Era la mejor, por lejos, Cinco títulos panamericanos y una carrera en Estados Unidos, con auspicios de primer nivel. Un día de junio de 2006 entrenaba con amigos en el Whistler Mountainbike Park, en Canadá, se cayó y se quebró el fémur. Ahí comenzaría su pesadilla. Los amigos demoraron una hora y media en bajarla y la ambulancia llegó con ella al hospital 18 horas después de la caída, pues no se habilitó el traslado en helicóptero. En el recinto le inyectaron sustancias de las que ella había avisado era alérgica: morfina y penicilina. De la operación no despertó.

Bernardita Pizarro Lazo cayó en coma, con una embolia pulmonar. Dice que recuerda todo de esa situación, cómo los doctores le decían a la familia que era mejor dejarla ir, desconectarla. Pero no, un día, dos meses después, despertó e inició una recuperación que le llevó años. O que, tal vez, nunca terminará. De la caída también se acuerda. El golpe fue en la pierna y no en la cabeza. "Yo gritaba, porque no sentía las piernas", rememora.

Mientras se desarrollaba el Mundial, en Nueva Zelanda, Berny estaba en Vancouver, donde se sumaban dos dramas, el de su estado y la cuenta que subía cada día. Ella contaba con un seguro chileno de 300 mil pesos. No había más, porque no se cayó en competencia.

"Un día desperté, abrí los ojos y pensé al tiro: qué voy a hacer ahora que no soy ciclista. Y le hablé a mi mamá. Después estuve callada, dos meses más. Estaba muy enojada, sentía que había fallado como deportista", relata.

Era rabia el principal sentimiento de la deportista y su familia por esos días. Porque la fractura no era para caer en coma; porque el trato en el hospital fue muy malo; porque nunca se disculparon por suministrarle lo que la dejó postrada. "Los doctores nunca me pasaban a ver, me daban por muerta. ¡Y después de que desperté. querían estudiar mi caso! Mi mamá los sacó volando de la pieza", asegura Berny.

También porque la cuenta se la siguieron cobrando por mucho tiempo. "Cuando llamaban, mi papá les daba el número del IND", cuenta la ciclista.

Tras volver a Chile estuvo meses en rehabilitación. Aprendió de nuevo a caminar, a comer, a valerse por sí sola: "Es lo peor de todo. Depender de otra persona... para ir al baño. Terrible".

Hoy está recuperada. "Me pasa que no me acuerdo de cosas anteriores al accidente. El otro día una de mis mejores amigas me preguntaba si me acordaba de cuando ella se quedaba en mi casa cuando chica. Yo no me acuerdo de nada de eso", rememora. No es lo único: "También tengo trastorno del ánimo, algunos sentimientos me afectan mucho, me concentro en cosas como la pena. He estado con sicólogos y siquiatras, aún voy, no me avergüenza decirlo. Aunque siempre he sido, como dice mi mamá, intensa".

Una vida bacán

Pizarro llega pedaleando al cerro San Cristóbal, no asciende porque tiene una lesión que cuidar en la pierna izquierda. Aún es una mountainbiker. Luce como tal, aunque ya sin el aura de figura internacional, vestida con marcas que le pagaban buen dinero por promocionarlas: "Eso es único. Yo no veo que eso pase hoy con nadie del mountaibike, que viva de eso. Yo recibía un millón y medio, eso no se ve hoy. Mi vida como deportista era bacán".

Llega en una buena bicicleta. Como las que alguna vez debió vender para pagar las deudas que le dejó el accidente en Canadá. Dice que se reencontró un día con la bici, y que volver es complicado: "Cannondale me mandó gratis, no sentí mucho. Sé que entrenando puedo subir a un podio, pero no quiero 'bien', quiero 'extraordinario'. Si no, no". No se ha reencontrado con los triunfos. Participó en un par de competencias: "Pero en una me perjudicaron y me desilusioné".

Hasta el año pasado, Pizarro era la cabeza de la rama de muntainbike de Universidad Católica, pero decidió independizarse. Tira líneas de una escuela que planea establecer en Curacaví, donde trabaja por estos días en la empresa familiar. Combinaría todos sus intereses, pues la idea es que sea un bikepark. Porque lo suyo es también el turismo, carrera que decidió estudiar en 2010, tras recuperarse del accidente. Antes trabajó como garzona y otras ocupaciones, para mantener su mente ocupada, más que nada.

Mantenerse es un tema recurrente, pues la situación familiar se vio afectada por aquel accidente, pero también por una estafa: "Cuando estaba saliendo del coma, un amigo cercano llegó a pedirme pololeo. Desde ese día se ganó la confianza de mi mamá y abuelos, pero lo único que hacía era sacarnos plata". De acuerdo a las estimaciones de la familia, el pololo se llevó 180 millones de pesos. "Se llama Gustavo Lobos Henríquez, no tengo problemas en decirlo. Nos fuimos a vivir juntos, manejaba mis cosas, firmaba papeles con el banco. Hasta nos fuimos a vivir al sur y no me dejaba salir de la casa. Cuando averiguamos todo, se fue a Nueva Zelanda. Pero ahora creo que está de vuelta, no sé", agrega Pizarro.

El asunto minó a la familia también. "Él comenzó a hacer un lado a mi papá de todo", agrega.

Por eso el bike park es importante. "Creo que cualquier persona puede hacer mountainbike, hay una mujer parapléjica y hace descenso con una bicicleta especial, pedaleando con las manos. Me apasiona mucho hacer clases; correr, ya no tanto. Desde que me accidenté no volví a ser la misma persona, no soy esa Berny, pero estoy contenta con lo que soy ahora. Además, vi que no era buena solo para la bici, se me ve más como persona, que como solo deportista".

La docencia

Quiere enseñar, más que nada, Pizarro. Eso la llena. A los 31 años, ya no piensa en las medallas ni los títulos, quiere reencantarse con su única pasión: "Me encanta ver a los niños, que se acerquen y me digan: ¡mira lo que hice! Eso me reencantó con el ciclismo".

En 2009 se inscribió en el Nacional de motos de enduro, pero no fue una buena experiencia: "No me gustó mucho". Tampoco la convenció la idea de dar charlas. "Era como revivir una y otra vez el accidente y lo del hospital. No me llenaba", recuerda Pizarro.

Por estos días, lo que está de moda, más que el descenso, es el enduro (en bicicleta). Ella ha tratado de participar: "Pero lo que a mí me gusta es bajar, no subir, porque lo que me encanta es la adrenalina. Participé del enduro, pero me sentí presionada este año".

Pero el downhill es peligroso y aprendió eso de esta experiencia. "Yo antes era muy loca, pero ahora pongo el freno cuando bajo, lo hago con miedo ahora, antes no temía a nada. Todo esto me enseñó a medirme".

¿Ese accidente en Canadá le arruinó la vida o, al menos, la carrera a Berny Pizarro? Ella contesta: "Nadie puede saber eso. Quizás hoy estaría en la Copa del Mundo, pero la vida de un deportista es solitaria, te desenvuelves en un solo ambiente. No hubiese conocido a mucha gente buena. Las cosas pasan porque pasan. Tal vez a la semana siguiente, en el Mundial me hubiera matado".

El descenso en MTB no es una disciplina olímpica, pero Pizarro sueña con medallas: "Siempre fui buena en la pista, le ganaba a las mejores, en velocidad y persecución. Sé que con un poco de entrenamiento estaría lista para intentar entrar a la pista, mi sueño es ir a unos Juegos Olímpicos".

Pero al ahondar en lo que se necesita (partiendo con el tiempo), Pizarro relativiza ese cambio: "Hay que ver cómo vivir. No creo que siendo seleccionada de pista pueda. Quién sabe".

Sus próximos pasos tampoco son claros. A la idea del bikepark en Curacaví se suma retomar lo que pensaba hacer hace 10 años, al momento del accidente: "Tengo amigos en Estados Unidos, podríamos hacer algo. No hay que planificar tanto las cosas, siempre aparece alguien que te salva". También ha pensado en cerrar un círculo aún abierto: "Quiero ir a esa misma bajada donde me caí y bajarlas. Es mi sueño frustrado".