Cómo culpar a Nia Vardalos, la actriz canadiense que tuvo la fortuna de que Tom Hanks se interesara en producir la adaptación de una obra suya de donde salió un taquillazo como Mi gran matrimonio griego. Cómo culparla por persistir. Lo complicado es que su nueva cinta, la primera donde dirige, escribe y protagoniza, es una comedia romántica que ha de compararse con la que la convirtió en estrella y que debe funcionar en cada aspecto para que la embarcación no empiece a hacer agua. Pero esto último es precisamente lo que pasa desde el arranque de Al diablo con el amor. La película cuenta la historia de una florista neoyorquina (Vardalos) que anda siempre con una sonrisa y feliz de la vida. ¿Por qué? Porque no se ha enredado en cuestiones de amor: su consigna es tener cinco citas con un hombre, vivirlas al máximo y pasar a lo que viene. Pero, por cierto, algo puede fallar. Por ejemplo, que al lado de su florería se instale un restorán de tapas cuyo dueño (John Corbett, el mismo galán de Mi gran…) haga temblar el sólido esquema vital de la protagonista. Este redactor no tiene problemas con los clichés e inverosimilitudes de las comedias románticas -por el contrario-, teniendo en cuenta que el subgénero está regido en buena parte por lo que queremos ver y escuchar, por ñoño que esto sea. Sin embargo, cuando el timing cómico se extravía, cuando los secundarios parecen sacados de una sitcom del montón o cuando los incómodos silencios sustituyen el tono humorístico, hay claramente un problema. Y no es el único en esta película.