No fue uno de sus títulos más virtuosos, pero en el célebre cuento La dama del perrito, de 1899, el médico y escritor ruso Antón Chéjov narró el fugaz romance entre un hombre casado, además de gigoló, y una mujer bastante más joven, también casada y a quien conoce por azares del verano, en un balneario cualquiera. Aún atado al escándalo y susceptibilidades de los más pacatos, el autor de Las tres hermanas, fiel a su estilo, en vez de retratar una formidable escena de sexo casual, como ocurre cuando sus dos protagonistas se besan por primera vez, convierte el anecdótico flechazo en un profundo drama existencial para ambos.

Desde luego no hay lencería, tampoco pechos desnudos, besos salivosos ni una voz femenina imponente. Chéjov opta por enumerar los pensamientos de un hombre -quizá él mismo- que, en cada mujer que se le cruza, habitan otros tres arquetipos femeninos conocidos por él: primero están las más alegres y libres, aparentemente conformes por hacer el amor con sus hombres, dure lo que dure; luego otras, como su propia esposa, insensibles al punto de acariciar sin palpar, y de hablar y hablar sin cesar y de un modo afectado e histérico; y, por último, el puñado más mezquino: aquellas mujeres frías, en cuyos rostros se enciende de pronto una llama salvaje y el deseo de tomar, obtener y decir algo, aun así el mundo pueda venírseles encima.

Dos años después, en 1901, Chéjov asiste a la primera función de Las tres hermanas, considerada con los años una de sus obras maestras. Luego, en 1904, a meses de su muerte, se estrena El jardín de cerezos, la historia de una familia aristocrática rusa que pierde sus cosechas por la mala administración de sus dueños. "En ambos textos se percibe la voltereta del autor y cómo se sacude sus propios prejuicios con lo femenino y los subleva, aun cuando seguía viviendo en el centro de una sociedad machista, como la rusa", dice Héctor Noguera. "Cuando ocurre, estamos frente a una nueva propuesta y visión de lo que es o podría ser el misterioso mundo privado de las mujeres. La protagonista de la obra que dirijo ahora cabe en ese último grupo planteado por Chéjov, pues dirá lo que tenga que decir con tal de hacer valer sus ideas", agrega.

Desde el 20 octubre, en el Teatro UC, el actor, director y último Premio Nacional de Teatro pondrá en escena una versión de jardín, la novela de Pablo Simonetti de 2014, adaptada al teatro por su hija Emilia. En la historia, muy "similar" a la de El jardín de cerezos (según Simonetti y el propio Noguera), una mujer viuda y que deambula sola por los descuentos de su vida, se ve obligada a vender y abandonar la casa donde echó sus raíces mientras los hijos crecían, ante una oferta inmobiliaria. "El supuesto progreso de la ciudad fue arrasando con todo, incluidas las vidas de algunas personas, como la de esta mujer", dice Noguera. La matriarca interpretada por Blanca Mallol, opina Noguera, destruye los arquetipos: "Aunque está rodeada de sus hijos -Francisca Imboden, Cristián Campos y Mario Horton- se encuentra muy sola, pero estoica. Creo que se ajusta también al espectro femenino de los tiempos actuales, y eso la hace atractiva y hasta inspiradora, por qué no, para otras mujeres", agrega.

Recién estrenada en el Taller Siglo XX, La dama de Los Andes, la nueva obra de Bosco Cayo (Leftraru) y Teatro Sin Dominio, instala también la vejez y el alzheimer en la voz de otra mujer mayor y solitaria. La presidenta del voluntariado Damas de Rojo de un hospital de Los Andes ha pasado la vara de los 70 años, y ahora, recluida en su casa, sus compañeras se alternan para cuidarla e intentar esclarecer un pasado que parece confuso. "Era tiempo de que las mujeres pudiesen hablar sin tapujos sobre infidelidad y la dictadura chilena, históricamente apropiadas por los hombres", dice su autor y director. A pocos pasos del Templo de Santa Teresa, en Los Andes, convertido hace varios años en un lugar de peregrinación, una mujer escarbará en su memoria hasta dar con una verdad dolorosa "y necesaria antes de partir", agrega.

En 2014, Hilda Peña, el monólogo de Isidora Stevenson, se impuso en la Muestra Nacional de Dramaturgia. La historia de una mujer (Paula Zúñiga) que se entera de la muerte de su hijo adoptivo por la televisión en los primeros años 90, fue vista por 3.170 personas en sus tres temporadas en el GAM, dentro una sala con capacidad apenas para 80 personas. "Fue una locura. Función tras función estaba todo lleno", recuerda Aliocha de la Sotta, directora del montaje que el domingo 19 vuelve a escena para el Festival Gesta, en Valparaíso, un certamen exclusivamente dedicado a la perspectiva teatral femenina.

"Creo que el público está redescubriendo y revalorando las historias simples y contadas por voces femeninas para hablar de distintas cosas y desde distintos lugares, desde problemáticas actuales a dramas más domésticos, pero que al final dan cuenta de cicatrices de nuestra sociedad", agrega. La semana pasada, también en el GAM, De la Sotta terminó con las funciones de Un minuto feliz, la obra del argentino Santiago Loza que retrataba a las trabajadores de un café con piernas santiaguino de fines de los 80. "Cuesta mucho creer que esas mujeres nunca antes inspiraran a otros, hasta que vino un extranjero y notó que había algo misterioso en ellas o algo que decir y que no estaba dicho", añade. El montaje llevó a más de 1.660 espectadores en un mes en cartelera. Lo mismo ocurrió el año pasado con El marinero, de Fernando Pessoa, dirigida por Alejandro Goic y con Bélgica Castro, Gloria Münchmeyer y Carmen Barros en escena, que convocó a 1.450 personas. También con Xuárez, de Luis Barrales, conducido por Manuela Infante, visto por 1.610 espectadores. El montaje se acaba de reestrenar en el mismo centro cultural, donde estará hasta el 2 de julio.

"El feminismo se ha puesto de moda en Chile como una visión más sobre el mundo privado de las mujeres", opina Infante. "Probablemente siempre ha sido así, pero antes era más por prejuicio que otra cosa. Ahora es distinto. El público de verdad empatiza más con las historias de estas mujeres que podrían ser sus madres, hermanas o antepasados incluso", agrega. En Xuárez, Infante y Barrales desconstruyen el mito de Inés, la amante de Pedro de Valdivia y única española en Chile durante la Conquista: sobre el escenario aparece La fundación de Santiago, el cuadro de Pedro Lira de 1888, y las dos actrices -Claudia Celedón y Patricia Rivadeneira- se mueven sobre él como dos sombras del mismo óleo para reencumbrar el valor de un personaje que, dicen, fue acallado por la historia.

"Desde luego no podía saberse que Inés le respondía mal a Valdivia o que lo contradecía, tampoco cómo era su trato con la servidumbre o los indios. Ella pudo ser parte del origen de lo bueno y malo del país que finalmente se construyó, pero queda a la vista que incluso desde el arte se le intentó ocultar y relegar a lo doméstico a toda costa. Esta obra plantea, como muchas otras y desde la ficción, una revancha más que justa", remata.

La directora Paula González, en tanto, reconocida por su trabajo en Galvarino y otras piezas teatrales de corte documental, estrenará Ñuke el próximo 7 de julio, en la Estación Mapocho. El texto de David Arancibia escrito durante los talleres del Royal Court (2012-2013) pone al centro otro conflicto histórico: en su ruca vemos a Carmen (Viviana Herrera), una comunera mapuche que se resiste a visitar a su hijo Pascual, quien se encuentra preso tras un episodio más del conflicto con el Estado chileno en la Araucanía. "Es un dolor constante para ella ver a su propio hijo como un delincuente", cuenta González, "y aún cuando está de acuerdo con la lucha y resistencia de su pueblo, su hijo más pequeño le recuerda que ante todo es madre y que debe velar por la seguridad de los suyos. Creo que la maternidad es un tema tan universal y arraigado en la sociedad que parece inagotable, sobre todo cuando se enmarca en otro contexto. Aquí es la guerra, la resistencia, y en medio de todo, es una mujer quien debe alzar la voz y hacer lo suyo".