LA ADMINISTRACIÓN Trump ha presentado recientemente algunos lineamientos generales de su tan esperada reforma tributaria. A pesar de las expectativas de anuncio de un paquete integral de reforma, el mensaje gubernamental solo incluyó aspectos parciales que se alinean con la premisa básica, delineada durante la campaña presidencial, de reducir la carga tributaria de empresas y personas. En efecto, y en línea con lo anticipado, el proyecto de ley incluirá agresivos recortes en impuestos corporativos y personales que, en el caso de estos últimos, contempla la reducción de siete a tres de los tramos de este gravamen, que se situarían en el 10%, el 25% y el 35% del ingreso, y duplicar la deducción general a la base tributaria de ese impuesto. Por su parte, en el caso del impuesto a las ganancias corporativas, el anuncio considera la reducción de esa tasa al 15%, desde el 35% actual, en un "sistema tributario territorial" que grava además las utilidades acumuladas en el extranjero por subsidiarias de empresas estadounidenses.

De esta forma, y a pesar de la ausencia de detalles en torno a temas aún no resueltos como el tratamiento de los gastos de inversión -que bien podría llevar a que el proceso de inversión en EE.UU. vaya a ocurrir a una tasa efectiva menor al 15%-, la reforma tributaria en la principal economía del mundo ya se encuentra en la agenda del Congreso, y su esencia, especialmente en materia de impuestos a las empresas, no son solo simples ajustes a la distribución de la carga tributaria. Por el contrario, lo que subyace tras este debate es que niveles tan altos de impuestos a las empresas, como los que se observan en los EE.UU., son nocivos para las economías: una alta tasa de impuesto eleva el costo de uso del capital y reduce su rentabilidad y, por lo tanto, conduce a una migración de capital que favorece la inversión en países donde el impuesto a las utilidades corporativas sea menor.

La propuesta en Estados Unidos va a tener un costo en términos de financiamiento para el fisco. Pero frente a ese costo está el beneficio de, vía aumento de la inversión, acelerar el crecimiento y mejorar las remuneraciones de los trabajadores americanos. Requerirá de un manejo cuidadoso para cosechar, tras una transición, un beneficio muy significativo.

Todo esto es muy relevante para Chile. La reforma tributaria de 2014 elevó drásticamente la tasa de impuesto a las utilidades empresariales. Tres años después de aprobada esa reforma, la tasa de inversión en capital fijo es hoy casi tres puntos porcentuales inferior a la observada en 2013, y el crecimiento del PIB y de la masa salarial se estanca bajo el 2%. En este sentido, mientras la economía global se recupera, el estancamiento local hace cada vez más evidente que son las políticas domésticas -entre ellas la tributaria- las que mantienen inhibida la inversión y el empleo. No parece haber dudas que la insuficiencia de inversión que se constata es en gran medida un reflejo del ajuste estructural de nuestra economía ante el alza -relativa al resto del mundo- en la tributación de las empresas chilenas. La propuesta tributaria que hoy se discute en los EE.UU. vendrá a profundizar el distanciamiento tributario que inició nuestra reforma en Chile.