El Mundial sigue sin un futbolista al que abrazarse. Y los que han ido surgiendo, un poco de aquí y otro de allá, nada tienen que ver con los que el imperio de la propaganda obliga a mirar sí o sí en su reducción comercial del fútbol. Hasta ahora han tenido más peso en el torneo los entrenadores, el laboratorio a balón parado, las tácticas, el trabajo en equipo, los contragolpes, las decisiones del VAR y hasta los fallos de los arqueros, que los malabares personales y las individualidades, especialmente las más coreadas. Quedan cuatro partidos para romper el programa, pero lo ya seguro es que, como le pasa al hombre del tiempo o a los encuestadores al pie de unas elecciones, el titular de Rusia no será el que nos recomendaron a punta de navaja los expertos en marketing. El Mundial no se apellidará Cristiano, ni se llamará Messi, ni se bautizará Neymar. El balón le ha llevado enérgicamente la contraria al negocio y la peluquería.

Así que los medios se han visto forzados a estrenar fotos de portada, y el personal se ha tenido que ir acostumbrando a mirar el Mundial por su cuenta, improvisar lecturas, descubrir detalles que la dictadura del dólar no dejaba ver. Y sin dejar de divertirse. Porque el cambio de reglas y actores no ha supuesto un giro a peor, hacia el aburrimiento. El campeonato está entretenido y apasionante, incluso en los partidos cuyos carteles, a priori, invitaban a fugarse al cine.

La nueva realidad deja abierto un desafío. Comprobar si el inesperado curso de los acontecimientos va a mover de su enroque a los que conducen interesadamente la designación de los grandes premios del fútbol. Y, por extensión, a los cómplices de la pantomima; esa larga lista de nombres ilustres que aceptan ponerse el disfraz de falsa pluralidad y votan al dictado o con desgana, por inercia. Hace tiempo que esos galardones, llámese Balón de Oro o The Best, vienen siendo una película de fición, una comedia guionizada con ánimo de lucro. El Mundial ha reducido su margen de coartada. No es poco.

Es cierto que los apóstoles de la rebelión tampoco han hecho mucho. Una carrera de Mbappé, un toque delicado de Griezmann, un control de Hazard, un remate de cerca y de primera de Kane o un gobierno mayúsculo de Modric (empañado de pánico en los penales, eso sí)... Tienen una semana estos señores para engordar su currículum (que no viene flojo en lo que va de año) y dar un golpe en la mesa en el mayor de los escenarios; discutirle su impostura crónica al mercado.

P.D. Pero en verdad no se hagan muchas ilusiones. Hagan lo que hagan, no cambiará nada. El reto es ficticio. El escepticismo sabe que la gran pregunta ya está respondida: como ha sido más en la guerra de dos, ganará Cristiano. Al tiempo.