Última pelota al área de la U y el corazón de Hoyos se detiene un segundo. Su mente invoca a Ghandi, Teresa de Calcuta y todos los próceres de la paz, la misma que le entregó a este plantel. No es la intensidad, no es la posesión ni tampoco el sometimiento del rival. Esas seductoras palabras no entran en los planes de este técnico especial y distinto.

Especial porque nunca vi un entrenador tan meloso con sus futbolistas. Los abraza, los contiene y hasta les dice que los quiere. Tal como lee. Mientras la mayoría cree que hay que ser distante y andar con el látigo en la mano, aparece este hombre con el que cuesta hablar de fútbol.

En las conferencias desvía las preguntas y las lleva a terreno conocido donde el tema se desvanece.

Distinto porque fue capaz de rescatar conceptos menospreciados y reinstalarlos en la mente de su plantel.

En el fútbol se sabe que los entrenadores trascienden cuando ayudan a sus jugadores a entender su juego, pero especialmente cuando crean un entorno ideal que les permita desarrollar el talento. En los últimos años la U transitó desde el dogma del esquema de Martín Lasarte hasta el intervencionismo más brutal de Beccacece, que llenaba de órdenes e instrucciones para reducir casi a cero el margen de error.

El gran Ángel Cappa los compara con directores de orquesta que dan órdenes sin parar y sin reparar en el hecho de que muchas veces son ignorados.

Uno de los grandes méritos del DT campeón es que supo matizar. No interviene si no tiene nada que aportar y sabe golpear la mesa cuando su orden no es acatada.

El resumen en frío arrojará nombres propios que permitieron este nuevo título. La notable levantada de Jara y Beausejour, el momento de Lorenzo Reyes y la irrupción de Yerko Leiva, que ayer se robó los aplausos. Se mostró y quitó en los peores momentos como entregando un mensaje potente desde la cantera. Pero además hay un artífice.

Señor Hoyos. Este título es suyo.