La soledad de su voz fue desterrada cuando el propio Javier Marías (63) abrió la puerta del balcón de su casa en Madrid e irrumpió el rumor babélico de los turistas de la plaza. El estaba en mitad de sus reflexiones sobre su nueva novela, Así empieza lo malo (Alfaguara), ya disponible en librerías. Dejó entrar las voces de la tarde, sin parar de fumar ni hablar, de la manera en que algunos españoles no sólo se "cambiaron de chaqueta", como por arte de magia, tras la muerte de Franco, sino que intentaron obrar el milagro de usurparse a sí mismos con nuevas biografías. Fue poco después de que aclarara que no se trata de una novela política, sino sobre el deseo y el perdón. La novela cuenta la historia de un cineasta y su mujer. Y el asistente del realizador, quien presencia el desequilibrio del matrimonio, es el que cuenta la historia.

Es su novela más erótica, con más humor y desparpajo. Allí está el rastro del joven Marías, del Javier Marías que fue, y que es en la memoria y en los recuerdos, llamado aquí Juan de Vere. El, el joven Juan, es quien desde una edad cercana a los 50 años del presente evoca su vida en 1980. Tenía 23 años, el adiós al franquismo aún estaba presente, la Transición había echado a andar, el mundo parecía reinventarse y el divorcio estaba por caer. Ahí está el origen de una novela en cuyo título, una vez más, está la presencia de Shakespeare, ahora con Hamlet: "Así empieza lo malo y lo peor queda atrás".

Su narrativa es pensamiento en movimiento trenzado de relato y análisis ¿no?

Si en otras novelas he podido determinar con bastante exactitud el primer latido, como decía Nabokov, aquí no tengo un elemento tan concreto. Cuando uno lleva 43 años publicando y ha tenido varias fases, llega un momento en el cual uno acepta que tiene un estilo y temas que me preocupan.

Temas como el matrimonio y el deseo se desarrollan en el libro.

Una de las cosas que parece haberse olvidado es que hasta hace relativamente poco no había divorcio en España. Recordé que muchos matrimonios, aunque se llevaran mal y fueran indiferentes, seguían juntos. Eso me llevó a pensar que aparte de no existir el divorcio, una de las cosas que, a menudo, más mantiene a las parejas, y vale tanto para matrimonios como otro tipo de relaciones, es el rencor. Cómo el rencor es una fuerza enorme, y puede ser difícil prescindir de él. Me interesaba también abordar el deseo sexual mezclado, a veces, con amor y como uno de los motores más fuertes entre dos personas, sobre todo en la juventud.

No es una novela sobre los jóvenes y la sexualidad, pero tiene coordenadas sobre ese territorio...

Como autor me resulta inquietante que el joven en un momento dado tiene la sensación de haber vivido cosas como una especie de atesoramiento, y viene a decir: 'Tengo que fijarme bien, tengo que aprehender bien este momento y estar atento a los detalles porque habrá un yo futuro que ya no tendrá tan fácil este tipo de escenas y me reclamará este momento'. Como si uno tuviera presente el espectro que será. A medida que uno cumple años descubre que el joven que fue tenía razón, y que uno ha guardado aquel día, aquel polvo, por decirlo mal, o aquel enamoramiento.

El libro no es autobiográfico.

El lenguaje del narrador es más crudo. Sobre todo en el pensamiento y eso da verosimilitud. Para su configuración recordé pasajes de mi vida de joven. He pensado con cierta honestidad sobre si yo habría hecho una cosa u otra. Y a veces no es fácil reconocer y aceptar que también uno se portó de manera un poco indigna.

No es una novela de amor, pero igual se asoman diferentes formas de amor.

Lo extraordinario es que el amor sea correspondido. ¿Por qué diablos alguien a quien nosotros señalamos va a corresponder y, en caso extraño de que así sea, por qué ha de durar? Lo tenemos como algo que sucede habitualmente. Enlaza con una idea de Corazón tan blanco, cuando se dice que en realidad todo el mundo obliga a todo el mundo. En las relaciones más extraordinarias, amorosas, probablemente, al menos al inicio, hay un cierto grado de forzamiento de las circunstancias de quien toma la iniciativa, incluso en la amistad, aunque luego las cosas cambien.

Palpita en la novela sombras de venganzas.

La arbitrariedad del perdón es un misterio. El que no pasemos por alto cosas pequeñas. Quizá tiene que ver con lo que hiere el amor propio y este es enigmático. A veces nos tomamos mal que se ponga en duda algo trivial y no nos importa que se ponga en duda algo básico de nuestra personalidad o comportamiento. Nadie sabe muy bien dónde tiene puesto el orgullo.

El franquismo parece tocarlo todo en España.


Hubo un acuerdo, después de la dictadura, de no pasar factura a nadie. En la novela hay un personaje que quiere saber algo del pasado de un amigo y luego desiste. Dice que si perdiera esa amistad al involucrarse en lo que él hizo hace muchos años, y que luego ha reparado, sería el mayor imbécil de un país donde nadie está haciendo eso. Donde se están dejando pasar las cosas. Así renuncia a saber. Eso refleja la época, 1980, y lo que ha pasado en este país. Pero no es sólo reflejo de una época española sino de la historia de la humanidad. En realidad, en casi todas partes el número de crímenes que han sido juzgados y castigados es mínimo. No se puede llevar a todo un país, y ni siquiera a medio, al banquillo, salvo en una dictadura, si eres Stalin, Franco o Hitler.

Funciona bien el humor en la historia.

En mis novelas suele haber humor. Ahora, tal vez, como elemento rebajador de la tensión. Quizá porque hay elementos de melodrama en el mejor sentido de la palabra. Eso se ha producido con cierta sorpresa al intentar ser más realista. Al hacerlo me he encontrado con que cuanto más se acerca uno a la vida de las personas aparece el melodrama. La ocultación o el engaño de muchos tipos suelen estar presentes en las relaciones. Y, a veces, cuando se descubre la verdad, lo que se ha vivido se vuelve desazonador.