada introducción a cargo del guitarrista Mauricio Durán. Cuando tocaron El detenido, no pocos lloraron, compelidos por la emoción.
Otros momentos destacados fueron la participación de los personajes de 31 Minutos, al interpretar Una nube cuelga sobre mí, un detalle nada menor, considerando que en el público llegaron familias con niños, lo que dio un detalle transversal. Muchos rieron de buena gana con la aparición de Guaripolo (el personaje favorito de los niños), quien presentó el segmento con una breve intervención, a un paso del stand up comedy, en que hasta hubo alguna mención a Los Tres.
“Quiero agradecer al Álvaro… al Titae. ¡Ah perdón, eso es un pituto que tengo después! Pero en un lugar más chico”, soltó como broma el peludo personaje.
También destacó una proeza técnica, la aparición en pantalla de Víctor Jara. El grupo volvió a interpretar su versión de El derecho de vivir en paz, de su primer disco. Tal como lo hizo Paul McCartney rescatando a John Lennon para cantar “a dúo” en un concierto, se logró aislar la voz de Jara a partir de la grabación de su histórica presentación en Panamericana TV de 1973, la que se coordinó con la ejecución de los penquistas. Así se revivió el cariz eléctrico de la grabación original en que Jara fue acompañado por Los Blops; algo así como si Mauricio y Francis Durán fuesen Eduardo Gatti y Julio Villalobos y Gonzalo López, un sobrio Juan Pablo Orrego.
Ambos grupos, en suma, protagonizaron un fin de semana histórico para la música chilena, con diferentes puestas en escena, pero demostrando que hay público suficiente para llenar dos recintos importantes a la vez, convocados por números instalados en la cultura popular.