EL PARTIDO SOCIALISTA (PS) vive por estos días una tormenta política a raíz de un reportaje televisivo que reveló el manejo financiero del partido para rentabilizar su propio patrimonio -en buena medida compuesto por fondos que fueron entregados por el Estado, en virtud de la ley que buscó resarcir a los partidos por confiscaciones durante el régimen militar-, tarea en la cual tuvo especial éxito, pues logró duplicar el capital. Para estos fines el equipo a cargo de esta tarea optó por una cartera diversificada, dentro de la cual se incluyeron valores emitidos por distintas empresas locales que transan en bolsa -algunas de las cuales han sido cuestionadas por sus aportes irregulares a la política-, o bien en bonos de compañías reguladas por el Estado, como sanitarias o autopistas.

A raíz de esta revelación, se han multiplicado las voces dentro del propio partido que acusan airadamente de "descriterio", no solo por no haber advertido el conflicto de interés que representaría la inversión en empresas que en paralelo se deben regular mediante leyes -a las que el partido concurre por medio de sus parlamentarios-, sino especialmente por "traicionar" la doctrina socialista, al invertir en grandes grupos económicos o en empresas que fueron privatizadas bajo el gobierno militar. Es decir, se habría buscado como norte el simple afán de "lucro", sin atender a la historia ni a las sensibilidades del socialismo.

Nada podría haber de reprochable que un partido busque preservar sus propios recursos, recurriendo para ello al mercado de capitales, mediante una cartera diversificada. Pero es evidente que a la luz de la demonización que el propio partido ha hecho del "lucro", como también de su rechazo al "neoliberalismo", se le produce un conflicto moral que ha terminado entrampándolo. Así, a la luz de los propios estándares doctrinarios que se ha fijado el PS, resulta incoherente que aparezca invirtiendo -o buscando "lucro" para sí- en empresas que públicamente ha cuestionado, cuando en paralelo su accionar político pretende privar a otros de acceder a los beneficios del "lucro".

Frente a estas inconsistencias doctrinarias, sorprende que el partido haya sido tan persistente en denunciar los conflictos de interés en otros sectores políticos, pretendiendo aplicar una vara distinta al momento de calificar sus propios intereses. Es natural entonces que entre la militancia hayan surgido sentimientos de culpa ante la inconsecuencia entre lo que se profesa y lo que se hace, un conflicto que, lejos de amainar, parece estar agudizándose, en la medida que se multiplican las voces al interior de la colectividad por extremar la doctrina contraria al mercado y así buscar una supuesta coherencia con sus principios. Según éstos últimos, "el socialismo rechaza el modelo neoliberal y propicia un orden más justo, inclusivo y solidario (…) Reconoce que la contradicción capital/trabajo sigue siendo causa central en nuestra lucha por un mundo más justo".

Son sus propias definiciones doctrinarias las que han colocado al PS en este trance, y en la medida que siga entrampado ahí se infligirá daño no solo a sí mismo, sino también al resto de la democracia, pues junto con vivir una constante contradicción entre lo que dice y hace, alimenta en la sociedad un sentimiento que recela de las ventajas de la iniciativa privada.