LA PALABRA televisión se quedó chica. Hasta hace poco implicaba televisión abierta (TVA). Pero a raíz de la digitalización, incluye también a la TV de pago por cable y satélite, y a las compañías de telecomunicaciones que permiten el acceso a internet. Para saber qué pasa en TV, hay que entender qué pasa en estos tres sectores antes separados.

Por ahora, el principal proveedor de contenidos made in Chile profesionalmente producidos, son los canales de TVA. Ese material complementa a los videos aficionados que los internautas suben a Youtube, aunque también se suben extractos de la TV o comentan en Twitter. En este esquema, son las empresas de telecomunicaciones las que ganan por concepto de tráfico por sus redes. Ese tráfico genera alrededor de US$ 3 mil millones al año y esas empresas multinacionales son casi las mismas que ofrecen TV de pago, sector que genera otros US$ 1.000 millones adicionales con un 21% del total de hogares nacionales abonados.

Si la TVA produce los contenidos, la TV de pago es un distribuidor. Aunque proveedor y distribuidor se complementan, también se generan conflictos. Como en el retail, cada actor quiere capturar la mayor tajada posible del precio de venta al cliente final y no depender del otro. Así, los canales chilenos de TVA quieren cobrarle un porcentaje a la TV de pago, que no les cancela un peso en royalties, pero retransmite su señal a los suscriptores junto a otras señales nacionales y extranjeras a las cuales sí les paga. La TV paga alega que por muchos años la TVA chilena no se molestó en cobrarles, y que no corresponde hacerlo ahora. La ley vigente, ya obsoleta, no resuelve el punto.

La TVA se financia con publicidad y capta alrededor de la mitad de los US$ 1.000 millones que se generan por este concepto en el año. En contraste, la TV cable atrae un 2% y los medios online un 3%. Pero a diferencia de las suscripciones al cable o a internet, más estables, ese ingreso es volátil, ya que depende de las mediciones de audiencia que en TVA se hace mediante una encuesta electrónica en tiempo real. Un punto más o menos de rating implica estampidas de dinero, así como la muerte temprana y/o alargue como chicle de ciertos programas. Esta fórmula de financiamiento privilegia contenidos de gusto promedio y masivo. Eso explica las altas sintonías de programas de farándula y similares: permiten identificación rápida ("alguien como yo puede aparecer en la tele") y recurrir a emociones básicas, pero poderosas como suspenso o curiosidad sexual.

El público no es tonto y se acostumbró a distraerse con la TVA. Por mientras, la institucionalidad canaliza las expectativas de calidad televisiva en el CNTV (que combina sanciones, un fondo concursable y la franja cultural); en TVN (que tiene prohibido recibir subsidios estatales), y en la TV de pago (que por ahora ofrece más variedad de canales). Pero esto puede cambiar con la futura Ley de TV Digital, entrampada en el Congreso desde 2008.

Quizás eso explica la llegada del ex ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre a la dirección ejecutiva de Canal 13. La gestión de la TV actual requiere negociar en ámbitos políticos, multisectoriales, internacionalizados, regulados por el Estado y de alta exposición pública. Y además hay que cuidar los pesos.