Más allá del triunfo del Partido Popular de Austria (ÖVP) en las recientes elecciones generales de ese país con un 31,5% que permitirán convertir a su líder, Sebastian Kurz, en el primer ministro más joven de Europa con sólo 31 años, la mayor novedad fue el fuerte avance logrado por el ultraderechista Partido de la Libertad (FPO). Esta agrupación logró un 26% de los votos y, si bien, no se convirtió en la segunda fuerza del país quedó a menos de un punto de superar a los socialdemócratas del SPÖ.

Luego del quiebre de la alianza entre el ÖVP y el SPÖ, que motivó la convocatoria a las actuales elecciones, pocos dudan que la apuesta del futuro primer ministro será formar una alianza con la ultraderecha. El avance de ese partido da cuenta de la radicalización que viene experimentando no solo la política austríaca sino la de diversos países de Europa en los últimos años. Los casos del Frente Nacional en Francia, del Ukip en Reino Unido y de Alternativa para Alemania (AfD) son una muestra de ello.

El hecho, que ha ido de la mano del desplome de los partidos socialdemócratas europeos que dominaron la escena de ese continente por décadas, tiene su explicación en el creciente descontento de la población frente al manejo de la inmigración y la llegada de refugiados de Medio Oriente en los últimos años.

Es importante por ello que los partidos tradicionales se hagan cargo de ese fenómeno y sepan responder a esa inquietud ciudadana para evitar que la creciente radicalización siga creciendo en la política europea de la mano del avance de la xenofobia. Las próximas elecciones en Italia, donde el populista Movimiento 5 Estrellas lidera los sondeos, serán una nueva prueba para Europa.