Dentro de lo que se ha designado como "novísimo cine chileno", Perro muerto ocupa un lugar saliente. La ópera prima de Camilo Becerra tiene lo que tienen varias que lucen la etiqueta (una mirada personal al mundo que retrata, una cierta marginalidad, un tiempo lato para retratar a sus personajes, etc), pero a la hora de la poner en juego los afectos y las emociones, así como de establecer una comunicación con el espectador, habla con voz propia y da un paso al frente. Su historia es la de Alejandra (Rocío Monasterio), quien vivía de allegada junto a su hijo de 8 años en la casa de la abuela de su ex pareja, en la comuna de Quilicura. Fallecida la anciana, la joven madre es conminada por el padre de su ex (Daniel Antivilo) a dejar prontamente el lugar, que será vendido a una constructora. Principia ahí un recorrido en que Alejandra irá de casa en casa con su pequeño mal alimentado, vendiendo ropa en una feria, haciendo trabajos de costura, gastando la poca plata que gana en videojuegos, cigarrillos y alcohol. Lejos de la perfección (por de pronto, los altibajos interpretativos no pueden esconderse), Perro muerto es sin embargo un debut meritorio que ofrece un protagónico entrañable y un retablo pleno de detalles estimables que arman un conjunto valioso.