Hace pocos días se cumplieron cinco años desde que la ONU resolvió el envío de tropas de paz a Haití. El objetivo era restablecer el orden en ese país, el más pobre del hemisferio, luego de la caída del gobierno del Presidente Jean Bertrand Aristide. Chile participó desde el principio en la fuerza provisional que en marzo de 2004 llegó al Caribe y luego pasó a integrar, hasta hoy, la Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (Minustah). En esta es socio de otros 17 países que aportan efectivos militares, siendo Brasil el que ha asumido el liderazgo regional de la misma.

La decisión de enviar tropas chilenas para mantener la paz en una nación caribeña generó cierto nivel de debate en el país, pues no todos los actores políticos percibieron un claro interés nacional en la solución del problema haitiano. Una discusión que se ha reeditado en las ocasiones en que el Senado ha debido autorizar la prolongación de la permanencia chilena en Haití, que hasta ahora nunca ha rechazado. Las razones, en todo caso, son tan válidas hoy como lo fueron hace cinco años, y tienen que ver con la forma en que Chile concibe su papel en el mundo y las responsabilidades que eso conlleva, lo cual implica una definición más amplia del interés nacional.

En efecto, Chile ha optado por la inserción internacional como estrategia de desarrollo de largo plazo, una preocupación en la que se suele destacar en primer lugar la apuesta por la apertura económica y la firma de tratados de libre comercio con los principales bloques y países mundiales y con algunos socios estratégicos. Esa vía, que ha resultado muy exitosa, no agota la política internacional chilena, pues a los beneficios económicos se deben agregar las coincidencias políticas que surgen de intereses y miradas compartidas sobre el mundo, así como aspectos culturales que también enriquecen a las naciones. También es, por cierto, una valiosa experiencia profesional para los militares que participan en la misión de la ONU.

La estabilidad global y regional es el contexto en que mejor se desarrollan estas dimensiones de la inserción internacional de Chile y es por eso que la mantención de la paz, más aún tratándose de un Estado de América, está en el interés del  país. Si en el pasado hubo quienes creyeron tener razones para hablar de un "abandono" de la región por parte de Chile, misiones como la de Haití ratifican el compromiso de la diplomacia nacional con la realidad vecinal, así como la voluntad de asumir las responsabilidades -y no sólo los beneficios- de la globalización.

La de Haití no es la única misión de paz en que participan soldados chilenos, pero sí la que representa el mayor desafío, no sólo por la cantidad inédita de efectivos militares destinados a ella (más de 500), sino por la importancia de ayudar, desde la región, a mitigar una crisis de uno de sus miembros.

Pese al indudable aporte de Minustah a estabilizar el país caribeño, no es claro cuáles son los plazos para su permanencia en Haití. El objetivo siempre ha sido ambicioso, pues el mandato de la ONU busca, en la práctica, una refundación del Estado haitiano, el cual se ha caracterizado hasta ahora por no proveer a su ciudadanía de condiciones básicas como seguridad y gobernabilidad.

Sin embargo, el propósito de la Minustah es entregarles, finalmente,  a los haitianos el control de su destino, cuestión en la que no se ha avanzado con la rapidez esperada. Es necesario que las autoridades de la misión de la ONU -tanto civiles como militares- den los pasos necesarios para que sea posible cumplir con la labor asignada por el Consejo de Seguridad en 2004.

No es deseable que la misión se prolongue sin horizonte de término, y sin mecanismos conocidos para evaluar su progreso, a partir del éxito que ha tenido en mantener la paz (Chile se quedará, al menos, durante todo el 2009, por autorización del Senado). Eso cambiaría la naturaleza del esfuerzo realizado por ayudar a Haití.