A principios de los años 70 había más de un padrino en Hollywood. Junto a Vito Corleone, dentro de las pantallas, otro Don se paseaba por fuera, manejando los hilos del poder a su gusto y contratando a los directores con talento. Era el productor Robert Evans, mucho más joven que Corleone  y eternamente bronceado. El hombre que estaba detrás de más o menos todas las películas que importaban tuvo en 1974 su momento de gloria. A través de Paramount Pictures, dejó caer con implacable precisión tres  cintas que se repartieron los premios de la temporada: La conversación, Chinatown y El padrino II.

A 40 años de aquel período culminante del Nuevo Cine Americano, los tres largometrajes lucen a distancia como reflexiones  inoxidables sobre el poder y la corrupción. Las tres comparten el mismo productor y estudio, dos de ellas el mismo director y guionista, y todas son de lo mejor de sus respectivos realizadores, que en pocas ocasiones posteriores  recuperaron con tal eficacia las riendas del negocio cinematográfico.

En 1974, el año del escándalo Watergate y de la renuncia de Nixon, el público estadounidense se encontró en sus narices con tres filmes que hablaban de mentiras , escuchas telefónicas, políticos venales y crimen organizado. Era más de lo mismo, pero a la hora de la taquilla y los premios todas llegaron lejos.

¿Qué se respiraba en Hollywood en aquellos años? Más que nada ganas de cambiarlo todo. Coppola, respaldado por el productor Robert Evans ya había empezado con El padrino (1972) un par de años antes. La época, sabrosamente detallada por Peter Biskind en su libro Moteros tranquilos, toros salvajes, era una hoguera de vanidades y talentos individuales que se cruzaban, se ayudaban, se criticaban y, cuando los astros se alineaban, producían obras maestras. En 1971 llegó Contacto en Francia de William Friedkin; en el 72, El padrino de Coppola; en el 73, Calles peligrosas de Scorsese y El exorcista de Friedkin; en el 75, Tiburón de Steven Spielberg, y en el 76 Taxi Driver de Scorsese. Los nombres se repetían en la dirección, los guiones o la fotografía, mientras que los actores  iban de un filme a otro como antihéroes sin precedentes en el Hollywod clásico. Los mismos de siempre hacían el cine que cambiaría todo para siempre.

Estrenada el 7 de abril de 1974,  La conversación es un caso raro. Tras el éxito aplastante de El padrino, Coppola quiso volver a lo que quería hacer desde cuando estudiaba cine: una cinta de arte y ensayo, a la europea. Había visto Blow Up de Michelangelo Antonioni y le había parecido lo mejor de la historia. El guión de La conversación, inspirado por la obra de Antonioni, precedió a El padrino y sólo la holgura económica que ésta le proporcionó le permitió hacer un trabajo de pocos diálogos, con un actor que no se saca los lentes ni el impermeable, con una trama sin héroes: el  solemne Harry Caul (Gene Hackman) se dedica a grabar conversaciones para terceros y un mal día cree presenciar la gestación de un plan de asesinato. A pesar de su tono hierático, la película anduvo bien en público y además se llevó la Palma de Oro en Cannes, ombligo del cine reflexivo del mundo. Ganó un pedigrí incorruptible hasta el día de hoy.

Un par de meses después, el 20 de junio de 1974, Roman Polanski estrenó Chinatown,  nominada a 11 premios Oscar se quedaría con el Mejor Guión para Robert Towne. Ex actor y guionista de Roger Corman, Towne alguna vez rechazó adaptar El gran Gatsby al cine, pues consideraba que era imposible hacer algo mejor con la novela de Scott Fitzgerald. La propuesta había venido de Robert Evans, que interesado en contar con las dotes narrativas de Towne, le hizo una oferta imposible de rechazar: llevar a la gran pantalla un guión de su autoría. El resultado fue Chinatown, la impecable cinta de Roman Polanski sobre el detective privado Jake Gittes (Jack Nicholson).

Towne ya había participado en el guión de El padrino (el diálogo final entre don Vito y Michael es suyo) y sabía retratar como nadie a los poderosos. En la película de Polanski el mal es Noah Cross (John Huston), el hombre más rico de Los Angeles en los años 30, capaz de envenenar las cosechas y dejar la mitad de la ciudad sin agua con tal de alimentar sus negocios. Compra jueces, paga a políticos y se burla de un pobre detective (Jack Nicholson) que no puede hacer nada ante el orden del mal.

Noah Cross integra con honores la galería de grandes villanos, y a su lado se encuentra Michael Corleone, que probablemente lo supera en matices. El hijo de Don Vito es la figura central de El padrino II, que en 1974 se estrenó una semana antes de Navidad y disputó palmo a palmo los premios con Chinatown. La obra de Polanski se llevó cuatro Globos de Oro en aquella temporada y El padrino II nada, probablemente porque Coppola postulaba además con La conversación y los votos se dividieron. A la larga, sin embargo, el Oscar se rendiría con los gángsters y El padrino II se llevó seis estatuillas.

Protagonizada por el mismo elenco de su predecesora, más la presencia formidable de Robert De Niro como el joven Vito Corleone, acá se muestra la consolidación del poder de Michael por todos los medios posibles. En el Hollywood de 1974, algunas grandes películas sobre la miseria moral ganaron  adeptos. En medio de la dimisión de Richard Nixon, el público no temió mirar la cara de la corrupción en  el espejo de la pantalla y, por una vez, ir al  cine no fue para escapar a la realidad, sino para enfrentarla. Michael Corleone, en una línea ya clásica, le dice a un político de Nevada: "Senador, ambos somos parte de la misma hipocresía".