EL MARTES 9 de octubre se presentó en Santiago, en el hall del Cine Arte Alameda, ante un público que desbordó el recinto, el libro de Héctor Llaitul y Jorge Arrate, Weichan. Conversaciones con un weychafe en la prisión política. Llaitul es un líder de la CAM (Coordinadora Arauco-Malleco), actualmente detenido en la cárcel de Angol. La presentación misma y los testimonios de quienes estuvieron en el acto demostraron, al menos, dos cosas: la complejidad del conflicto y la solidaridad que despierta la causa mapuche.

La complejidad tiene tres aristas. La primera dice relación con su prolongación en el tiempo; la segunda, con la incapacidad del Estado para resolverlo y, la tercera, con la aparición de nuevos argumentos de parte de los comuneros mapuches.

Como se sabe, su origen se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando las autoridades de gobierno decidieron invadir La Araucanía, agrediendo al pueblo mapuche, empobreciéndolo y dejándolo a merced de una serie de abusos e injusticias que se cometieron en su contra. Diversas denuncias de la Iglesia Católica, políticos,  cronistas locales, narradores y poetas no pudieron frenarla, dando origen a una historia de la cual poco se habla en Chile, pero que quedó grabada indeleblemente en la memoria del pueblo mapuche. No han sido pocos los esfuerzos que se han hecho por remediar la situación: investigaciones parlamentarias, creación de organismos especiales, comisiones encargadas de su estudio y otras estrategias, hasta llegar a las mesas de diálogo y declaración de áreas de desarrollo indígena propuestas recientemente. Sin embargo, los resultados han sido pobres; algo ha fallado, debido, tal vez, a la dificultad para comprender que no se trata sólo de inyectar recursos, devolver  tierras y superar la pobreza mediante el asistencialismo. El tema es más complejo, tiene que ver también con la falta de respeto por una cultura distinta, con la autoestima lastimada, con un sentido de identidad no respetado y con el derecho que tienen los mapuches de lograr un reconocimiento como nación capaz de convivir en el Estado sin poner en peligro valores que desde ciertos sectores  se creen amagados cuando se les invita a pensar en un Chile diverso, multiétnico y multinacional. La solución no es fácil, pero, al menos, deberíamos discutirla sin prejuicios ni temores; porque nuevos ingredientes se agregan al tema: la presencia de grandes forestales y transnacionales, percibidas por algunos dirigentes como una nueva amenaza que se suma a las provocadas por el Estado.

Afortunadamente, en los últimos años una serie de estudios de chilenos y mapuches han mostrado más crudamente lo que ocurrió en La Araucanía, y eso ha contribuido a una mejor comprensión de la situación que se vive en el sur y al surgimiento de una solidaridad que quedó expresada en el Cine Arte Alameda. Intelectuales, pobladores, chilenos y mapuches, dirigentes de otros grupos indígenas del país y el continente y estudiantes universitarios estrecharon sus manos para solidarizar con Héctor Llaitul y las demandas del pueblo mapuche. Las voces que se escucharon hablaron de derechos violentados, de justicia y reparación. A Chile le haría bien escuchar esas voces y ampliar las esferas del diálogo, por duras que parezcan algunas posturas, en un esfuerzo por resolver un conflicto que no provocó el pueblo mapuche.