No necesariamente es la convicción el factor que decidirá a la DC a levantar con Carolina Goic su propia precandidatura a las primarias presidenciales de la Nueva Mayoría. Hay batallas que los partidos deben dar a veces por razones de identidad, o por razones de conveniencia e incluso por razones de desencanto. Un poco de todo eso es lo que está llevando al partido a alinearse detrás de su actual presidenta. ¿Le cabía otra opción en las actuales circunstancias? La verdad es que no. A la DC no le fue bien extendiendo un cheque en blanco a la actual Presidenta. Bachelet lo cobró tan pronto llegó al gobierno por una suma muy superior a la que el partido esperaba y esta percepción generó dentro de la colectividad una sensación de desencanto que no impidió que sus parlamentarios se cuadraran incondicionalmente con La Moneda en todas y cada una de las reformas que el gobierno quiso sacar adelante.

Arrastrada por la impopularidad de la Presidenta, la DC nunca logró perfilarse como una fuerza política de contrapeso dentro del oficialismo, que es lo que intentó hacer Jorge Burgos cuando fue ministro del Interior, y como ese esquema se volvió inviable, simplemente porque en la cabeza de la Presidenta no caben los contrapesos, el partido quedó atrapado en un proyecto que en lo grueso no lo interpretaba, en una retórica de recriminaciones y amenazas que nunca hizo efectivas y en una dinámica de acelerado desperfilamiento y desgaste. Así las cosas, no tiene nada de raro que le haya ido mal en las elecciones municipales.

Como la DC tampoco consiguió acuñar en los últimos años liderazgos potentes y de tonelaje presidencial –ya se sabe en qué terminaron sus últimos intentos, con Soledad Alvear el 2009 y Claudio Orrego el 2013- la carta que el partido se está jugando ahora es básicamente testimonial y de sobrevivencia. Sabe perfectamente que el tren de la elección presidencial le volverá a pasar por el lado. Podrá apoyarlo, podrá aguardarlo y podrá vitorearlo con más o menos entusiasmo; pero en ningún caso conducirlo. Lo que le queda entonces son solo dos cosas: negociar mejor que la vez pasada su posición relativa en la Nueva Mayoría y tratar de calificar como fuerza parlamentaria importante, para lo cual necesita gente (la tiene), mística (la apuesta es recuperarla) y proyecto, desafío en el cual la precandidatura de la senadora por la Región de Magallanes debería realizar un trabajo de definiciones que la DC ha abandonado por años.

El gran dilema, el drama si se quiere, de la colectividad es el que siempre toca a la puerta de los partidos de centro. Dicho en corto, es el siguiente: estas colectividades florecen en épocas de consenso y se marchitan en tiempos de polarización y crisis. Mientras los consensos en Chile permanecieron, la DC fue protagónica. Cuando se rompieron, tuvo que descentrarse y obviamente se ha resistido con poco éxito a su papel de comparsa. Todo indica que será difícil que pueda salir de ahí, pero lo que sí puede hacer es negociar mejor su rol dentro del oficialismo en la campaña de Alejandro Guillier, por lejos la figura mejor posicionada hasta ahora en la Nueva Mayoría para disputar el gobierno.

La decisión DC de llegar a la primaria con candidato propio, además de estar dictada por consideraciones de sobrevivencia, es lapidaria para la precandidatura del ex Presidente Lagos. Este es un tema que el partido nunca se atrevió a explicitar frontalmente, aunque estaba instalado con fuerza en el imaginario del partido. La militancia se hubiera sentido cómoda con Lagos. Sin embargo, ya se sabe que las cosas no funcionaron de esa manera. El ex Presidente nunca repuntó en las encuestas y además nunca registró en su bitácora electoral la conveniencia de hacer gestos a la DC. Un mínimo cariño. Al revés, todo lo que ha estado haciendo, que no es poco, es reivindicar al progresismo y tratar de tender puentes hacia la izquierda dura que lo desacreditó, que lo odia y que terminó destruyéndolo, olvidando en el intertanto que había en el centro un partido bastante desorientado, huérfano y con ganas de jugar en primera división.

Puesto que los vientos polarizadores de la política chilena parecieran ir en retirada, puesto que el intento del actual gobierno de quebrar el modelo terminó en un balance desastroso, dado que se frenó el crecimiento y la sociedad chilena es al día de hoy aún más desigual que el 2014, la DC espera volver a ser un factor de realismo y moderación en los desafíos que el país tiene por delante. Lo mismo ha intuido de alguna manera la candidatura de Alejandro Guillier, de suerte que no debiera ser tan traumática como la pintan la posibilidad de que la DC lo apoye. Ni el partido tiene mucha más opción que esa, ni Guillier está en condiciones de farrearse un electorado de sectores medios que necesita de todos modos para ganar.

Es sano que la DC decida, aunque sin grandes esperanzas, entrar a la arena presidencial. Le hará bien revisar su ADN, recuperar sus héroes y su dignidad, restablecer un cierto espíritu de unidad entre sus múltiples facciones y tendencias y definir qué tipo de país, qué estrategia de desarrollo, qué modelo de sociedad es el que los democratacristianos están buscando. Al hacerlo, deberán sortear la trampa del término medio, en que tantas veces cayeron. Ha sido su compulsión más recurrente: ni tan adentro que te quemes ni tan afuera que te hieles. Ni tanto ni tan poco. El problema es que las verdades, las buenas políticas públicas, no necesariamente están al medio. Porque al medio, muchas veces, lo único que hay son medias verdades.