No es política de este redactor contar el final de una película. Pero vale dejar constancia  cuando una cinta de vampiros -y de lobos- que ha mantenido en vilo a una muchedumbre adolescente alborozada por más de dos horas, llega a su fin con chiquillas gritando como si no hubiera un mañana. Todo porque el galán más paliducho de la pantalla (Robert Pattinson en el rol de Edward Cullen) le dice a su amada Bella (Kristen Stewart) algo a lo que ella sólo podrá responder en la tercera parte de la saga Crepúsculo. La segunda, Luna nueva, ya hizo la pega.

Se dirá que las cintas de vampiros no pasan de moda o incluso que, desde el primer Drácula (1931), funcionan mejor en tiempos de crisis. Pero el impacto profundo de las adaptaciones de la bestseller Stephenie Meyer dice más cosas. Entre ellas, que los adolescentes cautivos son un público soñado y que el mix entre romance juvenil y apetitos sangrientos puede ser creíble, y hasta querible, en la medida que conecte con emociones y sensaciones tan antiguas como actuales.

En el espíritu de los tiempos que corren, la intriga de Crepúsculo -exhibida a principios de año en Chile- cambiaba castillos y catacumbas por cotidianidades grises que se viven en cualquier parte. Se ambientaba en el pueblito de Forks, Washington, hasta donde llegaba Bella, guapa y nerviosilla, a enamorarse perdidamente del único tipo al que le dijeron que no se acercara. El escenario era pródigo en retablos escolares que daban cuenta de las naderías y crueldades adolescentes, y este mismo hecho le dio aire y variedad al relato. Difícil, y no sólo por las atendibles limitantes de las segundas partes, es valorar la nueva entrega en los mismos términos.

Bella, en Luna nueva, ya es parte del paisaje de la secundaria del pueblo. Ahora Edward es el pololo que la abraza por su cumpleaños, pero que a poco andar parece que le romperá el corazón. Aunque no por hacerle daño -hay pocos vampiros tan buenos tipos como Edward Cullen-, sino por protegerla. De hecho, todo el mundo quiere proteger a Bella en esta pasada, entre ellos su viejo conocido Jacob (Taylor Lautner), quien ahora se revela dueño de particulares dones de transformación que lo llevarán a estrellarse de frente con los chupasangres.

Mientras la protagonista es una heroína embobada y abusada, que arranca la saga sin que podamos adivinarle los pasos pero deriva en una abismal seguidilla de tics, esta película de Chris Weitz (La brújula dorada) aplica el populismo que requiere la continuidad de la serie: estira el elástico de lo prohibido y se aburre de forzar la simpatía de sus personajes, haciendo de la intriga lo que dicta la circunstancia, una fuente inagotable de suspiros para las fans. Ni las miserias ni los aciertos de esta política, en todo caso, podrán detener al taquillazo desbocado. Como si hiciera falta decirlo.