Se supone que las solemnidades de la función crítica corren para todas las películas, incluyendo las que se cuelgan el cartel "familiar" y adicionalmente han sido calificadas de "educativas". Pero cuesta hacerse el fruncido o sólo contemplar variables estético-narrativas ante Winter, el delfín, que llega a salas en versión normal y en la siempre discutible 3D. Se trata, por de pronto, de un caso auténtico de rehabilitación animal cuyo protagonista homónimo es también el de la ficción: un cetáceo que perdió su cola y que estuvo a punto de ser sacrificado. Un mamífero marino que tras varar en la costa ha sido llevado a un centro especializado donde recibe las visitas de un chico de 11 años que hasta antes de conocerlo era el paradigma de la apatía, pero que ahora ha encontrado un interés en la vida. La madre del muchacho (Ashley Judd) es testigo de este cambio de actitud y aporta lo suyo para evitar que la fuerza de los hechos acabe con la vida del animal, así como con la institución que lo está cuidando. Nada del otro mundo, y acaso la duración fatigue a los más chicos. Eso sí, esta "historia verdadera" provista de un mensaje de integración encontró un relato fílmico que le calzó como guante y que hasta presta impensados insumos al debate sobre la educación.