En 1964, el gobierno de Canadá se embarcaba en una expedición médica inédita llamada METEI (Medical Expedition to Easter Island). Apoyado por la OMS, investigadores de diferentes áreas —encabezados por el doctor Stanley Skoryna—, durante dos meses tomarían muestras de sangre y harían análisis a los pobladores de Isla de Pascua (Rapa Nui), una isla chilena de menos de 164 km2 y uno de los territorios más aislados del mundo. La idea del doctor Skoryna era estudiar a una población pequeña y aislada. Isla de Pascua parecía el lugar ideal para estos propósitos…

Pero, no más llegar la expedición a la isla, una rebelión política sin precedentes los esperaba. En aquella época la Isla de Pascua era visitada solo una vez al año por el buque Presidente Pinto, y sus habitantes estaban muy descontentos por el manejo administrativo al que estaban sometidos. Así, para cuando el HMCS Cape Scott, el buque canadiense, atracó el 13 de diciembre de 1964, sus residentes llevaban más de un año sin visita del Presidente Pinto, ya que, decían, «presentaba un desperfecto mecánico». Las reservas de harina, té, azúcar, aceite y otros suministros, desde zapatos hasta antibióticos, se habían agotado por completo y la crisis era total. El gobernador de la isla, el capitán de corbeta Jorge Portilla, desesperado por la situación, recurrió a Antony Law, comandante del Cape Scott, para ver la posibilidad de que donaran parte de sus provisiones y así repartirlas entre los hambrientos habitantes. El sábado 19 de diciembre, doscientas cajas con alimentos fueron repartidas por la propia tripulación del buque canadiense, generando una confianza que a larga sería fundamental entre isleños e investigadores médicos.

Pero los problemas no terminarían ahí. El consejo administrativo de la isla había autorizado la toma de muestras y comprometido a alentar la colaboración de los isleños, pero también pusieron ciertas condiciones: no debían realizarse exámenes ginecológicos de manera rutinaria; las mujeres solo podían ser examinadas por médicos mujeres; y no se extraerían más de 40 ml de sangre de los adultos.

No obstante estas condiciones, la resistencia y el descontento no amainaban, ni siquiera con comida. El trato que recibían los pascuenses por parte de las autoridades chilenas los tenía profundamente airados. No podían salir de la isla sin autorización (por miedo a la introducción de la lepra en el continente) y los canadienses reportaron que, en el primer encuentro con los isleños, estos dijeron en castellano: «Chileno malo». En este contexto adverso a los investigadores, los pascuenses decidieron rebelarse y elegir a su propio alcalde, algo no autorizado por el gobierno chileno.

El lunes 28 de diciembre —día en que debía comenzar la toma de muestras— dos emisarios se acercaron al campamento científico para comunicar que el líder político de la isla, Alfonso Rapu, no podía autorizar el inicio de los exámenes hasta el 16 de enero, día de la elección.

Enfrentado a la negativa de Rapu por colaborar, Skoryna decidió ir en persona y convencer a una familia para comenzar sus estudios. Su arriesgada maniobra fue exitosa; pronto otras familias se incorporaron a los exámenes y los investigadores lograron mantenerse dentro del plazo estipulado.

Durante su ejecución, la misión METEI contó con el apoyo de muchos miembros de la comunidad Rapa Nui, quienes trabajaron cocinando, limpiando y como intérpretes, pero también asistiendo en la toma de muestras y en el laboratorio, lavando el material de vidrio y la preparación de los medios de cultivo. Además, se tomaron fotos Polaroid de todos los habitantes y se recolectaron muestras de sangre, saliva y heces. El médico radiólogo tomó 3.450 radiografías en 33 días. Por último, se tomaron muestras del suelo en busca de tétanos pero, al no encontrar nada, el doctor Georges Nógrády, microbiólogo, decidió dividir la isla en 67 cuadrantes y tomar del centro de cada uno de ellos una muestra para realizar pruebas más completas una vez de vuelta en Canadá. Los dos meses expedicionarios tocaron a su fin y, al terminar, la misión había examinado a casi la totalidad de los habitantes de Rapa Nui.

Ocho años debieron pasar para que, en 1972, las muestras de tierra tomadas en Rapa Nui llegaran a manos del doctor Suren Sehgal, quien trabajaba para una empresa farmacéutica de Montreal llamada De Ayerst (conocida posteriormente como Wyeth y que luego se fusionó con Pfizer). Las muestras fueron diluidas en agua estéril y se sembraron placas de cultivo para luego, de una de ellas tomada en la zona de Vai Atare, aislar una cepa de bacteria de la especie Streptomyces hygroscopicus. Esta cepa, notaron, era capaz de inhibir el crecimiento de hongos y levaduras a través de la secreción de una compleja molécula perteneciente a la familia de los macrólidos y que fue bautizada como Rapamicina, en honor a Rapa Nui.

Sin embargo, la investigación en esta droga antifúngica no les pareció muy prometedora. Cuando el laboratorio cerró debido a recortes presupuestarios, el doctor Sehgal se limitó a guardar algunos frascos de Rapamicina en el refrigerador de su casa, ya que toda muestra que no fuera de interés prioritario debía ser eliminada. Y esta era una de ellas.

Así, solo gracias a los esfuerzos de Sehgal, quien por años, junto a otros profesionales, siguió investigando en torno a la Rapamicina, recién en 1991 pudieron identificarse dos genes que, cuando estaban mutados, permitían que las levaduras resistieran la acción de la Rapamicina. Los genes fueron llamados TOR1 y TOR2 (por Target of Rapamycin-Blanco de Rapamicina).

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En el genoma humano existe solo una copia del gen TOR, conocido como mTOR. ¿Qué diablos hace el gen mTOR en humanos? Codifica para una proteína (mTOR) que hace las veces de conserje celular: abre y cierra puertas, cambia ampolletas, reparte correspondencia y entrega despachos. mTOR es una proteína pequeña con actividad quinasa —transfiere grupos fosfato a otras proteínas— y regula casi todos los aspectos imaginables de la vida de una célula. Es, básicamente, un sensor que integra varios aspectos de la fisiología celular y desencadena la respuesta correspondiente, regulando de paso aspectos relacionados con el crecimiento, la proliferación y sobrevivencia de las células.

Uno de los primeros grandes descubrimientos que se hizo acerca de la Rapamicina fue que era un potente inhibidor del sistema inmune. Puede parecer poco útil y bastante peligrosa una aplicación de esta naturaleza. Sin embargo, la inhibición del sistema inmune puede ser extremadamente útil al realizar cirugías de trasplante de órganos, en las que se debe minimizar el riesgo de rechazo del órgano trasplantado. Y la Rapamicina demostró ser de mucha utilidad, en especial en los trasplantes de riñón, convirtiéndose en una droga muy valiosa que fue aprobada por la FDA en 1999 bajo el nombre comercial de Rapamune.

Estudios posteriores demostraron también que la proteína mTOR jugaba un rol central en el desarrollo de ciertos tipos de tumores, ya sea directamente o debido al mal funcionamiento de proteínas que normalmente deben interactuar con ella. Aun cuando la acción de la Rapamicina y la función de mTOR sean complejas e intrincadas, se comenzó a estudiar su potencial uso como droga supresora de tumores en condiciones en las que no afecta al sistema inmune. De esta forma, una humilde droga que comenzó sus días como antifúngico, se ve convertida hoy en una promisoria arma en la lucha contra el cáncer.

Pero la historia no termina ahí.

Entre los años 2004 y 2005, nuevos estudios mostraron que la Rapamicina podía extender la vida de levaduras, moscas y gusanos. Y el año 2009 se describió un efecto similar en ratones: la administración de dosis bajas de Rapamicina durante la vejez en ratones lograba extender la vida, si hacemos una comparación, hasta los 120 años de un humano, principalmente a través de la modulación de las vías de señalización celular dependientes de insulina.

Hoy, la Rapamicina —junto a la Metformina— es una de las drogas más prometedoras en la investigación mundial sobre envejecimiento. Nada mal para una droga que estuvo a punto de ser desechada y que debió esperar su minuto en un refrigerador, ¿no lo creen?

Por último, como triste anécdota, los habitantes de Isla de Pascua no reciben nada por el éxito comercial de la Rapamicina. La patente pertenece a Pfizer. Y mientras Chile no firme el Protocolo de Nagoya sobre el acceso a los recursos genéticos y la participación justa y equitativa en los beneficios que deriven de su utilización, los recursos genéticos del país —con su gran diversidad de climas, desde el árido desierto hasta los hielos antárticos— estarán totalmente desprotegidos.

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