Cuánto puede durar el fútbol. Algo así debe estar preguntándose en este preciso momento, en esta bochornosa mañana ñuñoína, Adolfo Alamiro Olivares Aravena (76), más conocido en el circuito del balompié chileno como Cuchi Cuchi, mientras se balancea parsimoniosamente en la mecedora de la casa en la que vive desde hace dos semanas. Y es más que probable que al ex delantero del Ballet Azul, ex seleccionado nacional y ex arrendatario de una modesta pieza en el centro, le cueste encontrar una respuesta. Pues cuando la vida de uno está hecha solamente de fútbol, resulta difícil discernir sus vértices.

Nacido en Ocoa, un pequeño pueblo de la Quinta Región chilena el 20 de diciembre de 1940, el debut profesional de Olivares tuvo lugar 21 años más tarde, en Everton, equipo que se quedó prendado al instante de las cualidades técnicas del espigado ariete que, además de gozar de una portentosa zancada, tenía casa en Viña. "Vino a jugar a Ocoa un equipo con puros jugadores de Everton y le hicimos boleta. Fuimos tres jugadores seleccionados, pero quedé yo nomás porque tenía unos tíos en Viña, porque tenía dónde quedarme y los demás no. Ahí empezó todo", comienza a rememorar el ex futbolista, con un punto de sarcasmo. Sentado frente a él, Osvaldo Gálvez, hermano mayor del también ex futbolista azul Martín Gálvez, lo escucha con atención. Él también fue jugador, como todos los Gálvez, pero sólo durante algún tiempo. Después, una vez terminada su etapa como futbolista, decidió tomar otro camino. Algo que el Cuchi no pudo o no quiso hacer.

Hijo de un ferroviario, fue precisamente en las filas de Ferrobádminton donde Adolfo Olivares comenzó a granjearse un nombre como futbolista; un nombre que, en honor a la verdad, le duró bastante poco, concretamente el tiempo que tardaron en bautizarlo con el apodo que lo acompaña todavía, ése por el que todos lo recuerdan. "Yo vivía cerca del (Teatro) Humoresque, en Victoria con San Ignacio y acababa de pasar de Ferro a la U. Y en Humoresque el que estaba a cargo era amigo, así que nos invitaba a las funciones. Y un día estaba allí Silvia Ferrer, una argentina, alias la Cuchi Cuchi, y de ahí salió el nombre. Así que un día martes, entrenando, el Rubén (Marcos) que había ido un día viernes al Humoresque, me dice: 'Tócala, poh, Cuchi Cuchi'. Y quedé bautizado para siempre", recuerda, antes de estallar en una sonora carcajada.

Aquel año, 1964, Cuchi Cuchi (entonces todavía Adolfo Olivares, a secas) había hecho tambalearse el mercado del fútbol chileno. La poderosa U del Lucho Álamos, a la que comenzaban a apodar ya el Ballet Azul, decidió realizar un millonario desembolso para hacerse con sus servicios. La operación se cerró en 40 millones de pesos. Una auténtica fortuna para la época: "Se pagó mucho porque me tiraron para la bolsa. Había una bolsa de jugadores en ese tiempo y me tiraron en 40 millones, porque pensaron que no me iba a sacar nadie, pero una semana después, un dirigente de la U puso los 40 millones".

Pero en las filas del Ballet Azul, a Olivares le tocó bailar, por así decirlo, con la más fea. "Eran todos buenos, desde atrás, era un plantel con 24 jugadores buenos, pero yo era como el recambio de Carlos Campos y aunque trajeron muchos jugadores siempre acababa jugando el Negro Campos. El entrenador, Lucho Álamos, tampoco se atrevía a hacer muchos cambios", explica, apurando de un trago su tercera taza de café.

Así con todo, Cuchi Cuchi Olivares se proclamó campeón nacional con Universidad de Chile en 1964 y 1965; vivió en las filas de Santiago Morning su mejor momento deportivo ("porque en esa época, en el 69, fui llamado también a la Selección para las Eliminatorias del Mundial del 70" -apostilla-); y se alzó con la corona en Bolivia defendiendo los colores de The Strongest en 1974, antes de colgar los botines a la edad de 39 años. "Pero todavía soy hincha de la U, soy azul azul, ¿no se nota en la polera?", confiesa, atusándose su impoluta vestimenta.

Son las 9.30 de la mañana en Ñuñoa cuando hace su aparición en la casa familiar Martín Gálvez (54), el auténtico responsable de que el Cuchi esté hoy sentado en esta mecedora, en el arbolado patio que da a la calle Pucará, luego de quedarse sin vivienda.

Se conocieron hace mucho tiempo, en una cancha de fútbol amateur; el Cuchi acababa de retirarse y la carrera del Tincho Gálvez estaba a punto de despegar. "Yo al Cuchi lo conocí en el año 80 u 81, jugando en el Sans Soucci, que era un equipo de la Liga de La Reina en el que también jugaban mis hermanos. Yo ahí tenía 16 ó 17 años y él debía tener como 40", comienza a relatar el ex puntero zurdo de la U en la década de los 80, el hombre que jugó en el fútbol europeo cuando no estaba de moda, en el balompié mexicano cuando todavía no era tan fácil y que una vez abandonado el profesionalismo, en 1991, se embarcó en una labor de formación de jugadores a la que continúa dedicando hoy su vida. Una vida, en cierto modo, hecha también sólo de fútbol. Como la del Cuchi.

"El Cuchi nunca se alejó del fútbol porque el fútbol es un deporte tan transversal que te permite jugar con guatones, flacos, viejos, jóvenes. Por eso el Cuchi siguió. Y porque yo creo que ése es el alimento de todos los que fuimos futbolistas profesionales, el seguir jugando", reflexiona el Tincho Gálvez, lustrándose los lentes al hacerlo, empañados a causa del sudor.

Durante los más de 35 años transcurridos desde su retiro, en 1979, hasta hace poco más de un año, Cuchi Cuchi Olivares no dejó de jugar al fútbol ni una sola semana. Su último equipo fue el Estudiantes, de la Liga de La Reina, y su última categoría, la diamante, aquella reservada para mayores de 60. "Hasta el año pasado iba a jugar todos los sábados, la temporada completa. Y los más jóvenes aún me querían en su equipo", asegura el ex delantero, con las pupilas ahora humedecidas, temblorosas, con gesto emocionado. Una versión que Gálvez corrobora: "Yo me lo topaba semanalmente porque él estaba inscrito en un equipo de la Liga en la que yo juego, hasta que, bueno, de repente como que empezó a desaparecer".

Pero tan solo una causa de fuerza mayor podía ser capaz de explicar su repentino absentismo, de justificar su alejamiento de las canchas; su verdadero hábitat natural, su único hogar, su primera y última frontera. "Me hicieron seis quimioterapias en el Hospital Sótero del Río, pero a Dios gracias que al comienzo fue bien, cuando me empezó la enfermedad la atacaron al tiro, y tuve una buena recuperación", explica escuetamente el ex centrodelantero, bajando la voz al referirse al cáncer de ganglios que puso en jaque su vida en 2016 y del que hoy parece totalmente restablecido. "Pero después de la enfermedad él ya no volvió a jugar más. Entiendo que se pierden muchas fuerzas con este tipo de cosas, que ya las piernas no dan para correr", reflexiona el Tincho Gálvez, desde el otro extremo de la mesa.

A finales de 2016, Olivares ya había derrotado la enfermedad, pero un mensaje en el grupo de whatsapp de la corporación de ex jugadores de la U, en febrero de este mismo año, dio la voz de alarma. El Cuchi estaba en apuros. "Un día surgió un comentario en el grupo advirtiendo de que el Cuchi estaba con un problema de vivienda. Y dado que yo y mis hermanos teníamos la posibilidad inmediata de recibirlo, decidimos brindarle acogida a Adolfo. Esto fue un miércoles a las 12, y ese mismo día, a las 6, Adolfo ya estaba aquí", explica Gálvez, quien hoy dirige tres escuelas de fútbol; una de ellas, la más antigua de la U en territorio chileno.

El eslabón perdido

Desde hace dos semanas, Cuchi Cuchi Olivares es un huésped más en la casa de los "Gálvez de las siete canchas", como Martín asegura que conocen todavía a la familia en el barrio, por su pasado futbolístico. Osvaldo y Edmundo, dos de los hermanos mayores del Tincho, también viven allí, pero la vivienda familiar actualmente se encuentra en venta.

Por eso cada mañana, antes del mediodía, el Cuchi sale a recorrer las calles del centro en busca de una pieza en arriendo. Tiene una hermana en Quillota -viviendo en la casa que él mismo le compró a su madre con "la plata del fútbol"; un hijo de 52 años al que no quiere molestar, y "una pensión de gracia, como la que tienen todos los chilenos comunes y corrientes, nomás", como único recurso de subsistencia. "Estoy acostumbrado a Santiago, Quillota lo encuentro muy chico. Allá tengo un puro amigo que es el Rómulo Betta y mi idea es volver a vivir al centro, arrendar una pieza. Como estoy solo, como no me casé nunca, me es más fácil", proclama, con renovado optimismo, aunque sin desconocer que la herencia económica que el fútbol profesional le dejó -ése al que dedicó toda su vida- es, en realidad, bastante exigua: "Es difícil vivir hoy de lo que se ganó en el fútbol. No había jubilación en esa época, así que es medio difícil, salvo los que tuvieron más visión y trabajaban. Yo conozco a alguno que está más o menos bien, pero el resto no", sentencia. Y Tincho Gálvez asiente con la cabeza. "Yo te aseguro que hay muchos ex jugadores de los 60 y 70 que están con muchos apremios. Y yo me pregunto: ¿Hoy el Sindicato de futbolistas está preocupado de los que van a tener 70 años en 20 años más, en 35? Tengo la sensación de que hay mucha desprotección. ¿Tienen alguna casa de acogida, alguna pensión, alguna cuota mortuoria? Hoy día es distinto, hoy el futbolista profesional debiera ser muy torpe para no asegurarse con propiedades, por ejemplo, pero no sé si hay alguien de los 60 que sea rico", reflexiona en voz alta.

Carlos Soto, director del Sifup y ex dirigente del organismo durante 18 años lo explica: "Recién en 1970 se promulgó el Decreto Fuerza Ley en el que se intentó profesionalizar y normalizar el trabajo del fútbol. Antes, se destinaba un porcentaje del valor de las entradas para pagar las jubilaciones, pero los salarios eran otros y muchos contratos no llegaban a registrarse. En los 60 era todo semiprofesional", comienza. "En los 80, durante la Dictadura, se cambió el sistema previsional en Chile, menos en las Fuerzas Armadas y en el fútbol, y recién en 2003 los clubes comenzaron a cotizar de acuerdo a un sistema de AFP. Antes, en la época de Cuchi Cuchi el sistema era INP, por lo que una jubilación de acuerdo al modelo antiguo puede ser de 100.000 pesos. En ningún caso creo que supere los 200.000", prosigue. "Hoy, desde 2007, la situación es buena, pero en la mayoría de los casos de jugadores antiguos ya no se puede hacer nada, por la prescripción que han tenido muchos de sus derechos. El verdadero problema los siguen teniendo los jugadores que ya pasaron, ése lo arrastramos y ahí es donde está el sufrimiento", culmina Soto, antes de señalar que en su opinión, el mejor modelo de pensiones en el fútbol es el "inglés, seguido del español y del argentino".

"Lo importante, como corporación, es que podamos seguir ofreciendo soluciones como ésta en el futuro, por el bienestar de nuestros ex jugadores", culmina el Tincho Gálvez. Y ahora es Cuchi Cuchi Olivares el que asiente con la cabeza y el que sonríe. "Ya casi no voy al estadio, porque además casi que no te reconocen los años que jugaste. No te dan carnet ni nada. Eso sólo pasa en Chile", denuncia, y agrega, a modo de despedida: "Si me recupero bien, puede que vuelva a jugar, pero creo que ya pasó mi tren, ya colgué los botines por segunda vez".