Cuando se casaron en 1992, Sandra Román y Francisco Arriagada tenían una diferencia: la cantidad de años que cada uno había pasado estudiando. Él era ingeniero civil de la Universidad Católica de Valparaíso, y ella había llegado sólo hasta segundo medio en un liceo de Rengo. "Entre nosotros nunca fue tema, pero sí y mucho con las parejas de los amigos de mi marido. Ellas siempre eran profesionales", dice Sandra que explica que le incomodaba tener que responder que no tenía título, por lo que finalmente años después terminó la educación media y se puso a estudiar en la universidad.

En Chile, el caso de Sandra y Francisco es excepcional. Algo que demuestra la experiencia directa y confirma la investigación El diálogo de dos desafíos: evolución y relación de la desigualdad y la escolaridad en Chile, del economista del Centro de Estudios Públicos (CEP) Estéfano Rubio, quien usando datos de la Encuesta Casen realizada entre 1990 y 2013, vio cómo la tendencia de los chilenos a emparejarse con personas de sus mismos niveles educacionales (o emparejamiento selectivo) afecta la desigualdad socioeconómica.

"Siempre se habla de la desigualdad que hay en Chile, lo que me hizo pensar sobre si hay factores estructurales que impiden que ésta se reduzca. Me pregunté si las decisiones de las personas -por ejemplo cómo constituyen sus hogares-, la afecta más allá de todas las medidas en políticas públicas que se tomen", cuenta Rubio.

Florencia Torche, académica de sociología en New York University (NYU) y la UC, es probablemente quien más ha investigado en Chile el emparejamiento selectivo, también conocido como homogamia educativa (o para complicarlo más, homofilia), y explica que aún no se sabe bien qué es primero en este fenómeno, si el huevo o la gallina; es decir si es la desigualdad la que causa que la gente se empareje con sus iguales, o al revés. Pero agrega que lo que se ha demostrado es que ambas cosas suelen ir juntas: "Donde hay más desigualdad económica, hay también mayor homogamia educativa".

En su estudio, Rubio determinó que en las últimas décadas este indicador casi no ha variado en Chile. Según sus cálculos, si en 1990 el 60,8 por ciento de las parejas chilenas (casados y convivientes) tenía el mismo nivel educacional, para 2013 era el 57,7 por ciento. Esto se apoya en los extremos: mientras la gente en tramos medios tiende a casarse con más diversidad, las personas con estudios profesionales y de postgrado, por un lado, y quienes no tienen estudios, suelen ser mucho más endogámicas.

Esos dos mundos, además, no se encuentran, lo que agudiza la desigualdad porque hay una gran diferencia de rentas entre ambos: en promedio un profesional universitario gana un 150 por ciento más que alguien sin educación que a su vez recibe tres cuartos menos que un graduado  de la educación técnica.

De acuerdo al estudio de Rubio, la cantidad de parejas que tienen el mismo nivel de estudio en Chile es alta comparada con los datos que hay de Estados Unidos, Brasil, Argentina y similar a las de México.

Los resultados llevaron al investigador a una conclusión poco alentadora: la homogamia educativa consolida la desigualdad entre generaciones. "Si a este factor le sumamos la alta segregación social que hay, la que disminuye las probabilidades de conocer personas de otro nivel, lo que vamos a tener son parejas homógamas que a su vez van a traspasar su nivel educacional a sus hijos. Entonces, se van a repetir las estructuras sociales. Eso es lo más preocupante del estudio", dice el economista.

Para contrastar esta realidad, el investigador del CEP hizo una simulación para ver qué habría pasado si los padres de cada chileno se hubieran casado de forma aleatoria -es decir, sin emparejamiento selectivo-. En ese escenario, la desigualdad hubiera caído cinco puntos de acuerdo al índice de Gini, lo mismo que ha bajado en los últimos 25 años. "Nos habríamos ahorrado un cuarto de siglo de políticas públicas que disminuyesen la desigualdad", dice Rubio. Además hubieran bajado en un cinco por ciento las personas sin educación.

Pero sus resultados tienen otra cara y se ve en una caída del cinco por ciento de las personas con educación superior y como consecuencia una disminución significativa de los salarios. "Como este grupo gana proporcionalmente mucho más que los otros segmentos, al reducirlos caen los ingresos promedio en un 15 por ciento", dice el investigador. Su cálculo es el siguiente: si hoy el sueldo promedio por individuo es de 501 mil pesos, en su universo paralelo sería 427 mil pesos.

Es decir, de acuerdo al estudio se produce un intercambio entre aumento de la igualdad y una caída en el salario promedio. Si eso es deseable o no, es una decisión más política o incluso valórica que económica.

El valor de la educación

Mauricio Reyes y Rosemarie Vettel se casaron hace 22 años. Se conocieron en el trabajo, él con un título técnico de modelaje industrial del Incacea y ella, de ingeniera comercial de la Universidad de Chile. Algo que pesó. "Cuando empezamos, fue un tema la diferencia educacional. De repente me sentía que no encajaba en las conversaciones de ella con sus compañeros de universidad. Salíamos a comer y quedaba colgando", recuerda Reyes, quien a los 40 años también entró a estudiar a la Universidad Finis Terrae.

"Me ha tocado ver que las personas que entran a carreras de pregrado sobre los 40 años son las que tienen un cónyuge con título universitario", explica Ana María Yévenes, directora del Centro de Estudios e Investigación sobre la Familia (CEIF) de esa universidad.

Para el sociólogo Juan Carlos Oyanedel, director de la Fundación Centro de Estudios Cuantitativos, este factor se explica porque al estudiar una carrera se aprende a hablar un "idioma". "El proceso educativo te transforma, adoptas otros códigos. Por eso empiezas a hablar como abogado, sociólogo o economista, para entenderte mejor con tu nueva comunidad", dice Oyanedel, agregando que "mientras más alto es el nivel educacional, más codificado es el lenguaje y más alta la probabilidad de emparejarse con alguien del mismo nivel educacional".

En esto también tiene que ver el explosivo aumento de la educación superior. En 1990, el 13 por ciento de la población entre 18 y 24 años llegaba a ella, cifra que en  2009 alcanzó el 30 por ciento. Para probar el efecto que ese mayor acceso a estudios ha tenido sobre la homogamia educativa, Florencia Torche, comparó los últimos cuatro censos válidos (1970, 82, 92 y 2002) y descubrió que el emparejamiento selectivo aumentó en todos los periodos, especialmente en 2002.

Oyanedel cree que los distintos mundos han extremado sus barreras. "Ahora lo que tienes es que las personas sin educación no tienen otra opción: se tienen que casar entre ellos. La educación ya no es un elemento de selección, sino más bien de exclusión social", explica el sociólogo, quien agrega que es posible que eso se siga agudizando y para las personas que no tienen estudios sea cada vez más difícil romper el círculo y emparejarse con alguien con otro nivel educacional. "La distinción ya no va a ser por tener educación superior, sino que por tener estudios de postgrado o por las características institucionales. Habrá una homogamia más alta entre la gente de la Chile y la Católica, por ejemplo", augura Oyanedel.

En el estudio del CEP se ve que en el último tiempo los grupos con educación superior se han abierto más a casarse con gente que no tiene el mismo nivel educacional y en las últimas dos décadas las parejas en que ambos son profesionales cayeron en un 42 por ciento. Pero, a la vez, aquellos en que ninguno de los dos tiene estudios crecieron en la misma proporción.

Otro hito en este proceso ocurrió en 2008, año en que las mujeres matriculadas en pregrado superaron a los hombres rompiendo de paso la equidad en el mercado marital de los universitarios. Torche explica que esta es una tendencia mundial frente a la cual las mujeres tienen caminos: emparejarse con tipos con menor nivel educacional o simplemente quedarse solteras, opción que era la más común en Estados Unidos en décadas como los 60, 70 u 80. Para hacerse una idea, hoy en Chile las mujeres duplican a los hombres en estudios de postítulo: 16.521 frente a 7.481.

Todo esto presiona por cambios en las costumbres. "Que un hombre se casara con una mujer con mayor educación estaba un poco estigmatizado, pero en la medida que cambian los patrones culturales el que hayan parejas así se ha vuelto una opción más prevalente y menos estigmatizada", explica la socióloga de NYU.

A la hora de proyectar qué pasará en el futuro, Rubio es optimista: "En las próximas generaciones va a haber una caída en la desigualdad, un aumento en los ingresos y en los niveles educacionales". Eso sería producto del incremento de los chilenos con educación superior: "Muchos de nuestros padres no tenían educación, y eso bajaba mucho los índices, pero hoy hay mucha más gente que tiene educación superior". Y ya se sabe, a más progenitores profesionales, más probabilidades de que los hijos tengan un cartón.

Sandra Román y Francisco Arriagada

En 1991, trabajaban en la mina El Teniente. Él era ingeniero civil y ella había llegado sólo hasta segundo medio en su liceo de Rengo. Ahí se conocieron, se casaron, se cambiaron de zona y mientras él trabajaba, ella se hacía cargo de la casa y lideraba proyectos sociales, como un hogar de menores que fundaron en Punta Arenas. "En regiones siempre pude desarrollar proyectos y relacionarme con las autoridades, pero cuando llegué a Santiago toqué puertas y no se me abrió ninguna porque no tenía un título", recuerda Sandra. Cuando rondaba los 40, por el trabajo de Francisco, se instalaron en Lima, donde le resultó más fácil decidirse a terminar sus estudios. De vuelta en Chile, a los 43 años, entró a la carrera de Ciencias de la Familia en la Universidad Finis Terrae. Hoy prepara su tesis y trabaja en el diplomado de Niños y Políticas Públicas de la Universidad de Chile.

El principal cambio que eso le ha traído es la relación con sus tres hijas.  "Es muy gratificante poder responderles. Me acuerdo cuando estaban en el colegio, me preguntaban cosas y no podía hacerlo. Era muy frustrante", concluye Román.

Mauricio Reyes y  Rosemarie Vettel

Se conocieron en el trabajo, ella era ingeniera comercial de la Universidad de Chile y él, técnico de modelaje industrial del Incacea. "Hay un tema social un poco fuerte respecto a las diferencias educacionales. Para nosotros fue un tema casarnos, hacer pareja y familia", reconoce Reyes. En esos años llegaron a un acuerdo: Rosemarie, que tenía mejor renta, se abocaría más al trabajo y él se enfocaría más en los hijos. "Al largo plazo te das cuenta de que con esto hay un desgaste para la pareja, porque socialmente te hacen ver que esa parte en lo financiero a lo mejor la debías haber llevado tú", dice Reyes.

Llegando a los 40 quiso estudiar Ciencias de la Familia en la Universidad Finis Terrae. "Entré porque el negocio que tenía se estaba yendo a las pailas y porque mi hijo menor, Lukas, nació con una discapacidad, entonces me di cuenta de que tenía que reinventarme", explica. Hoy trabaja en la Cámara Chileno Alemana de Comercio (Camchal), donde es asesor de proyectos.

Jorge Leiva y María José Pérez

Se conocieron en 2012 por amigos en común. Él era técnico de ingeniería en gestión de negocios y ella era magíster en ingeniería civil de la UC y se preparaba para partir a estudiar Management Science and Engineering a la Universidad de Columbia. Él dice que la diferencia de niveles de estudio no fue importante. "Al contrario. Más que un conflicto era admiración por todo lo que ella ha logrado con esfuerzo". Mientras ella estaba afuera, él se quedó acá y se puso a estudiar en las noches ingeniería comercial. "Ella me motivó, pensé que mis esfuerzo darían frutos, así como los tenía ella por el suyo", dice Leiva, quien ya se tituló y ahora trabaja en una empresa de tecnología.