Hoy termina el periodo como consejero del Banco Central (BC) -luego de 10 años- del destacado economista Sebastián Claro. Sería adecuado que la búsqueda de su reemplazo se haga luego de la segunda vuelta, de modo de privilegiar en su elección una discusión técnica por sobre consideraciones políticas.

En cualquier caso, la elección de un nuevo consejero para el BC, sobre todo en el periodo electoral que vive el país, abre un espacio de reflexión sobre el rol que juega el instituto emisor en nuestro ordenamiento económico. La autonomía es un elemento esencial al momento de configurar la política monetaria de nuestra economía, la que lamentablemente ha sido puesta en tela de juicio en algunos pasajes de nuestra historia política reciente. Por ejemplo, el programa de la actual administración incluyó en el capítulo sobre la nueva constitución una referencia al Banco Central, que, aunque le reconocía su autonomía, indicaba que "la ley establecerá la medida de la autonomía y de la configuración de sus competencias", idea que afortunadamente no prosperó.

Además, el programa inicial del actual candidato de la Nueva Mayoría contenía un párrafo que aludía al rol del BC, señalando que la "diversificación productiva y exportadora hace necesario impulsar una política cambiaria, que tenga como propósito la estabilidad del tipo de cambio real, a un nivel competitivo y funcional para la estrategia comercial y productiva del país". En el programa definitivo se corrigió la redacción, indicando que un eventual gobierno suyo "instruirá al Ministerio de Hacienda y solicitará al Banco Central, este último en el ejercicio de su autonomía, para que, en conjunto, estudien experiencias internacionales y propongan alternativas de atenuación de los ciclos y alta volatilidad del tipo de cambio, en los roles respectivos que la legislación establece".

La nominación del nuevo consejero del BC debe velar por mantener un alto perfil técnico de sus integrantes, transversalidad política -que en este caso conlleva el nombramiento de un economista de similar sensibilidad política del saliente, indispensable para mantener un sano equilibrio- y, principalmente, el estricto respeto por la autonomía que tanto prestigio y elogios le han granjeado al instituto emisor.

La política monetaria de excelencia es aquella que tiene un objetivo central -el control de la inflación- y que opera en independencia del ciclo político. Los esbozos de ciertos sectores por incorporar más objetivos a las funciones del BC -como el crecimiento o el empleo, por más prioritarios que estos sean- son intentos que ignoran la importancia de mantener un entorno macroeconómico sano en el desarrollo económico y social del país y que, de avanzar en esa dirección, pueden terminar por desdibujar el rol del BC, sacrificar su independencia y exculpar a las verdaderas causas que explican el crecimiento y la generación de empleos.

Tal como en el pasado, es de esperar que exista un consenso transversal en la definición del nuevo integrante del Consejo del BC que contribuya a potenciar la imagen de una de las instituciones más reconocidas del país.