Se paraba en las esquinas, mientras los transeúntes del centro de Antofagasta hacían su vida de trámites y compras en lugares como el paseo Prat. Improvisados cantantes y bailarines, chinchineros, mendigos y malabaristas se confundían entre las personas que caminaban raudos entre la multitud. Y en una esquina, quieta, inmóvil, la figura del hombre que sin prisa miraba impávido el cielo.

"Algunos se detienen, hacen visera con las manos e inquieren hacia arriba en busca del consabido objeto volante no identificado, pero como el cielo se ve limpio, fruncen el ceño y se van haciendo claros gestos de contrariedad", se lee en la nueva novela de Hernán Rivera Letelier (67), El hombre que miraba al cielo. El ejemplar, que esta semana llega a librerías, es una edición tapa dura de 98 páginas.

Corre el año 2015 en el norte de Chile y dos veinteañeros le seguirán los pasos al Mirador, como llamaba la gente al misterioso personaje. Ellos son Lorenzo Millacura, conocido como Pajarito, quien se dedicaba a pintar con tiza el pavimento a cambio de unas monedas y que tenía aspiraciones de escritor, y Loredanna, alias la Saltimbanqui, una anarquista malabarista de semáforo. Ambos, no solo se enterarán de que el Mirador se llamaba Pedro, sino que también era un ex presidiario y que en Antofagasta dormía en el Hogar de Cristo. Oriundo de Chiloé, el Mirador tenía un desafío vinculado a su pasado, llegar a San Pedro de Atacama. En esa aventura se involucran los tres personajes.

El hombre que miraba al cielo es la novela número 18 en la producción de Rivera Letelier, uno de los pocos bestseller nacionales desde que inauguró su exitosa trayectoria con La reina Isabel cantaba rancheras (1994). El año pasado, el narrador finalizó su trilogía policial con La muerte se desnuda en La Habana, que tenía como protagonistas al Tira Gutiérrez y la hermana Tegualda.

"Quedé conforme con la saga y puede que vuelvan los personajes. Nunca se sabe cuándo te pueden llamar", dice Rivera Letelier al teléfono desde Antofagasta. Su último viaje al extranjero, comenta, fue en el verano a Cuba. Estuvo 15 días en la isla. "Fui a la despedida", comenta en broma y en serio sobre la pareja que inventó para la ficción.

"Este año viene cargado de un montón de cosas extraordinarias. Soy un escritor afortunadísimo", señala Rivera Letelier sobre la adaptación de algunos de sus libros al teatro, la ópera y el cine.

La voz del desierto y las pampas encarnadas en un personaje mesiánico, se presentará en el escenario del Municipal de Santiago en la ópera El Cristo de Elqui. Basada en las novelas El arte de la resurrección y La reina Isabel cantaba rancheras, adaptadas por Miguel Farías y Alberto Mayol, se estrenará el próximo 9 de junio.

Siete días antes, el 2 de junio, Historia de amor con hombre bailando, el musical inspirado en su novela homónima, se montará con 15 actores y una banda de siete músicos en vivo, en el teatro CorpArtes. El protagonista es un talentoso bailarín, a quien le dicen el Feo y que será interpretado por el actor Felipe Ríos.

"Es un trabajo fiel a la novela, pero también hicimos una gran labor de investigación, porque arriba del escenario sonará música rock, swing, tango y chachachá", dice el director teatral del montaje, Bastián Bodenhöfer, quien hará bailar a los actores Christian Zúñiga, Emilio Edwards y Maitén Montenegro, entre otros.

Sobre proyectos de cine, los tiempos son más amplios. Desde México acaban de comprar los derechos de la novela El arte de la resurrección. En Brasil, en tanto, se estrenará a fin de año el largometraje basado en El fantasista (2006), a cargo de Roberto Studart. Además, el agente del escritor, Guillermo Schavelzon, cuenta que a fines de 2018 se rodará en Chile la cinta inspirada en La contadora de películas, aún sin director. Es el mismo proyecto que alguna vez haría Walter Salles, pero que no prosperó. "Son los derechos comprados por un productor francés para una película de presupuesto internacional, pero no hay todavía director", dice el representante argentino.

Prosa medicinal

La aventura del Mirador, Pajarito y la Saltimbanqui, protagonistas de El hombre que miraba al cielo, se pondrá difícil en la medida que avanzan los kilómetros. Llegará en un momento la policía, habrá acusaciones de homicidio. Se discutirán verdades ocultas. Mientras, los tres atraviesan bajo los cielos luminosos de Antofagasta y San Pedro de Atacama.

¿Cómo nació su nuevo libro?

Es bien extraña la génesis de esta novela, porque es distinta a todo lo que venía haciendo. Se la pasé a un par de amigas hace un tiempo y fue especial. Yo buscaba con el libro hacer una especie de oda a los cielos del norte de Chile, que son los más diáfanos del planeta. Y cuando me puse de frentón a escribirla quería lograr una prosa que fuese transparente como los cielos del norte. Y según me decían estas amigas, lo había logrado y aún más. Una me decía que cuando comenzó a leerla, tenía una pena muy grande, y que cuando leyó el libro se le quitó la tristeza como por arte de magia. La otra fue increíble, me dijo que andaba con un dolor de cuello y que al terminar de leerla ya no tenía nada. Se le pasó el dolor. Yo me cagaba de la risa diciéndole que a lo mejor había conseguido una prosa medicinal.

Lorenzo soñaba con escribir "una novela en donde no pase nada y a la vez pase todo...".

Ese ha sido mi objetivo de siempre, pero no creo haberlo logrado. Desde que escribí La reina Isabel cantaba rancheras (1994) pensaba en eso: escribir una historia donde no pasara nada, pero que a la vez pasara todo. No sé si ese es objetivo de todo escritor, pero ese es el mío desde el comienzo.

¿Cómo surgió el personaje del Mirador?

No está inspirado en ninguna historia real. No conocí nunca a un viejo así. Como que se escribió sola la novela. La verdad que no puedo hablar mucho de mis novelas porque no sé qué decir. Como que no la escribí yo. Lo único que sé es que es más larga que un cuento largo, y más corta que una novela corta. Ahora tampoco iba a alargar la novela por alargarla. Ahí la mato. Y el relleno el lector lo nota. Uno se da cuenta cuando una cosa no es natural, ¿no?

Al Mirador le gustaba contemplar "en el sentido teológico de la palabra", escribe.

Esta novela es muy espiritual y una oda a los cielos de Chile. Yo me crié en el desierto donde el cielo chorrea estrellas por los cuatro costados. Ese cielo pavorosamente azul e inmensamente infinito. Me crié contemplando ese cielo y siempre me fascinó.

¿Es Ud. creyente?

No, ni católico ni evangélico ni nada. Yo me vacuné contra las religiones de muy niño. Soy creyente de la poesía. La poesía es mi credo.

¿Qué le parece lo que ha ocurrido con la Iglesia en los últimos meses?

Bueno, han explotado los casos de abusos, pero esto viene ocurriendo desde que nació la Iglesia. ¡Imagínate como deben haber abusado en la Edad Media, cuando ellos tenían todo el poder del mundo! Hacían y deshacían con los creyentes.

La malabarista era anarquista. ¿Ud. en su juventud tuvo alguna participación política?

No, pero yo siempre fui un anarquista. Nunca milité en ningún partido. Así que no tengo partido ni religión. Ahora me defino de izquierda de nacimiento y un anarquista que respeta los semáforos.

¿Cómo se lleva con los jóvenes?

Muy bien. Es que soy un joven. Soy un convencido de que yo a los 25 años hice un viaje al futuro y ahora se me echó a perder la máquina del tiempo para volver a los 25 años. Estoy frito... Tengo buena onda con los jóvenes, se me acercan mucho a conversar al café donde voy habitualmente. También cuando voy a dar charlas a institutos, colegios, liceos, universidades, hay un muy buen diálogo con ellos.

¿Por qué ambientó la historia en San Pedro de Atacama?

Mi libro es una oda a los cielos y sabemos que San Pedro de Atacama y sus alrededores son las delicias de los astrónomos. Y por eso se instalan esos grandes telescopios, porque están los cielos más bellos y transparentes del planeta. Por eso esta novela tenía que terminar ahí.

¿Cree en los Ovnis?

Recuerdo que todo el mundo en la pampa había visto un platillo volador. Yo cuando trabajaba en la mina, y en turno de noche, nunca en mi perra vida vi nada que se asemejara a un platillo volador. Ahora tampoco digo 100% que no. Anda tú a saber, porque son tantos los millones y millones de estrellas que afirmar algo sería una exageración. Me hubiese encantado ver algo extraño en los cielos, pero nunca vi nada. Me pasa como con los duendes. Cuando niño todos mis amigos tenían un duende en la casa y yo nunca vi un puto duende en mi infancia. Tuve que inventarme un duende para mis novelas.

¿Le gustaría hacer otra saga como la trilogía policial?

Es que no es cosa de si me gustaría o no me gustaría. Como yo he dicho siempre, no escribo lo que quiero sino lo que puedo. Lo que me sale del epigastrio. Y no escribo con horarios, escribo cuando me nace, escribo cuando se me para el lápiz.

¿Y participó en las adaptaciones de sus obras al teatro y la ópera?

No, yo doy libre albedrío, que hagan lo que quieran. Yo creo que el arte de escribir es muy distinto al arte de hacer una película o una obra de teatro. Cada uno se inspira en mi libro, pero crea su propio trabajo. Son lenguajes diferentes. Entonces yo doy plena libertad, pueden exagerar, pueden cortar, hacer lo que quieran.

¿Conversó con Alberto Mayol y Bastián Bodenhöfer?

Sí, bastante. Pero los ayudé en cosas mínimas, en pequeños detalles. En mi vida nunca he visto una ópera, entonces estoy entusiasmadísimo en ver una por primera vez, y si está inspirada en mis libros es extraordinario. Creo que el musical que hará Bodenhöfer será estupendo con música de los 60, que es la música buena, como digo yo. Están trabajando como hace cuatro meses, quieren hacer un musical a todo trapo, con una banda en vivo. Yo les dije que trabajaran como si estuvieran en Broadway. En el arte hay que pensar en grande. Uno cuando hace un trabajo tiene que pensar que hará una obra maestra, una obra perfecta. Aunque en el fondo sabemos que no es así, porque no existen las obras perfectas, pero así se llega más lejos.