Hasta el 16 de noviembre de 1989, los habitantes de Sudáfrica no podían utilizar las mismas playas; cada grupo racial (claramente identificado) tenía para sí habilitados sectores costeros específicos y el incumplimiento de la norma era considerado un delito. Aunque la derogación de la Ley sobre Actividades Recreativas Separadas no se concretaría inmediatamente, la apertura de las playas, anunciada por el entonces Presidente sudafricano Frederick de Klerk (1989-1994), fue un pequeño paso para terminar con la política de segregación racial -o apartheid- que rigió en el país entre 1948 y principios de los años 90. "Ha llegado el momento de acabar con las separaciones en todas las actividades", sostuvo el presidente al anunciar su decisión.

Pese a que en Sudáfrica hubo segregación racial desde la colonización europea, no fue hasta la victoria del Partido Nacional en 1948 que el apartheid (literalmente "separación" en afrikaans) comenzó a ser respaldado jurídicamente. El argumento era que el país no acogía a una sola nación, sino que a varios grupos raciales, entre los cuales se les entregaba el control casi absoluto del país a los blancos. En esa línea, las leyes promulgadas desde entonces tuvieron como finalidad evitar al máximo el contacto interracial, siendo una de las primeras medidas la Ley de Prohibición de Matrimonios Mixtos (1949), que impedía que un blanco se casara con un no blanco.

La Ley de Registro de la Población (1950), en tanto, introdujo una tarjeta de identificación para los mayores de 18 años, en los cuales debía especificarse claramente el grupo racial -blanco, negro, mestizo e indio (asiáticos de la antigua India británica)- que determinaba sus derechos educacionales, sociales, económicos y políticos. Luego sería promulgada la Ley de Areas Grupales (1950), cuyo fin fue dividir a los grupos raciales en distintas y claramente delimitadas zonas geográficas. Como resultado, las mejores tierras fueron a parar a manos de los blancos (cerca del 15% de los habitantes), al tiempo que el resto de la población (85%) quedó relegada a las zonas rurales y periféricas de las grandes ciudades. Esta norma fue una especie de anteproyecto de lo que posteriormente sería una política de desarrollo separado de cada uno de los grupos (que a su vez también tenían subclasificaciones), impulsada principalmente durante el gobierno del primer ministro Hendrik Verwoerd (1958-1966).

Las protestas en contra del régimen del apartheid se intensificaron en las décadas de los 70, al tiempo que aumentaba la presión internacional para el fin de la segregación (el primer pronunciamiento de la ONU al respecto data de 1950). En este marco de exclusión, por ejemplo, el Comité Olímpico Internacional expulsó al Comité Olímpico Sudafricano en 1970, camino que luego imitarían varias federaciones deportivas. Así, por ejemplo, se dieron situaciones extrañas, como que Sudáfrica ganara la Copa Davis en 1974 sin necesidad de jugar la final, dado que el otro contendor, India, se negó a ir a Johannesburgo en protesta por el apartheid. Incluso, Sudáfrica no pudo participar en los mundiales de rugby de 1987 y 1991.

La abolición del apartheid vio finalmente la luz coincidentemente con el ascenso al poder de De Klerk. Entre 1990 y 1991 se abolió el sistema normativo que sustentaba el régimen de segregación que terminó en 1993. Luego se redactó una nueva Constitución, y Nelson Mandela ganó las primeras elecciones por sufragio universal en 1994, convirtiéndose así en el primer presidente negro de Sudáfrica.

Desde entonces, el país comenzó a adaptarse a su nueva realidad, sin apartheid, pero cargando aún con una historia de discriminación. Así, la Sudáfrica post apartheid ha enfrentado fenómenos positivos, como el aumento de su clase media negra. Jóvenes que antes veían limitadas sus posibilidades por las leyes raciales hoy lideran un país que ha promovido la diversidad. Sin embargo, a ello se suma el éxodo de los blancos. Más de un millón ha dejado el país desde 1995, según el South African Institute of Race Relations. Una cifra no despreciable, considerando que los blancos eran cerca de cuatro millones en el momento del fin del apartheid. Paralelamente, la población negra creció casi ocho millones, de 31,5 millones a más de 39 millones. El éxodo llegó a tal nivel -motivado también por las crecientes cifras de criminalidad- que en 2008 se lanzó un libro que se convertiría en fenómeno de ventas. El título: ¡Don't Panic! (No entre en pánico). En él, su autor, Alan Knott-Craig, intentaba convencer a los blancos de quedarse y comprometerse con el país.