Recién ocurrido el 27-F hubo imágenes que penetraron las conciencias y ahí quedaron: el techo de una casa al garete en Dichato… El edificio Alto Río partido en dos. A 14 meses de entonces, 03.34. Terremoto en Chile usa esas imágenes. Pero ahora en el techo hay unos niños y en el edificio penquista vive una pareja de ancianos con una nieta cuyos amigos le preguntan por qué sus papás son tan viejos. Hasta ahora sólo el documental había prestado atención a la naturaleza desatada. Este es el primer largo de ficción en hacerse cargo.

El dato no es irrelevante, como tampoco, en términos de contexto, el que tanto relato visual anduviera circulando desde los primeros minutos, y no sólo en TV e internet. Veinte días más tarde, José Luis Torres Leiva acumulaba escombros de localidades en el suelo (Tres semanas después), mientras para el primer aniversario se presentó Mauchos, de Sebastián Moreno y Ricardo Larraín.

Ahora, el debutante Juan Pablo Ternicier se veía ante la imposición de crear un acontecimiento a partir de otro. De parir "la película del terremoto". De que el público regresara a esa madrugada a través de un retablo humano convincente. Y, en lo esencial, le va bien.

03.34 tiene como primera virtud la de contar lo que tiene que contar con simpleza y sentido de lo urgente: en Dichato, un padre recién separado (Marcelo Alonso) veranea con sus hijos mientras desde Pichilemu su ex (Andrea Freund) le pide que no la llame "mi amor". En Concepción, los señalados abuelos (Hugo Medina y Gabriela Medina) se preocupan por su nieta tristona, en una historia que se conecta con violentos episodios de una cárcel a la que llega el malo entre los malos, un imputado que Roberto Farías interpreta con visceralidad inaudita. En Constitución, por último, un grupo de universitarios lo pasa bien hasta que un pololo con lucas perturba la convivencia.

La consigna de una película que da sólo una referencia temporal -la hora del terremoto- es trazar eficazmente a los personajes, moverse rápido al armar las escenas y ralentar el tiempo a la hora señalada. Con ello hace de la expectativa por los momentos climáticos un suspenso trabajado,  y de la agitación telúrica, la ocasión de empatizar con la desgracia y, si hay suerte, de volver a sentir.

Observaciones, por otro lado, hay varias. También preguntas. Por ejemplo, si los premios y castigos impartidos tenían que pasar por un aleccionamiento moralizante, punitivo y castrador, donde el delito de un padre lo condena a dejar de serlo, donde el emblema del sujeto popular es un canalla sin redención posible y donde el narcotráfico es la alternativa de la meritocracia.

Y no es que sea, ni de lejos, una película de tesis. Estos son, como pudieron ser otros, los gatilladores de un drama que se desplaza sin pausas, que quiere ser masivo y se mueve en esa dirección. Que en sencillas pinceladas se despacha el episodio del no-aviso de tsunami y que remata, no ilustrando la devastación en tierra, sino adentrada en el Pacífico que tranquilo suele bañarnos. No era cosa evidente.