Hija de miristas, Macarena Aguiló tenía ocho años cuando su madre decidió volver a Chile en la "Operación retorno". A partir de 1980, y durante buena parte de la década, vivió junto a hijos de otros que volvieron clandestinos a resistir a Pinochet. En Bélgica y en Cuba, tuvo hermanos y padres "sociales" que completaron su crianza. En medio, recibía cartas de la mamá, quien le comentaba el sentido que tenía la lucha en Chile y cuánto anhelaba la hora del reencuentro. Esta experiencia es la base de El edificio de los chilenos. El documental, ganador de Fidocs 2010, se presenta ahora en el Museo de la Memoria y cuesta pensar en un lugar más adecuado. Ya el sumergirse en un capítulo poco conocido del exilio chileno valida la cinta en tanto aporte a la historia reciente. Pero la inmersión en primera persona que encarna Aguiló supone también una ordalía emocional de la que no se sale indemne: una historia de padres dolidos e hijos carenciados, de directrices superiores que se impusieron a la vida familiar. Más allá de ciertos desajustes en el tono, la cinta instala el factor generacional y las cuentas pendientes como ejes dignos de la mayor consideración.