Nada nuevo: pasados los 40, para la estrella valorada por su lozanía, belleza o sex appeal, la pérdida de bonos puede llegar a tomar la forma de un porrazo. O pasa que ya no hay más papeles como los que hubo. O que estos se notan cada vez menos.  A no ser que la estrella sea Catherine Deneuve. O Helen Hunt, que coescribió, dirigió y protagonizó Cuando todo cambia (2008), estrenada hace 10 días. O Sandra Bullock, que produce y estelariza La propuesta.

Víctima de bullying en el colegio y propulsada a las alturas por el taquillazo planetario de Speed, Bullock empezó oportunamente a producir películas para su lucimiento (Miss simpatía, Cálculo mortal) y a empoderarse, al punto de poner nuevamente al tope de la taquilla una comedia hollywoodense de premisas que ya eran antiguas en los tiempos de Kate Hepburn y Spencer Tracy. En el afiche luce un perfecto vestido negro, ceñido, sensual, que realza una impecable figura apoyada en la de un tipo joven que, como se comenta en voz baja, es bastante menor que ella. Como diciendo, casi, tengo 45 y qué tanto.

Comedia de la vieja escuela, para bien y para mal, La propuesta arranca con el amanecer paralelo de un día laboral para Margaret (Bullock), encumbrada ejecutiva de una editorial neoyorquina, y Andrew (Ryan Reynolds), su asistente, cuyo despertador lo ha puesto en apuros: se quedó dormido y ahora tiene que llegar antes que ella a la oficina, provisto del café. Porque como saben todos en la editorial, y él en particular, Margaret puede ser una arpía insufrible si las cosas no son como ella quiere que sean.

Pero resulta que la ejecutiva, canadiense de nacimiento, está en problemas: por trabajólica y soberbia, transgredió los protocolos migratorios y la van a deportar… a menos, piensa ella, que Andrew (el leal y todoterreno Andrew) se avenga a celebrar matrimonio. Y él, previa garantía de un anhelado ascenso y so pena de caer preso si los pillan en la trampa, acepta la propuesta. Pero, para engañar a la ley, ella tiene que conocer, de inmediato, a la familia del novio. Y eso es en Alaska.

Bastante se ha visto y escrito de la línea apenas visible que separa una comedia que anda de una que no; de la multiplicidad de factores (espesor de los personajes, timing de las escenas, convicción de los parlamentos, etc.) que inclinan la balanza, a veces violentamente. En La propuesta, sin duda, hay recursos viejos como el cine que se echan a andar sin más, porque se entiende que lo que llega del otro lado de la pantalla (la proyección identitaria del público) puede funcionar si se les cree a esos dos que, en el fondo, se aman, más allá de que sostengan una guerra de los sexos o encarnen de todos los modos imaginables la ética contemporánea del capital.  Y en esto último, al extraviarse las escenas y forzarse los chistes, asoman fisuras que terminan deshaciendo el encanto.

Aunque quizá no todo está perdido: cuando Bullock asoma, empoderada, su cara de perplejidad tras dar un beso a su coprotagonista en la casa de los futuros suegros, algo pasa. Mejor no negarlo.