La soberbia nunca es buena consejera. En ningún aspecto de la vida, incluso en el fútbol. El menosprecio al rival suele costar caro. Y aquello le vivió en carne propia Chile, que entró con la suficiencia de sentirse inmensamente superior a Australia. Tanto el cuerpo técnico y los jugadores. Desde el momento en que Pizzi decidió reservar a algunos nombres, la señal era clara: a este rival se le gana aún con suplentes. Pecado mortal. Sobre todo cuando el equipo había mostrado su mejor versión en mucho tiempo con el equipo preferido de Macanudo.

El mensaje de soberbia se transmitió claro a los jugadores. Y el equipo se resintió. Mostró su peor cara en Rusia. Con displicencia a la hora de elaborar juego y también cuando debía defender. Es cierto que Chile se generó un par de ocasiones para convertir, más por arrestos individuales que por consecuencia de una secuencia de movimientos elaborados en ofensiva. Pero estaba instalada la sensación de inestabilidad en el fondo, porque el retroceso era desorganizado y quedaban muchos espacios entre los zagueros y los volantes.

Podrá esgrimirse que las sucesivas infracciones en contra de los volantes de la Roja, especialmente Aránguiz, quien recibió cuatro duras entradas, terminaron desconcentrando al equipo. El árbitro pudo haber expulsado perfectamente a Cahill por una violenta patada sobr el Príncipe, quien no salió a jugar tras el descanso producto de los sucesivos golpes. Pero aquello no puede ser tomado como argumento válido para explicar tantas malas tomas de decisiones.

Empezando por Claudio Bravo, quien retornaba al equipo titular después de superar el desgarro que sufrió en el Manchester City. El arquero, en su afán de asegurar siempre el pase inicial, quiso habilitar a Vargas en el centro del campo, pero éste apretado por dos rivales no pudo controlar el balón. Ahí se origina la jugada que terminó en la apertura de la cuenta de los océanicos, que contó con la pasividad de todo el fondo chileno: Isla desubicado, y Díaz, Jara y Mena acumulando errores en la marca.

El gol agudizó el mal transitar de la Roja. Sobre todo en defensa, donde la ausencia de Medel se hizo sentir con fuerza. Australia tuvo al menos tres claras chances de aumentar las cifras, con Bravo casi rendido. El arranque del segundo tiempo fue lo peor de Chile en la Copa: nervios por montones e ideas escasas. El equipo de Pizzi hacía méritos en esos pasajes para hacer las maletas y devolverse anticipadamente.

Pero cuando peor lo pasaba Chile, Rodríguez agarró un pivoteo de Vargas en el área chica y con un puntazo venció a Ryan. Gol de la tranquildad y sobre todo de alivio. Pese a que Australia siguió buscando el milagro, con mucho desorden, la Roja dejó de lado el concierto de errores y se pareció un poco más al equipo de los dos primeros partidos. Aunque fuese un poco.

La clasificación ya no corría peligro. El empate lo firmó Pizzi con el ingreso de Marcelo Díaz a falta de 10 minutos por Vargas. Ya no había que hacer más experimentos que simplemente dejar pasar el tiempo. La soberbia de la previa y de largos pasajes del partido era cosa del pasado. Pero que le sirva de lección el técnico y a los jugadores. Chile no juega con el nombre. Cualquiera sea el rival que está enfrente.