SEGUN ALGUNAS  personas ligadas a las reivindicaciones mapuches, el asesinato de Werner Luchsinger y Vivian Mackay no puede entenderse sin hacer referencia al crimen del activista Matías Catrileo, quien murió en 2008 tras recibir un balazo de un carabinero mientras participaba en una toma violenta en el fundo de un primo de Luchsinger.

Están en lo cierto.

Nadie puede negar que los hechos ocurridos en el fundo Lanalhue tienen como antecedente directo la muerte de Catrileo, ocurrida justo cinco años antes en la misma comuna de Vilcún.

No es legítimo pretender la existencia de una causalidad directa entre la muerte de Catrileo y la del matrimonio Luchsinger Mackay.

El que el carabinero que disparó contra el joven de 22 años inexplicablemente todavía se encuentre en servicio activo, pese a que fue condenado por la justicia por usar violencia innecesaria con resultado de muerte, es asimismo un dato relevante, pues sin duda ayuda a explicar algunas de las causas de la molestia de los grupos radicalizados que operan en La Araucanía.

El contexto resulta útil no sólo para proveer el trasfondo histórico o social en el que se desenvuelven los acontecimientos, sino también para ayudar a comprender que las tropelías terroristas o los abusos contra los derechos humanos son realizados por personas comunes que reaccionan de manera violenta cuando son expuestas a situaciones extraordinarias. Retirar el contexto y considerar aisladamente al terrorismo u otros crímenes como actos reprobables en sí mismos puede terminar deshumanizando a sus perpetradores, ofreciendo al resto de la sociedad la confortable sensación de que los vejámenes han sido cometidos por unos bárbaros extraños. Esa puede ser una creencia cómoda, pero no es la lección más adecuada que se debe extraer de este tipo de episodios, pues lleva a pensar que esos actos son únicos e irrepetibles. Sólo la entrega del contexto permite desvirtuar esa peligrosa noción.

Sin embargo, conocer el marco al interior del cual tienen lugar los acontecimientos y las motivaciones de quienes los protagonizan no equivale a validar conductas censurables como el terrorismo y el asesinato. En primera instancia, por supuesto, cada individuo es siempre responsable de sus actos y sus decisiones más allá de las condiciones atenuantes que lo rodean. Sostener lo contrario sería caer en un determinismo sin sentido. No es legítimo pretender la existencia de una causalidad directa entre la muerte de Catrileo y la del matrimonio Luchsinger Mackay, por mucho que la segunda sea difícil de explicar en ausencia de la primera.

Las condiciones ambientales no excusan los excesos. Extremar el argumento del contexto puede conducir a situaciones absurdas o aberrantes. Es lo que parece haber sucedido en nuestro país hace sólo unos días, cuando un tribunal absolvió a una señora que en 2011 asesinó a su conviviente -quien la había maltratado física, sexual y sicológicamente durante 18 años- de un disparo en la cabeza mientras él dormía. Es cierto que esa mujer sufrió vejámenes intolerables que incluso la dejaron con cicatrices en todo su cuerpo, pero ello no puede servir de coartada                 -amparada por la ley en este caso- para permitir que haga justicia por su propia mano. El contexto es útil para conocer y explicar, pero nunca para justificar la comisión de crímenes o abusos.