La visita apostólica que a partir de mañana realizará a nuestro país el Papa Francisco -que se extenderá por tres días, y que abarcará Santiago, Temuco e Iquique- ha causado natural expectación, no solo porque es la segunda visita de un pontífice a Chile, un hecho en sí mismo trascendente, sino en particular por lo que vaya a ser el sentido y alcance de sus mensajes. Francisco, conocido por la frontalidad de sus dichos y su modo de ser algo alejado de los estrictos protocolos vaticanos, puede sorprender positivamente a partidarios y detractores -o también causar desconcierto, como cuando opinó sobre el diferendo marítimo con Bolivia-, lo que probablemente anticipa que se abrirá un fructífero e intenso debate en materias de alto interés público.

Para la población católica, la llegada del Pontífice debería representar una renovación de la propia fe y reforzar los valores más intrínsecos de esta religión. Ésta ha venido perdiendo crecientemente feligresía, representando al 67% de la población -Censo 2012-, mientras que otros estudios recientes, como el publicado por Latinobarómetro, señalan que solo el 45% de los chilenos se declara católico. Las causas detrás de la pérdida de fieles pueden ser múltiples -por lo demás, es un fenómeno global-, pero es posible que un factor que incida fuertemente en ello sean los escándalos de abusos sexuales al interior de la Iglesia Católica, flagelo que también ha tocado a nuestro país.

No es claro si Francisco abordará en esta ocasión los aspectos más álgidos de esta contingencia -existe una fuerte presión de ciertos sectores para remover a algunos obispos a quienes se acusa de encubrimiento-, pero sería extraño que no entregara sus propias reflexiones y orientaciones. Para el caso de Perú -donde continuará su gira tras dejar nuestro país- acaba de enviar una potente señal, al ordenar hace algunos días la intervención del Sodalicio de Vida Cristiana.

Al haber escogido Temuco como uno de sus destinos, el Papa ha buscado también relevar la problemática del conflicto indígena y en general la relación con los pueblos originarios. Se trata de un tema de alto interés para el país, donde aspectos de reivindicaciones legítimas y la necesidad de reconocimiento se mezclan con deliberadas instrumentalizaciones que buscan amplificar artificialmente este conflicto. Cabría esperar, por lo mismo, que el Pontífice busque entregar una mirada verdaderamente iluminadora, y a partir de ahí surja una nueva agenda de encuentro.

Su mirada acerca de la economía será también seguida con interés, porque en esta dimensión el Papa ha señalado en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium que "así como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir 'no a una economía de la exclusión y la inequidad'". Sus denuncias acerca de la "especulación financiera", y de aquellas ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados, que niegan el derecho de control de los Estados, deberían ser profundizadas en esta visita, de modo que el Pontífice ahonde en cómo estas objeciones magisteriales se armonizan, a su vez, con una economía abierta y con capacidad de generar crecimiento y bienestar.

La acogida a la inmigración -de especial relevancia en nuestro país- y los temas relativos a la llamada agenda valórica también deberían tener un espacio en esta visita.