Gastón Aranda, profesor de historia y geografía, trabajó 20 años en la educación tradicional y así le explicaba a sus alumnos qué es el viento: “Atentos, alumnos. Viento es el desplazamiento de las masas de aire desde las altas a las bajas presiones...”. Ahora, en cambio, hace clases en el Colegio Rudolf Steiner, un establecimiento con pedagogía Waldorf, ha tenido que cambiar el discurso. “Acá tengo que ser capaz de que los chicos capten algunas características del aire sin mencionarlas, para que logren imaginarse qué es el viento. Eso se hace mediante un diálogo y ellos mismos me van diciendo cosas para que yo haga un dibujo en la pizarra. Algunos, no todos, van a llegar a decir: ‘oye, pero si el viento es el aire que se mueve desde las altas a las bajas presiones’ con un lenguaje muy simple, pero finalmente van a haber descubierto por su cuenta qué es”.

Si la diferencia no queda clara, Aranda lo explica de otra forma. En la enseñanza tradicional “se repite como loro” lo que se estudia en los libros; “los cabros me quedaban mirando y yo creo que nunca aprendieron nada”. En la pedagogía Waldorf, en cambio, “se requiere de más trabajo, más pensamiento y ser creativo porque en ninguna parte tengo escrito lo que debo decir, se me tiene que ocurrir”.

El primer colegio Waldorf en Chile fue el Giordano Bruno, fundado en 1979, por Claudio Rauch. Pero en los últimos años han comenzado a  experimentar un crecimiento. Si en 2007 había cinco escuelas de este tipo, hoy se cuentan al menos 25 entre colegios y jardines infantiles.

Basada en las ideas del alemán Rudolf Steiner, creador de la Antroposofía (una filosofía y medicina), la pedagogía Waldorf tiene como pilar fundamental la comprensión del humano como un ser espiritual. Esto se traduce en desarrollar un respeto por los ciclos de la naturaleza y la vida (septenios), el aprendizaje a través del juego y una permanente exploración del arte. Luego de todo eso viene el pensamiento abstracto, con el fin de no intelectualizar precozmente a los niños.

En un sistema donde las pruebas de selección a niños de cuatro años para postular a un colegio son una pesadilla para los papás, y las exigencias de las notas y pruebas como el Simce agobian a los grandes y los chicos, la pedagogía Waldorf es un respiro. “Yo encontraba absurdo que a los tres años a mi hijo le tomaban unas pruebas tremendas y lo seleccionaran sólo por lo intelectual. Me parecía antihumano. Pablo quedó en todos los colegios, pero estaba buscando otra cosa”, recuerda Marcela Guerra, apoderada del Rudolf, sobre la experiencia con su hijo Pablo (ver recuadro). Recuerda que no fue simple elegir un sistema no tradicional para sus hijos y que su familia le hacía comentarios del tipo “pero cómo no les ponen notas”, “¿por qué no sabe leer si está en segundo?” o “no va a poder entrar a la universidad”. Ella se lo tomó con calma: “Opté porque los niños se criaran en un ambiente emocionalmente equilibrado y si no aprendían a leer en primero, aprenderían en segundo, no es una gran cosa”. Y tiene buen recuerdo de esa etapa: “Con mi marido pasamos la básica súper tranquilos, mientras veía a mis colegas que tenían a sus hijos con Ritalín. Mis dos hijos son niños muy equilibrados y fueron a universidades tradicionales”.

Aunque todo parece muy hippie, no hay que confundirse: los colegios de este tipo pueden ser tan estrictos e incluso más demandantes para las familias que uno tradicional, sólo que sus énfasis son distintos. Son colegios sin uniforme y sin notas, pero donde hay muy poca tolerancia a la televisión o los dispositivos electrónicos, los niños tienen que trabajar disciplinadamente en el huerto o en sus manualidades, tienen que aprender a tocar un instrumento desde chicos y comer saludablemente.

En general son particulares costosos (algunos tienen mensualidades de hasta 300 mil pesos) y sólo dos de ellos están reconocidos por el Mineduc: el Giordano Bruno y Colegio Waldorf de Santiago. En todos los demás, los estudiantes necesitan certificar sus conocimientos a través de exámenes libres para conseguir sus licencias de enseñanza básica y media.

Los profesores Waldorf se capacitan mediante seminarios que duran dos años y no todos pasaron por la carrera de Pedagogía. “De hecho, de los que hacemos clases en el Rudolf, tres o cuatros tenemos el título de educadores. Pero no tengo ningún rollo con eso. Me parece fantástico que otros profesionales quieran ser educadores”, explica Gastón Aranda y agrega a los interesados en ser profesores Waldorf les ha faltado iniciativa emprendedora para gestionar un colegio -partiendo por un jardín, por la básica o la media y desde ahí expandirse-. “Hay muchas personas que hacen el seminario y que buscan espacio en los colegios existentes, pero no hay cupos para todos”.

Quienes han pasado por establecimientos Waldorf también entregan algunas críticas. “A mí me tocó una buena profesora, pero está muy condicionado a eso, a que te lleves bien con ella, porque es como tu mamá. Tengo amigos que se retiraron porque eran súper rebeldes”, recuerda Rafaela Behrens. Isabel Castillo, que luego de egresar del Rudolf Steiner entró a estudiar Historia en la U. Católica, dice que echó de menos algún esfuerzo de su colegio por guiar la transición hacia lo que viene después, sea la PSU, la universidad u otro camino. Es una crítica que se repite y que se soluciona, dice Pablo Guerra, ingeniero civil y ex alumno del mismo colegio, con un taller u otra instancia que prepare a los alumnos.

Isabel Castillo (31): “En la universidad no te preguntan por lo que aprendiste en el colegio”

Cómo insertarse en el mundo real después de pasar por un colegio Waldorf. Eso es lo que a Isabel Castillo (31), historiadora de la UC y estudiante de doctorado en Ciencias Políticas en la U. de Northwestern (Estados Unidos), le pidieron que respondiera a un grupo de papás interesados en esta pedagogía que tenían esa preocupación. “La entiendo, pero por mi experiencia no la comparto. Esta idea de que el éxito académico depende del colegio es una visión muy acotada de la academia. Con el tiempo me di cuenta de que son otras las habilidades importantes, como la capacidad de desarrollar pensamiento crítico, la curiosidad o la autonomía”.

Pero ella sí tuvo ese miedo cuando llegó a la universidad porque, supuestamente, en su colegio, el Rudolf Steiner, no le habían pasado los contenidos de base para estudiar ahí. “Ese déficit y ese miedo son parte de un prejuicio. En la universidad no te preguntan por lo que aprendiste en el colegio y si tenía que hacer un ensayo era por lo que había leído ahí. Más que conocimientos, necesitas habilidades: cómo aprendo, cómo lo escribo, cómo organizo mi tiempo. Algunas las tenía y otras las desarrollé”.

Para ella, lo que aprendió en el Rudolf está cada vez más legitimado. “Teóricamente, los contenidos del Mineduc se basan en habilidades, pero sabemos que en la práctica no es así y el currículum está tan saturado que a los colegios les alcanza tiempo para pasar los contenidos y nada más. Ahora nos estamos dando cuenta de que ese no es el camino y por algo se están dando pasos atrás. Aunque muy marginalmente, se está dando una validación de cosas que son propias de la pedagogía Waldorf”.

Rafaela Behrens (30): “Siempre tenía ganas de ir. Hasta enferma”.

La arquitecta recuerda con algo de risa e ironía los cumpleaños sin dulces y “demasiadas” pasas y almendras, la comida integral que les daban (que en esa época era una rareza) y los tratamientos de homeopatía con la doctora del colegio. “Creo que sólo una vez tomé antibióticos y estoy bastante segura que de niña no me pusieron vacunas”, reflexiona, agregando que si tuviera hijo y fuera necesario darle un tratamiento más tradicional, no lo dudaría.

Ella hizo toda su enseñanza básica  en el colegio Giordano Bruno donde dice que desarrolló su gusto por saber cosas nuevas. “Yo aprendí sin darme cuenta, jugando”, dice. Algo distinto a lo que le pasó durante su enseñanza media, en un colegio católico, donde a pesar de estar entre los mejores promedios de su curso, estuvo a punto de repetir por inasistencia. “Me aburría, aunque finalmente pude acostumbrarme. Supongo que en la universidad conseguí un equilibrio entre ese sistema académico más tradicional y el desarrollo de mis habilidades artísticas”, explica.

Hoy Rafaela trabaja en la oficina de la arquitectura de Carolina Portugueis y Martín Labbé, tiene un máster en eficiencia energética en España y hace clases en la Universidad Católica.

Pablo Tello (31): “No fue traumático convertirme en ingeniero”

Pablo fue alumno del Rudolf Steiner desde prekínder a cuarto medio. Preparó la PAA por su cuenta, entró a bachillerato en la Usach y fue el mejor de su generación. Luego se cambió a Ingeniería Civil Industrial en la misma universidad, terminó entre los tres mejores y por sus notas se ganó una beca para hacer una pasantía en Alemania. Hoy trabaja en el Centro Nacional para la Innovación y Fomento de las Energías Sustentables. “No fue traumático convertirme en ingeniero viniendo del Rudolf. Para nada”, dice. Explica que el primer año le costó porque no tenía método de estudio ni sabía cuánto antes preparar una prueba. Dice que su colegio podría haber resuelto esas dudas con un taller o algo parecido. Sin embargo, el primer año en la universidad no lo pasó peor que el resto de sus compañeros que venían de la enseñanza tradicional.

Pero sí experimentó un choque cultural. En su colegio analizaban durante un año libros como La divina comedia, de Dante, o Fausto, de Goethe y mientras él quería hablar de eso, sus compañeros comentaban Mekano, SQP o Primer Plano. “Si ponía como tema el concierto de música clásica al que fui ayer, nadie me pescaba, entonces me aburría. Tal vez el aburrido era yo”, dice. En su casa nunca hubo televisión por recomendación (no por obligación, aclara) del colegio. “En la universidad siempre me molestaron. La talla típica era: ¿pero conoces una tele?”. Por estos días, Pablo se está cambiando a vivir solo y no ha resuelto si va a tener una o no. Agrega que su colegio es una burbuja que está aislada del resto de la ciudad: “Representamos, no sé, al 0,00001 por ciento de Chile, pero en el hecho de ser un grupo de interés obviamente hay cosas que todos compartimos, como un lenguaje cultural que nadie va a entender, por ejemplo. Pasas por raro y nos hacen bullying, pero a mí me da lo mismo. Ha sido mucho mayor lo que me he enriquecido”.

Andrés Tobar (33): "Te dejan ser y te dan libertad para actuar"

Tras viajar un año por Europa con sus amigos, uno de los fundadores y socio del Hotel Surazo, y campeón sudamericano de windsurf en 2009, decidió entrar a la Escuela Culinaria Francesa. Actualmente es el chef y administrador del hotel que se ha convertido en un referente en el turismo en Chile, y el reconoce que su curiosidad por los sabores nuevos y su enorme creatividad en la cocina están influenciados por su paso por el colegio Rudolf Steiner, donde estuvo de kínder a octavo.

“Fue lo mejor, un gran acierto de mis padres”, dice, aunque reconoce que en esta decisión hay cierta ironía: ellos tuvieron una formación más tradicional(él es ingeniero informático y ella ingeniera comercial, ambos de la Universidad de Chile). Aún así, optaron para él y sus hermanos por “una educación más libre”. Por eso cuando, al terminar octavo, decidieron ponerlo en un colegio que no era Waldorf (el Campvs College), hubo una conversación: “Fue todo un tema. Me dijeron que ya estaba más maduro, que era el momento de insertarme en un sistema más ‘normal’”. Y él se entusiasmó, se motivó. Recuerda con cariño que su papá le enseñó a hacer nudos de corbata (nunca había ocupado una) y que estuvo todo el verano pensando en su cambio, en que iba a estudiar mucho… lo que le duró medio año. Es que nunca se sintió completamente cómodo, confiesa. Los uniformes, el silencio, las filas, el himno nacional, le parecían cosas demasiado extrañas. “Me mimeticé, seguía la corriente, pero no sé si era yo. Mis grandes recuerdos del colegio son del Rudolf, de los dibujos de bosques y mesetas que nos hacían con tiza en la clase de geografía, por ejemplo”.

Se describe como disperso, tímido y desordenado, todas cosas que él considera son atributos. ¿Pero es posible ser jefe con esas características? Él cree que sí, al menos en Surazo su estilo ha funcionado. “Como el Rudolf te da seguridad, cariño y apoyo, creces con la idea de que no todos son tu competencia. Creo que por eso pude desarrollar la personalidad para enfrentar los problemas y el estrés de mi trabajo con éxito”, afirma.

Renata Lübbert (33): “Ojalá que este método educativo fuera menos elitista y llegara sobre todo a los niños vulnerables”

Esta diseñadora industrial de la Universidad de Chile vive desde 2010 en el balneario de Puertecillo, en la Sexta Región, a donde se fue para instalarse con su marido e hijos. La impronta Waldorf es fuerte en ella. Fue alumna desde kínder a cuarto medio del Colegio Rudolf Steiner y ahora hace clases en el pequeño Colegio Los Mayos, que está basado en esa pedagogía, para lo que hizo un seminario de dos años en este tipo de enseñanza.

Como alumna, siempre tuvo que dar exámenes libres. “Íbamos a un liceo municipal a fin de año y todos los pasábamos. Al final son los mismos contenidos, lo que cambia es la forma de entregarlos”. Por esta misma razón, dice que incluso se sintió aventajada frente a sus compañeros de universidad. “Como era una carrera media artística, me enchufé demasiado bien, me sentía mucho más preparada que mis compañeros”. De hecho participó de un equipo de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas que viajó a Australia con el auto Eolian en el World Solar Challenge. “Yo me busqué mi propio camino, era muy proactiva en la u. Lo del viaje a Australia, por ejemplo, nadie me lo ofreció, yo fui y lo busqué. La educación que tuve me dio las raíces para ser un árbol fuerte, para sentirme segura de lo que hacía”. Hoy, agrega, su veta artística y la confianza que tiene al trabajar con sus alumnos, es clave. “La pedagogía Waldorf ve al ser humano como una entidad completa, ve sus sentimientos, su espiritualidad, y por eso la creatividad me ayuda mucho en el trabajo diario”, explica.

Aun así, reconoce que los colegios Waldorf están lejos de ser socialmente inclusivos. “Son súper caros. Además, no estar reconocidos  por el Mineduc es un tema. Aquí en el nuestro tenemos niños becados, pero ese es un factor que a los papás les asusta y nos ha costado un poco el tema de la integración. Es un proceso lento. Tenemos que avanzar en una oferta Waldorf que sea más masiva y menos elitista”.

Uri Martinich (33): “No soy fan de la filosofía Waldorf”

Dueño de la agencia de marketing digital ROI, Uri Martinich estudió desde primero a octavo básico en el Rudolf Steiner, pero aclara que no está de acuerdo con los principios del filósofo austríaco. “Steiner es un autor esotérico y tiene una volada supersticiosa que no comparto”, dice y pone como ejemplo que en su colegio se recomendaba no vacunar a los niños para que desarrollaran sus propios anticuerpos. “Y sabemos que eso es una estupidez. Uno no desarrolla anticuerpos para la poliomielitis, por ejemplo, y se puede morir de eso de manera muy cruel”.

Martinich también critica “la volada seudocientífica de la homeopatía”. “En los lugares de enseñanza hay que transmitir conocimiento. Inculcarles a los niños que mediante tomar pastillas de agua con azúcar uno se puede mejorar de algo, no me parece correcto”. Aclara, eso sí, que todo eso era una recomendación y no un requisito: “Era un colegio bien hippie, pero nunca pusieron a nadie en peligro. Si te esguinzabas el pie no te daban una pastilla, sino que te llevaban a la clínica”. Martinich cursó la enseñanza media en el colegio Raimapu, de La Florida. “Lo que más me costó es el modelo del profesor parado adelante, anotando en una pizarra, uno tomando apuntes y después una prueba. Todo muy estructurado y repetitivo”, dice y asegura que lo pasó mejor en el Rudolf. Recuerda a una profesora de matemáticas que hacía juegos: ponía un paño al medio de la sala, comenzaba a dictar un ejercicio matemático y el que tenía la respuesta tomaba el pañuelo y ganaba un punto para su equipo. “Había búsqueda constante por motivar a los alumnos”.

María José Swart (30): “No eres un amish”

Recientemente titulada de un máster en marketing y negocios en NYU, vive en Nueva York con su pareja y se dedica al análisis de negocios y el emprendimiento. Es socia fundadora de WeTorch (www.wetorch.com), una aplicación móvil que permite geolocalizar diferentes eventos culturales en la ciudad, y su interés por el arte viene desde su paso por el Giordano Bruno, entre sexto y octavo básico, algo que la marcó para siempre. “Yo estudiaba en el Newland y me aburría mucho. Entonces mi mamá buscó uno que fuese distinto”. Aunque no pudo continuar en esta enseñanza durante la media, porque se fue a vivir fuera de Santiago, cuenta que sus hermanos y primos también han seguido en esta pedagogía. “Todos fuimos niños Waldorf”, dice riendo.

Por esto, la periodista aclara que “estigmatizar” a los alumnos Waldorf debido al enfoque artístico de esta pedagogía es un error: “No somos sólo ‘los que hacen acuarelas’. Yo le tenía pavor a las matemáticas y fueron mis profes del Giordano los que me incentivaron y me dieron vuelta la torta. Ahora trabajo con estadísticas, análisis financieros… la autodisciplina que me inculcaron me lo permite. Desarrollas tus capacidades, pero eso no quiere decir que eres malo en lo otro, porque siempre te incentivan a hacer cosas nuevas”.

Quizás el único “pero” que ve María José en las escuelas Waldorf es la alta exigencia que imponen a los padres. “La educación Waldorf requiere un compromiso de toda la familia. Hay un trabajo en conjunto y te exige estar cien por ciento involucrado como papá, lo que es súper difícil en el modelo de sociedad actual”.