Hoy, los inmigrantes en Chile representan un poco más del 2% de la población del país. Una cifra modesta si se compara con los inmigrantes residentes en países desarrollados, que en promedio alcanzaron en 2015 el 11,3%, según cifras de la División de Población de la ONU.

Aún así, se trata de una cifra en constante alza. Si para 1982 estos representaban el 0,7% de la población total, hoy son el 2,3%, el porcentaje más alto en los últimos 40 años (ver nota secundaria).

Un alza que bien se refleja en el progresivo aumento de los permisos de permanencia definitiva, que crecieron 203% entre 2005 y 2014, pasando de 11.907 en 2005 a 36.024 en 2014, según el Anuario de Migración del Departamento Extranjería y Migración.

Estimaciones hechas sobre la base del Censo 2002, y los permisos de residencia definitiva otorgados con posterioridad a esa fecha, establecen que en 2014 el país albergaba 411 mil personas con este permiso, a los que en 2015 se sumaron otros 48.836.

Según el Departamento Extranjería y Migración, los migrantes hoy bordean el medio millón de personas en el país.

“Su presencia ha aumentado, pero no es real pensar que Chile se está “llenando” de extranjeros”, aclara Iskra Pavez, socióloga y académica de la Universidad Bernardo O’Higgins.

Prejuicios

Los extranjeros coinciden en que hoy se enfrentan a muchos prejuicios en todos los ámbitos, explica  Delfina          Lawson, de la Clínica Jurídica de Migrantes y Refugiados de la Universidad Diego Portales. “Es algo que se ve en todos los ámbitos. El principal prejuicio es asociarlos a la delincuencia, cuando no hay ningún estudio que demuestre ese vínculo, ni en Chile ni en el mundo”.

Coincide en esa mirada la experta de la U. Bernardo O’Higgins, quien señala que existe, además, el prejuicio de que el migrante viene arrancando de una crisis extrema en su país, y “que llega acá y les hacemos un favor al recibirlos”.

Dejar de verlos como una amenaza es un cambio cultural que toma tiempo, sostiene Lawson. “Ellos no vienen a robar trabajos, sino a construir el país a la par. Debemos reconocer, además, que, independiente de dónde nacen, tienen derechos sólo por el hecho de ser persona. Derecho a la salud, a la educación, al trabajo y a una vida digna, sin importar si es migrante en situación regular o irregular”.

Ellos han asumido tareas que los chilenos no estaban realizando, agrega Pavez. “Las mujeres chilenas se retiraron del trabajo doméstico, ¿quién hace hoy lo que las chilenas hacían históricamente gratis? Ese vacío lo asumen hoy las extranjeras y eso no se valora”.

Es un espacio en el que   conviven con mucha discriminación, e incluso aprovechamiento, señala Miguel Yaksic, director del Servicio Jesuita a Migrantes. “Hay personas que defienden la migración como una oportunidad de acceder a mano de obra barata, y muchas personas están dispuestas a trabajar en condiciones muy precarias, pese a que están más calificadas que los chilenos”, dice.