CON UNA actitud que parece fundarse más en el deseo y la voluntad que en la realidad, el ministro de Cultura Luciano Cruz-Coke declaró hace unos días que "nuestro país vive un gran momento en lo cultural". Lo dijo mientras daba a conocer el informe de consumo cultural 2011, que en términos generales arrojaba un aumento de público en cine, teatro y música.

No obstante, el estudio entrega varias señales que llaman a moderar el optimismo. El cine, la única disciplina que  presenta  cifras  robustas,  hace rato   que  se  convirtió  en  un espectáculo más emparentado con el videojuego que con el arte. La cartelera está plagada de películas para niños y para padres que aspiran a volver a la adolescencia. Que 17 millones de personas hayan ido al cine sólo habla de la enorme acogida que tuvieron Kung Fu Panda, X-Men y Piratas del Caribe.

En Chile todavía no se estrenan películas ganadoras de festivales importantes, como Amour de Michael Haneke (Cannes) y Pietá de Kim Ki Duk (Venecia). De acuerdo al propio informe, cerca de 16 millones vieron un filme estadounidense, apenas 200 mil uno europeo y 27.500 uno de Latinoamérica. Al parecer, conceptos como globalización o multiculturalismo no son aplicables a nuestra cartelera cinematográfica.

Los índices de público en otras áreas son escuálidos… ¡y eso que no se midió la compra de libros! Al teatro pagado fueron 500 mil asistentes; a un concierto de música clásica, 140 mil; y a la ópera, apenas 50 mil espectadores. En los museos, el líder es el de Historia Natural, lo que significa que los insectos siguen siendo más atractivos que los cuadros. Bueno, con una oferta siempre exigua es poco lo que se puede hacer. En este momento hay una gran exposición en Argentina de Giacometti y acaba de finalizar otra de Caravaggio. La historia es la de siempre: ambas muestras estuvieron en Sao Paulo, llegan a Buenos Aires y, por falta de dinero para los seguros, no pasan por Santiago, que será una ciudad de restaurantes y malls, pero no un punto de referencia en el circuito cultural latinoamericano.

Hay varios factores que influyen en esto, desde problemas de infraestructura a la falta de educación estética en los colegios. Y está instalada, de manera no menos extendida, la noción de que lo que no se financia debe morir. En los países desarrollados, sin embargo, se ha comprendido que es clave la protección de las compañías nacionales de música y teatro, así como el apoyo a las bibliotecas y a la producción nacional de cine. En el libro Cultura: oportunidad de desarrollo, publicado por este gobierno, el economista David Throsby subraya que no se trata de "intervencionismo para favorecer industrias ineficientes, sino de un reconocimiento al valor cultural que surge de la celebración de una identidad propia".

Los productos culturales benefician a toda la comunidad, estimulando el desarrollo de las facultades intelectuales, el cultivo del espíritu y el sentido de pertenencia. Por lo mismo, el apoyo del Estado debiera ser mayor en ciertas disciplinas, más cuando el compromiso de los privados es intermitente. Una sociedad incapaz de apreciar el ballet o el cine más contemplativo se vuelve menos imaginativa y menos sensible a la belleza.