LAS ELECCIONES municipales que el país celebró ayer han entregado una serie de luces al debate político actual, cuyos efectos probablemente tomará tiempo en ser aquilatados. Es evidente que el fenómeno más llamativo -a la vez sin duda el que genera mayor inquietud- es la alta abstención que ha caracterizado a estos comicios, que si bien fue largamente anticipada por distintos analistas, se instala como el proceso electoral que menor cantidad de votantes ha congregado desde el regreso de la democracia. A su vez, para el gobierno y la Nueva Mayoría los resultados constituyen un duro golpe, no solo por la caída en la votación, sino por la pérdida de varias de las comunas llamadas emblemáticas.

De acuerdo con las proyecciones, la abstención se ubicó en torno al 65%, siendo llamativos los casos de comunas en que el ausentismo estuvo en torno al 80%. Es indudable que la responsabilidad en estos desoladores registros recae sobre toda la clase política -estas son las primeras elecciones nacionales desde que estallaron los escándalos de financiamiento irregular de la política-, pero probablemente hay algunos factores que han tenido ahora especial incidencia. Aun cuando no es posible todavía dimensionar el impacto que tuvo el desaguisado con el padrón electoral -que alteró el lugar de votación de medio millón de personas, originado en problemas en los sistemas del Registro Civil-, es difícil suponer que un hecho de esta naturaleza -y cuyo real impacto inicialmente fue desestimado por el gobierno y el equipo político-, no haya profundizado el desinterés por concurrir a votar. Fue un hecho sin duda muy poco afortunado, que restó credibilidad al proceso y habrá que ver si además tuvo el efecto de enturbiar los resultados en comunas que se están dirimiendo voto a voto.

Estas elecciones son las primeras en que rige la nueva legislación electoral, la cual colocó fuertes restricciones al gasto electoral y limitó los espacios de publicidad política. Aun cuando ello pudo haber motivado a que algunos candidatos se vieran en la obligación de salir más a terreno, en los hechos se observó un muy bajo ambiente electoral, con alta tasa de desconocimiento de los candidatos por parte de la ciudadanía, desdibujando la idea de una "fiesta de elecciones", lo que daña a la democracia y a la participación. A la luz de estos resultados será pertinente evaluar hasta qué punto estas severas restricciones han constituido un aporte a la vida cívica, o si por el contrario han terminado por aplacar los espacios de participación política que por lo demás ya venían menguando.

Las coaliciones deben hacer también esfuerzos por mejorar la calidad de sus propuestas programáticas, tanto en el perfil de los candidatos que someten a votación como por presentar proyectos que despierten mayor entusiasmo. Un anticipo de lo que ocurrió en la jornada electoral de ayer lo vimos en las primarias municipales, donde las principales fuerzas políticas no realizaron procesos en todas las comunas, y en otras hubo desprolijidades y falta de acuerdo que terminaron siendo zanjadas al momento mismo de la inscripción, como ocurrió en el caso de la Nueva Mayoría. No es una buena señal que se esté produciendo una desconexión tan fuerte entre el electorado y las fuerzas políticas, porque aun cuando pese a la baja participación no cabe cuestionar la legitimidad de los resultados, es evidente que en muchos casos habrá autoridades no suficientemente representativas.

Tampoco cabe aquí cuestionar el esquema de voto voluntario, porque es evidente que no está allí la razón de tan baja participación. Un eventual regreso al voto obligatorio solo debe ocurrir una vez que haya suficiente experiencia electoral, y posiblemente bajo dicho esquema las fuerzas políticas tengan aún menos incentivos para congregar a los votantes.

Los resultados de la jornada electoral han constituido un duro golpe para el gobierno y la Nueva Mayoría, que han visto la pérdida de varias capitales regionales y de comunas emblemáticas -es el caso de Santiago, Providencia y Maipú- a manos de Chile Vamos, provocando que a nivel de alcaldes el oficialismo haya obtenido un porcentaje de votos menor que la oposición. La propia Presidenta de la República reconoció anoche que "la Nueva Mayoría ha bajado su nivel de apoyo", lo cual a su juicio tiene fundamento. Hizo ver que como coalición han primado muchas veces factores de división y no aquellos que unen. Pero sería un análisis de muy corto alcance atribuir esta derrota electoral solo a los desentendimientos de una coalición, pues también parece haber un potente cuestionamiento al programa de reformas que impulsa el gobierno, lo que se vio reflejado en que figuras muy carismáticas y ligadas al actual gobierno, perdieran contundentemente.

De las palabras de la Presidenta no se observa un ánimo de rectificar, al hacer un llamado a redoblar los esfuerzos para hacer las transformaciones que el país requiere, pero tal cambio de rumbo parece inevitable a la luz de los adversos resultados. Inevitablemente el veredicto de las urnas cambia el escenario para la carrera presidencial, colocando una dificultad adicional a las candidaturas oficialistas -es llamativo que haya sido Ricardo Lagos quien haya salido a dar explicaciones-, y dejando en mejor pie a la oposición, que rememora los resultados de las municipales de 2008, que anticiparon su triunfo de 2010, similar a lo que ocurrió con el actual oficialismo -entonces oposición- en las municipales de 2012. La discusión sobre si continuar profundizando el esquema de reformas o buscar caminos más graduales o de rectificación se intensificará en las semanas que siguen.